Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de octubre de 2007 Num: 659

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El suplente
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS

El que arde
TAKIS SINÓPOULOS

Las cuentas del cuento
SERGIO RIVAS entrevista con GUILLERMO SAMPERIO

Long Beach
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

En el camino: medio
siglo beatnik

ELIDIO LA TORRE LAGARES

El primer libro póstumo
de Julio Cortázar

RICARDO BADA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
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Cabezalcubo
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Mentiras Transparentes
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ROGELIO GUEDEA


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Javier Sicilia

Isolda Osorio, el silencio y el instante

Siempre he creído que en el orden de la pintura y de la fotografía el verdadero arte no está hecho de imágenes, sino de realidades icónicas. La diferencia es fundamental. Mientras las imágenes son, como en la vida de la publicidad, presencias en sí mismas que se imponen a nuestra mirada para seducirnos, el icono es un umbral, una presencia que nos introduce en un más allá indecible, en la fuente primera de la Belleza de donde emana la belleza de las cosas.

Si en la pintura –atravesada por la lógica de la imagen– es difícil producir un orden icónico, tanto más lo es en un arte que nació con la era industrial y que intenta reproducir –fijar– la realidad tal y como se presenta y se impone a nuestra mirada: la fotografía.

Lo que diferencia una fotografía como imagen, de una fotografía como orden icónico, es la mirada que repentinamente captura en el centro de la realidad el umbral que estaba ahí y nadie veía, y que nos permite transitar hacia la Presencia.

Si algo caracteriza la producción fotográfica de Isolda Osorio –que recientemente acaba de exponer en el Centro Cultural Mariano Jiménez de San Luis Potosí su obra Desde el silencio – es precisamente esa mirada que, como el título de su exposición lo dice, sólo puede nacer de la silenciosa contemplación de lo real que captura ese instante en donde el umbral aparece.

A diferencia de sus anteriores obras, donde la mirada se detiene en lo nimio hasta descubrir en la rugosidad de una pared, de una sombra, de una ondulación, de una textura, el resquicio que rompe la concretud hasta dejar resonar en la finitud de lo nimio el gozo de lo infinito, en ésta Isolda recurre al paisaje.

En el invierno de Canadá, en la vida congelada del norte, en el silencioso estar de lo pétreo que envuelve las formas de las cosas, la mirada de Isolda Osorio descubre una fascinante movilidad: la de la luz que emana de ellas. En los bordes, en las fronteras de lo helado, en la inmovilidad del hielo sobre la inmovilidad de los árboles, la luz se enciende y podemos ver la misteriosa patria de la Belleza, ese instante, ese ahora mismo que convoca la eternidad. La mirada icónica de Isolda Osorio descubre ahí que el presente en su aparente fijeza es el manantial de la Presencia, el umbral que permite su aparición misteriosa. Un movimiento más de la mirada y –es lo que nos enseña esa parte de su exposición en donde Isolda monta la misma fotografía en espejo– la serenidad silenciosa del paisaje se convierte en una realidad fantástica: catedrales de hielo como sólo lo imaginario de la literatura fantástica puede concebir. Nada hay en ellas de artificio, sólo la mirada atenta a un frágil movimiento que, al realizarse, hace posible que la Presencia, que nunca es fija, adquiera una nueva dimensión, una nueva manera de decirse y revelarse, una nueva manera de aparecer en su Belleza. Presencia en el instante del presente, el silencio de la mirada sacude las telarañas de la imagen moderna y nos hace descubrir que hay un algo más, tan presente como fugaz, tan inmóvil como danzante e huidizo.

A pesar de la fijeza de la imagen, de su congelamiento, la mirada icónica de la fotografía de Isolda nos permite contemplar la incapturabilidad, el constante estar en fuga de la Presencia. No bien la atrapa, la Presencia que aparece en su umbral vuelve a fugarse y a decirnos que ella está en todas partes y en ninguna; que ella es siempre belleza antigua y nueva a la vez. Al atraparla en la fotografía, se mueve ligera y se desvanece en el mismo umbral que le permite aparecer. Ahí, las ventanas de la contemplación se abren y por un instante la vemos aparecer en medio del silencio. Substancia del tiempo, como la definió San Agustín, la Presencia es, como lo dice hermosamente Isolda en el texto que nos introduce a su exposición, esos “reflejos de imágenes [yo diría, corrigiéndola, icónicos] construidas desde los más profundos pliegues del alma y que se reconocen en pequeños resquicios de tiempo detenido”.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.