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Hugo Gutiérrez Vega
ADIÓS A GURROLA
Conocí a Juan José Gurrola cuando ponía, en el pequeño escenario de La Casa del Lago, La cantante calva, de Ionesco. Tengo en la memoria a Pixie Hopkins y a Tamara Garina diciendo los textos del enorme clown rumano, y al público enterado, al final de la obra, de que la cantante calva se seguía peinando de la misma manera. Esta obra perenne (seguirá vigente mientras el ser humano siga usando al lenguaje como una máscara, los políticos sigan despotricando y la comunicación entre los humanos se haga más difícil y caótica), junto con En el bosque le leche, de Dylan Thomas, fueron las cartas de presentación de un talentoso arquitecto que, con el paso del tiempo, se convertiría en uno de los principales directores del teatro mexicano.
De Gurrola había que esperar todas las sorpresas y aceptar su estilo, que tenía un orden muy peculiar y navegaba con la bandera del desmadre y de la ocurrencia. Estas últimas cualidades eran el producto bien sazonado de una cultura teatral muy amplia y de una sensibilidad artística desbordante. Suspendía su actividad vital con cada puesta en escena y concentraba todos sus esfuerzos, sueños y vigilias a la obra y a todos sus ángulos, vueltas, revueltas y recovecos. Acababa por encontrar todos esos elementos y, dándoles un toque personal, recreaba las palabras, jugueteaba con las ideas y, al final, entregaba un producto artístico que enriquecía al texto original. Por eso fue tan fiel a Ford, Klossoswki, Musil, Elizondo y otros muchos autores a los que llevó a escena con respeto, pero con una voluntad de estilo que hacía inconfundibles las puestas gurrolianas.
Trabajé como actor con Juan José en tres obras y produje su genial musical basado en poemas de Novo que tituló Tú, yo mismo.
Pusimos Los exaltados, de Musil, en el viejo teatro Arcos-Caracol que, en aquellos heroicos tiempos, pertenecía a la unam. Martín Lasalle (el inolvidable Pickpocket de Bresson), la inteligentísima Tina French (creo que fue la única que habló con conocimiento de causa en la envarada ceremonia en Bellas Artes). Alejandro Aura, Carmina Martínez y este bazarista nos movimos en la excelente escenografía de Fiona Alexander, presidida por un vitral art noveau que la maravillosa Fiona encontró entre las ruinas de una casa de la Colonia Roma. Juan García Ponce y Gurrola fueron construyendo poco a poco la puesta en escena. Juan aportaba su profundo conocimiento de la obra de Musil y Juan José teatralizaba todo ese rico repertorio de ideas, inquietudes, fracasos y desasosiegos.
Otro producto de la colaboración entre los dos Juanes fue la puesta en escena de Roberte ce Soir, de Pierre Klossowski (García Ponce lo había traducido y prologado). Se agolpan en mi memoria los largos meses de preparación, ensayo y presentación de la obra. Brincan en mi viejo magín los nombres de José Ángel García, Fuensanta Zertuche (inmejorable Roberta) Martín Lasalle, el enano Marianito y Bobby Dumont. Hice el papel de Octave y me enfrasqué en una larga disertación sobre teología y hospitalidad sexual con mi sobrino, mi esposa y las figuras alegóricas. La escenografía de Fiona Alexander alcanzó niveles geniales. Todavía recordamos la caja de espejos del segundo acto y el catafalco del muerto fingido por Octave dentro de su cuadro de leyes hospitalarias y de su cansancio de ser. Por supuesto que se armó el escándalo y los Herr Profesor se enfurecieron ante tamañas inmoralidades, pero logramos derrotar a los censores (la unam siempre les ha ganado la partida a los "padres terribles"), fuimos al Festival Mundial de Teatro de Nancy y, por cierto, nos fue muy bien con el público y con la crítica.
Tina y Juan José tradujeron el texto de Ford y conservaron su título original: Lástima que sea una puta (en algún diario de una mojigata ciudad de provincia le pusieron p... con el objeto de no molestar a los tartufos). Otra vez brilló el genio de Gurrola (debo hacer un reconocimiento a sus asistentes Salvador Garcini, Eduardo Ruiz Saviñón y Nicolás Núñez. Mucho le ayudaron y le dieron un apoyo afectuoso y admirado) y se alió con la escenografía de Alejandro Luna y el vestuario de Fiona Alexander. Otra vez se armó el escándalo, pero logramos vencer a los censores. La siguiente fue la vencida y, después de la genial puesta en escena de La prueba de las promesas, de nuestro Juan Ruiz de Alarcón, salimos por piernas Gurrola y este bazarista (a la sazón director de Difusión Cultural) y nos fuimos con la música a otra parte.
Quiero rendir mi homenaje de amigo a ese talentoso hombre de nuestro teatro que fue, es y será Juan José Gurrola. Me veo ensayando con él y todo se me vuelve mágico.
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