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Robert Wyatt, cinco estrellas
Muchos críticos se niegan a calificar con cinco estrellas cualquier disco que no sea una antología de los Beatles o Pink Floyd o, de menos y sin ir más lejos, una rareza inédita de Radiohead o Led Zeppelin mercadeada en Japón (¡esos japoneses sacan cada cosa!) Pues bien, nosotros no caeremos en fáciles obstáculos y, desde ya, le daremos la máxima puntuación al más reciente trabajo de Robert Wyatt, y le pondremos veladoras y lo compartiremos con bombo y platillo, aclarando a nuestros lectores, eso sí, que no somos fanáticos empedernidos de su largo hacer, ni nostálgicos adoradores del ayer.
Nacido en Bristol, Inglaterra, hace sesenta y tres años, Robert Wyatt es uno de los músicos más integrales, ilimitados y enciclopédicos que hay. Digamos, para empezar, que es de los contados –si no el único– que, incluso con su “cómodo” estatus de leyenda, sigue logrando igual credibilidad en el jazz que en el rock, la psicodelia o el clásico, aunque no permanezca en tales géneros de manera constante ni pura. Lo suyo, pues, no es eso de agarrar un poco “de aquí y de allá” como quien caza exotismos forzando maridajes culinarios; al contrario, el producto de su obra se muestra generalmente uniforme, bien mezclado y sin grietas o uniones de torpeza reveladora. Y ello lo vuelve asombroso, ocasionalmente deslumbrante.
Para quien no lo conozca o recuerde, diremos que Wyatt fue uno de los fundadores del efímero grupo Soft Machine (1966-1967), responsable de temas como “Moon in June” y “Save Yourself”. Colaborador de gente como David Gilmour, Phil Manzanera, Carla Bley, Ryuichi Sakamoto, Björk, Brian Eno y Terje Rypdal, entre muchos más (permítase leer nuevamente el listado anterior… la calidad y diversidad que abarca es sencillamente inverosímil); colaborador de ellos, decíamos, con su preciosa voz penetra en honduras armónicas inextricables, como si sólo él tuviera la llave para las más agridulces puertas del aire. Ello además de sumar percusiones o teclados, o trompeta u otros instrumentos a los que también sabe acariciar.
Especie de contraparte anglosajona del Hermeto Pascoal brasileño (ambos con sus largas barbas canas y su rostro azotado por las navajas del tiempo), se le parece en que los esqueletos de sus composiciones, por más extraños que parezcan en primera instancia, comúnmente terminan cubiertos por músculos y pieles dulces, color de saudade, susceptibles de amar cualquier vestido, cualquier vestigio. O sea que Robert Wyatt, aunque es ácido quemante, también es amable, tierno pese a todo.
Y así es esta, su última placa, Comicopera, a la que queremos darle cinco estrellas hoy domingo, asegurándole a usted, amigo lector, que no todo está perdido, que hay artistas siguiendo su inevitable condición de bala, atravesando todo y a todos, matando y ganando horizontes desconocidos, nuevos… lo casi imposible en este año 2008 de nuestra era.
Dieciséis temas divididos en tres actos: a) Lost in Noise (Perdido en el ruido), b) The Here and the Now (El aquí y el ahora) y c) Away with the Fairies (Ausente con las hadas). Lo más notable, empero, es que cada acto contiene una pieza instrumental rayana en el más sofisticado jazz contemporáneo, al tiempo que todos comparten composiciones originales del propio Wyatt, coescritas (con Brian Eno o con su esposa Alfreda Benge), de otros (Anja Garbarek, Orphy Robinson) y hasta en italiano (“Del mondo”, de Ferretti, Zambroni, Maroccolo, Magnelli y Canali) o en español (“Canción de Julieta”, homenaje al poeta García Lorca, o “Hasta siempre comandante”, c l á s i co de Carlos Puebla a propósito del Che Guevara).
Así las cosas, lo caprichoso de su temática es tan centrífugo que parecería un revoltijo poco apetecible; sin embargo, y aquí la magia, es que a base de su ambientación invernal, de sus pocos elementos (dotaciones mínimas de voz, contrabajo, colchones sintetizados, melodías sutiles y ritmos ocasionales), Wyatt consigue ese sabor uniforme al que nos referíamos antes, esa pulida unidad a través de la que se puede sentir una brisa caribeña de voces tipo Elliot Smith, tanto como un paréntesis ochentero a la David Bowie, una textura comprimida y deprimida a la Radiohead, inflexiones hijas de Lou Reed y, claro, coros en compases de tres cuartos hijos de Pink Floyd.
Es entonces cuando nos preguntamos qué hubiera pasado si este otrora baterista no se cae de ese tercer piso, en medio de una borrachera, para quedar inválido y confinado a su silla de ruedas. Destino, deuda, justicia… no lo sabemos… preferimos pensar en “el poder que otorgan los límites”, ahí donde un genio espera su tragedia para despertar o morir del todo.
Van entonces las cinco estrellas para esta Comicopera, una maravilla salida a finales de 2007, y que debe estar en la colección de quienes aman la música por encima de cualquier género: * * * * *
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