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En el fondo de la mirada
Entre 1997 y 2003, el oriundo de Veracruz Ernesto Contreras dirigió siete cortometrajes, dos de ellos de género documental. Por el más reciente, de ficción, que se titula Los no invitados y que fue su trabajo de tesis en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, recibió hace cuatro años el Ariel al mejor cortometraje en la categoría correspondiente.
Con ese bagaje, que en lo cuantitativo no es muy diferente del mostrado por la currícula de varios colegas y coetáneos suyos, Contreras se abocó a la realización de Párpados azules (2006), su primer largometraje de ficción, en el cual funge también como coproductor, entre una nómina nutrida que incluye al IMCINE, al Foprocine, los Estudios Churubusco Azteca, New Art Digital y otras personas e instituciones. Asimismo, es autor del guión y participó, junto con José Manuel Cravioto, en la edición.
Posiblemente la primera o más notoria de las muchas sorpresas agradables que ofrece Párpados azules sea el trabajo de dirección actoral. Por lo que puede apreciarse en cuanto a matices de interpretación; en cuanto a los sutiles, constantes y bien definidos desplazamientos de intención que en diversos momentos rozan el humor para volver, provistos de una sólida lógica interna, de nuevo al tono dramático; en cuanto a la difícil contención histriónica exigida por personajes de perfil definido con precisión, poseedores de volumen, densidad y presencia propios… por lo que actoralmente ofrece Párpados azules, no hay duda de que al respecto Contreras es, hoy por hoy, uno de los cineastas más talentosos. A lo cual contribuyen, como no podría ser de otro modo, el talento y la capacidad, en este caso, de la pareja protagonista para entregarse con generosidad a su papel. Cecilia Suárez, quien tiene sobre sus espaldas la responsabilidad más alta en el sostenimiento de la historia, consigue aquí el que definitivamente es su mejor desempeño hasta la fecha, cúspide para una trayectoria fílmica que incluye varios roles estelares – Sin ton ni Sonia, Un mundo maravilloso, por citar dos ejemplos. Por su parte, Enrique Arreola –memorable como el repartidor de pizzas en Temporada de patos --, no sólo es capaz de sostener adecuadamente el duelo actoral con Suárez, sino que multiplica la intensidad interpretativa y la hondura emotivo-psicológica establecidas desde el arranque mismo de la trama.
Esta última se distingue por dos cualidades de infrecuente amalgama, tanto en el cine mexicano como en el de cualquier otra latitud: profundidad y sencillez. A simple vista, si hubiera necesidad de establecer un parangón literario, en virtud de la mesura en el discurso y su certera mirada narrativa, y si Párpados azules fuese un texto, bien podría formar parte, por ejemplo, de Los amores difíciles de Italo Calvino.
Apoyado en el talento de Suárez y de Arreola, y a partir del paciente registro de la cotidianidad de Marina y Víctor, la pareja protagónica, Contreras supo obtener una radiografía psicológico-emocional de todos aquellos seres cuya vida interna pareciera inexistente, de tan íntima y apaciguada. Sin antecedentes que permitan inferirla preparada para expresar sus sentimientos; podría decirse incluso que mal dispuesta para sentir, simplemente, Marina responde a lo que para ella significa una situación límite con lo que, de nuevo sólo para ella, representa una extralimitación: para no ir sola a un viaje ganado en un sorteo, resuelve acercarse a sus semejantes y esperar algo positivo de ellos. Así lo hace con su única hermana, no sólo de manera infructuosa sino confirmando la certidumbre de que, al no contar con ella, no cuenta con nadie más. El recurso último de acudir a un desconocido que dice o supone serlo funciona, para la trama, como detonante de la acción, y en un plano más profundo representa el grito de auxilio de alguien que, sabiéndose solo en lo más fundamental, comprende --aunque sea nebulosamente-- que para ella todo podría sería mejor o más gratificante si no lo estuviera.
Híbrido entre lo que no puede sino ser catalogado como cine de autor y algo que en el México contemporáneo comienza a parecerse a un cine producido bajo condiciones que, si no son en definitiva las de una industria, sí lucen bastante más estructuradas, sistemáticas y accesibles de lo que habían sido hasta hace poco tiempo, el resultado de este debut largometrajista es verdaderamente digno de encomio y da pie a pensar en los amejores augurios para la carrera de un cinerrealizador que tiene mucho por decir y sabe perfectamente cómo quiere decirlo.
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