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Estatuas
En silencio, casi en puntas de pie, de una orilla de la vida a la otra, todas las mañanas, o una mañana sí y otra también, con frío o con calor, sin importar estrellas fugaces o lloviznas, absorbido por recuerdos impares y memorias de otros siglos, elegantemente ataviado con una corbata de seda y un anillo de tres diamantes, abierto a las tierras ignotas de la imaginación, triste a veces y otras no tanto, casi en puntas de pie, en silencio, todas la mañanas, en invierno o en verano, el hombre, este hombre que no sabe reconocerse a sí mismo en medio de lo que fue o sería, permanece impertérrito al lado de la banca del jardín contiguo, cercano o lejano del mar, para, contrario a lo que todo el mundo piensa, estatua de sí mismo, dejarse mirar. |