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–Veo ejemplos de gente que no se preparó ni hizo una carrera y encontró gran libertad en la escritura. La autopreparación tiene sus beneficios y también sus defectos, porque de repente el autodidacta tiene lagunas; yo me he dedicado en la vida a llenarlas. El maestro Augusto Monterroso no tuvo una carrera y su obra ha dado la vuelta al mundo; el maestro Arreola, el mismo Octavio Paz no acabó la carrera de derecho. De todas formas, la carrera, ¿qué le hubiera aportado a su poesía? A pesar de eso es una de las luminarias del siglo xx mexicano. Hay otros que sí terminaron una carrera, como Jaime Sabines. Cuando se tiene el virus de la literatura, es incurable, y en mi caso la bibliografía que yo he seguido ha sido aleatoria. Autoestudié economía política, desde los clásicos como Adam Smith hasta Schumpeter, pasando por Carlos Marx, haciendo fichas y escribiendo textos. En lo que a la literatura se refiere, seguí un consejo de mi maestro Monterroso, al cual conocí a la edad de veinte años: que primero leyera a los clásicos en lengua española, empezando con los latinoamericanos; casi me especialicé en los autores argentinos, luego seguí con los clásicos españoles. Desde luego no de manera rigurosa, de repente me jalaba a Chéjov, me jalaba a Joyce. Después de haber leído a estos autores en lengua castellana, me recomendó mucho a Borges, a Bioy Casares, a Alfonso Reyes, a Enríquez Ureña. –Desde las vanguardias, Girondo y Huidobro, por ejemplo, existe una especie de amalgama de varios géneros, entre ellos la poesía. ¿Usted qué piensa al respecto? –Las vanguardias tienen un lado positivo y uno negativo; el primero es que apuestan por nombrar de manera nueva las cosas, incorporan la experimentación que por sí misma no es mucho, pero ya añadida a un corpus literario puede ser muy atractiva. Para darle un jalón a la literatura latinoamericana, las vanguardias fueron importantes, y para sacarlas de su costumbrismo, que tiene su raíz en el nacionalismo, de la protección de lo propio. Has mencionado a dos de los grandes vanguardistas en América Latina, Girondo y Huidobro; finalmente ambos eran poetas, aunque Huidobro intentó algo de prosa y la prosa de Girondo es muy poética. Creo que En la Masmédula , el texto más complejo de Girondo, se fue al extremo de la experimentación, ahí es donde veo el lado fallido de las vanguardias. En última instancia, lo que yo recuperaría de ellas es su estar en posición de cuestionar el sistema. Lyotard decía que una obra literaria debe resistir al sistema, sobre todo refiriéndose a la novela, sin desfallecer parcialmente, para que el texto transite al lector. Por ejemplo, Ulises de James Joyce, es un libro que resiste al sistema, comprende una lectura minuciosa y relecturas; sin embargo, lo más que se ha llegado a traducir del famoso Finnegans Wake son cuarenta cuartillas, y las claves de ese libro Joyce se las llevó a la tumba. El cuento moderno, fundado por Edgar Allan Poe y desarrollado por Joyce, con Dublineses, la cuentística de Hemingway y después Borges, Cortázar, Papini, León Bloy, siempre han cuestionado ese sistema como una estructura rígida, como Raymond Carver, que tiene cuentos sin final y a veces sin clímax. Yo no sé si llamarles cuentos, sin embargo son textos en donde la participación del lector es más grande, y no tienen una resolución inmediata; en el transcurso de los días van cayendo las soluciones, todos los planteamientos del cuento se van atando al desenlace de cada lector. La llamada ahora microficción es un género híbrido, está a contra pelo del cuento, que puede ser un poema en prosacuento , un ensayocuento , un retratoprosapoética . Quizá lo que queda de las exigencias de Edgar Allan Poe para un cuento, ante tal hibridez, es la unidad de efecto en el lector, emotiva y reflexiva, o sólo emotiva o sólo reflexiva, o parte y parte. Al texto breve ya no se le puede exigir una estructura definida. Aunque cuando se escribe cuento hay que escribir cuento, pero ya hay otras opciones. Finalmente, la mejor manera de contar un hecho, su mejor vehículo, es el cuento; un hecho de venganza, alguien que se queda ciego, alguien que es engañado por la esposa, etcétera. Se va a reducir a ese suceso único, no se va a desplegar narrativamente como si fuera una novela. –Se dice que la poesía es el género literario con menos lectores, ¿sucede lo mismo con el cuento? ¿Se edita un libro de cuentos tanto como una novela? –Hay miles de cuentos que sí se reeditan, sin embargo, por la mercadotecnia, desde hace más de cincuenta años se da el acento comercial a la novela, los otros dos géneros han decaído en la apreciación de los lectores. El grado de dificultad