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Taxistas
Es inevitable que, en una ciudad como la de México, haya pintorescos o ensimismados conductores de taxis, didácticos o impertinentes, honradísimos o cómplices de rateros, de los que escuchan música clásica o grupera, conocedores o ignorantes de todas las rutas y atajos citadinos, peripatéticos o callados: no es posible hacer generalizaciones acerca de ellos y no cabe duda de que se trata de un segmento laboral donde se incuban muchos de los personajes más característicos de una comunidad urbana. Suelen ser más confiables que los conductores de peseras y suelen mostrarse más dispuestos a ayudar a otro automovilista en apuros. Incluso, con el paso del tiempo, la actividad de mover al pasaje en automóviles ha comenzado a incorporar a conductoras, tan parlanchinas o taciturnas como sus colegas varones.
En el comercio cotidiano con la urgencia de algún transporte público, llegué a toparme en los años ochenta (cuando varios conductores se daban el lujo de rechazar pasaje por no convenirles la ruta que el usuario les proponía) con un taxista que contaba con doctorado en Filosofía; más recientemente, me topé con otro, autor de una descripción sociológica un tanto clasista y misógina, pues denominaba “microbuseritas” a las señoras que conducen grandes camionetas, ya sea para transportarse ellas solas o a sus hijos: “Todas son burguesas –me instruía–, avientan la lámina y son tan cafres y prepotentes para manejar como los microbuseros, sólo que sus camionetas, por grandotas que sean, resultan más chicas y vulnerables que los microbuses.”
Suele suceder que, cuando algún amigo cercano resulta conocedor de rutas inverosímiles y corta los atascos de tránsito con malicia y oportunidad insospechados, la mejor expresión para calificarlo sea la de tener “alma de taxista”. Este don de ubicuidad citadina provocó que, hace pocos años, algunas personas que padecemos el tránsito de vehículos caviláramos acerca de la existencia de un “mapa de mapas” de Ciudad de México donde se asentaran todas las rutas posibles con sus respectivos atajos; cavilamos que el autor de esa compleja cartografía sería un taxista de los años cuarenta, el Chango Morales, y que el fruto de sus lucubraciones se encontraría en un cuaderno de notas elaborado con el paso del tiempo; que ese cuaderno con El Mapa se encontraría en posesión de los descendientes del Chango Morales, quienes se encargarían de actualizarlo conforme la traza urbana se hiciera más compleja y cambiante, con mayor eficiencia y simplicidad que cualquier otra guía. ¿Dónde está ese Mapa, quién lo tiene?
Conocí a Jaime Fierro en su taxi o, como prefiere llamarlo, su oficina rodante de relaciones públicas en la que –lo jura– él ha conocido, a su vez, a Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Juan García Ponce y a una misteriosa mujer, elegante y pedregalicia, que vive de las prestaciones de su horizontalidad (lo cual, seguramente, mantiene su estatus, pues ha de vender caro su amor). Entre otras de las muchas personalidades y experiencias que han arribado a dicha oficina (la cual ha llegado a convertirse en hotel rodante, según confesión de parte), destaca la del maestro Manuel Guillén, que refleja la vocación del “taxista más culto de Ciudad de México” (como él mismo, con humildad, se atreve a reconocerlo): la crónica verbal o escrita.
Cabe señalar que, a partir del encuentro entre Manuel Guillén y Jaime Fierro, éste se ha convertido en un decidido promotor del artista plástico hasta el punto de haberse impuesto la tarea de preparar una biografía del pintor, misma que actualmente se encuentra en proceso. No hace falta decir que ahora es urgente una crónica en la que el protagonista sea, precisamente, Jaime Fierro a bordo de su taxi.
Recientemente, me ha sido dado conocer al Señor Max, como él mismo se presenta. Es oriundo de Torreón y honrado a carta cabal. Su condición norteña lo hace poseedor de valiosas recetas para marinar la carne y de platillos regionales, como la “discada”, aunque él asegura inclinarse por el pescado y el pollo. Puntual como las tercianas y discreto, asegura que “aquí se ve de todo”, es decir que, desde la perspectiva de un taxi, prácticamente se está en la posesión de un panóptico: las “movidas” de hombres y mujeres, las actividades sospechosas, las vidas dobles o sencillas de muchas personas y la posibilidad de mirar desde arriba hasta abajo a una sociedad tan complicada y populosa como la contemporánea. El Señor Max no es psicoanalista, pero se encuentra cerca de serlo… Tal vez, él sea el poseedor del Mapa del Chango Morales.
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