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El desánimo narrativo
Arturo Arango*
En 2002 coordiné, en La Gaceta de Cuba, un dossier sobra la novelística cubana contemporánea. Nos parecía entonces que ese era el rasgo más relevante, nuevo, de nuestra literatura. Pertenecíamos a una tradición hecha de grandes novelas, pero sin continuidad entre ellas, y en la década de los noventa esa continuidad comenzó a ser muy visible. Siguiendo ese tipo de mirada, quizás en los cinco años siguientes lo nuevo haya sido la aparición de un conjunto significativo, al menos desde el punto de vista numérico, de novelas escritas por mujeres. De entre ellas (y de las que he leído, como es natural), salvaría sobre todo las de Ena Lucía Portela y, luego, Todos se van, de Wendy Guerra, ganadora de un importante premio en España y, lamentablemente, aún no publicada en Cuba.
Sin embargo, ese tipo de visión es sociológico, o demográfico. Siento decir que lo que percibo con más frecuencia en la literatura cubana de los últimos años es una sensación de desánimo. Hace unos meses, en un ensayo aparecido en la revista Upsalón (de estudiantes de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana), Norge Espinosa, poeta, dramaturgo, escribía sobre algo que él califica como falta de fe de los poetas en la poesía, y que se percibe en la carencia de ambiciones, de confianza en la literatura misma. Podría afirmar otro tanto del cuento, género que me parece agotado: todos los autores insisten en los mismos tópicos y lo hacen con semejantes maneras, como si la realidad cubana fuera absolutamente plana y con un reducidísimo catálogo de conflictos.
Incluso, ese adjetivo, “cubana”, con que he precisado qué tipo de realidad ocupa la enorme mayoría de los cuentos que se escriben en la Isla indica, a mi juicio, otro síntoma de pobreza. La nuestra es una cultura excesivamente volcada sobre sí misma, autosuficiente y autofágica, y con un ámbito referencial reducidísimo. Por eso prefiero, ante todo, aquellas obras que se sitúan en otras coordenadas, temporales o geográficas. Hay en ellas, por lo general, un respeto mayor por las especificidades de la literatura, por la palabra, por los usos de la imaginación. Pienso, por ejemplo, en La novela de mi vida, de Leonardo Padura; en La visita de la Infanta, de Reinaldo Montero (ambas novelas), o en un libro de cuentos como Ámbito de Hipermestra, de Mercedes Melo, un arduo ejercicio intelectual, muy borgeano, ciertamente, pero que sitúa aquellos conflictos que en otros autores parecen agotados, en una dimensión distinta. También en Ave o nada, de Ernesto Santana, una novela en las antípodas de las que he citado: muy interior, muy encerrada en un espacio, en unos personajes enloquecidos, irradiantes.
Incluso, tal vez, lo más notable no sea la literatura misma, sino el ensayismo, con autores que han renovado esta forma de expresión del pensamiento. Cito algunos nombres: Margarita Mateo, Iván de la Nuez, Jorge Fornet, Víctor Fowler, Zaida Capote, Rafael Rojas…
*Narrador, ensayista, guionista, jefe de redacción de La Gaceta de Cuba , Premio Virgilio Piñera de Teatro 2008 con El viaje termina en Elsinor.
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