que tiene un libro de cuentos es similar al de una buena novela, como le decía Cortázar a Arreola en una carta: “En las universidades debería de existir la cátedra de cuentística, no sólo de poética o novelística.” Yo fundamentalmente me he dedicado al cuento, y nunca he tenido problemas para publicar mis libros, por fortuna. Sobre todo, cuando en los años setenta y ochenta, el joven escritor era una rareza; tener tres libros de cuentos a los treinta años era demasiado precoz. Se decía que hasta no pasar los cuarenta años no se sabía si iba a ser uno escritor o no. Por fortuna, con mi tercer libro, en el '78 gané el Premio Casa de las Américas de la Habana, en ese entonces el premio más importante en América Latina. En México nada más lo habían ganado Ibargüengoitia y Carballido, y yo a la edad de veintinueve años lo gané. Y eso me dio carta de naturalidad en las letras mexicanas. Ya había publicado dos libros antes y prácticamente no existía, había un grupo de escritores muy cerrado. En la actualidad se ha invertido el asunto; ahora hay becas para jóvenes, concursos para jóvenes, ayuda para jóvenes. Ya que llegué a una edad madura se invierten los apoyos, cuando empezabas a escribir no se te apoyaba porque eras joven, y ahora es difícil encontrar apoyo porque eres mayor. Sin embargo, creo que en México se lee mucha poesía. Las universidades, los consejos de cultura, los institutos de cultura, las secretarías de cultura del país son las encargadas y obligadas de promover la poesía y el cuento, si sumamos plaquettes y libros. Si bien no todos tienen un rating comercial, sí se distribuyen decenas de millares al año de libros de poesía y de cuento por este efecto también de apoyar a los jóvenes. Curiosamente, aunque no es muy visible, en México hay muchísimos poetas, incluso los de clóset. –Usted ha sido un impulsor en cuanto a la formación de posibles narradores mediante talleres. ¿Hay alguien que hayan despuntado y esté haciendo algo trascendente para la literatura? –Recuerdo a Pedro Ángel Palou, Ana Clavel y Luis Felipe Hernández, que ganó el Premio Nacional de Cuento, y otros que han ganado premios nacionales e internacionales. Mi actitud frente a los discípulos es compartir todo lo que sé sobre la escritura narrativa y no guardarme ningún secreto, incluso los trucos. Desde luego que cuando veo a algún autor despuntando fuerte me le pego, trato de impulsarlo, ayudarlo para que no le suceda lo mismo que le pasó a muchos jóvenes en los años setenta y ochenta. Tengo veintisiete años dando talleres literarios en toda la República; quizá no he ido a Quintana Roo, tampoco he dado taller en Veracruz, pero sí prácticamente en todos los demás estados y aquí en Ciudad de México. De este trabajo en los talleres de cuento, deriva la reunión de materiales durante casi veinte años en mi libro Después apareció una nave. Recetas para nuevos cuentistas , en donde expongo mi experiencia cuentística y donde manifiesto que “nuevos cuentistas” quiere decir de cualquier edad. He tenido talleristas de veinte, cuarenta, setenta años, y llegan a escribir, y me da mucho gusto que desplieguen sus cualidades creativas. –Usted coordinó la antología de cuento Di algo para romper este silencio, en homenaje a Raymond Carver. En muchos de sus cuentos, ¿hay una influencia de toda esta serie de escritores irónicos, oscuros? –Me gusta mucho Jonathan Swift, un gran satírico de su época. He leído todo lo que he podido conseguir de él, sus ensayos, su famosa novela Los viajes de Gulliver . Alfred Jarry, Jorge Ibargüengoitia, el mismo Monterroso, otros humoristas y satíricos de la lengua castellana, me ha interesado mucho para incorporar esta vena humorística. Leyendo a los clásicos de otras literaturas, me he dado cuenta de que no carecen de humor, el mismo Don Quijote de la Mancha de principio a fin está lleno de ironía, de humor; el Ulises , incluso hasta en Pedro Páramo hay un humor negrísimo. El gusto por lo satírico me viene de las recomendaciones de Augusto Monterroso quien me ayudó mucho no sólo como maestro, sino como persona, y no se diga Juan José Arreola, otro gran satírico, recuerdo uno de sus cuentos, el del rinoceronte; uno no sabe si es una persona o el rinoceronte. No tengo nada contra la literatura muy grave, muy seria, a veces hay que escribir así. Tengo cuentos sin ningún tipo de humor; cada texto pide su tónica, pero me he inclinado a usar desde el humor negro satírico más tremendo, hasta un humor sencillo, sin llegar a blanco o a rosa, porque luego recaen los textos, para no llegar al extremo de Jardiel Poncela. En mi caso, mi familia paterna era veracruzana; había mucha picaresca y la sigue habiendo, parte de ella está en mis textos. |