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La contundencia emotiva de Louis Jolicur
Foto tomada de: http://felix.cyberscol.qc.ca |
Tres personajes, tres historias, tres momentos distintos se entrecruzan en un escenario: la actual ciudad de Granada, pero también la del siglo XV. Un hombre fallece y una ciudad pretende manifestarse ante él. Ese hombre y esa ciudad terminan fusionándose. En un entramado tempo-espacial, "eterno conflicto entre el aquí y el después", entre "el aquí y el otra parte", se hace palpable la complejidad del alma humana encarnada en tres protagonistas: el narrador Jolicur, que establece un intenso diálogo con el padre recién muerto; Amiot, el progenitor, quien sin haber recorrido España, desde un lugar otro descubre la región a través de su hijo, y Boabdil, último monarca nazarí, quien prefirió entregar la ciudad a los Reyes Católicos antes que ser testigo de su destrucción.
Jolicur regresa a Granada después de algún tiempo para establecerse en ese sitio durante un año; ahí se genera todo un reencuentro con aromas, música, ademanes, como cuando se retorna a la infancia que permanece viva en el recuerdo, a un mundo de sensaciones inolvidables. La presencia de la otredad es evidente, la embriaguez del otro y de lo otro: la dualidad entre lo distinto y lo semejante. Lo esencial de una ciudad es casi imborrable, por lo que es maravilloso experimentar la pertenencia a ella cuando se es extranjero: reconocer un rostro, a un antiguo vendedor de periódicos o a un amigo de antaño, quizás. En efecto, cuando se han tendido raíces en un lugar, se vive una condición diferente a la del turista que está de paso y atraído totalmente por el rasgo diferenciador, acaso exótico. Y el narrador recuerda la plaza en donde estuvo años atrás, con el "mundo como testigo, la indiferencia como cómplice, como una boya que parece sonreír, invitar, llamar desde lejos". Pero siempre con la convicción de que algunos lugares "nos habitan más que otros". Intempestivamente, recibe la noticia de la agonía y muerte de su padre en Québec. Luego de asistir a los funerales en su terruño, vuelve a Granada para reunirse con la familia y enfrentar el duelo de una manera muy personal.
La Silla del Moro es un relato autobiográfico donde Louis Jolicur realiza una travesía, en la cual dialoga de manera constante con su padre y, a modo de guía, se asume como un Virgilio para conducirlo a través de realidades y parajes andaluces. Juntos perciben desde mínimos detalles, como una flor, o llegan a abordar complejos cuestionamientos filosóficos. Rememora la figura paterna en cada momento, al "cazador de hechizos", siempre pleno de minucias, quien seguramente hubiera caído bajo el sortilegio granadino si lo hubiera vivido, pero ahora lo hace desde un ámbito desconocido. En virtud de ese diálogo constante, el escritor utiliza la segunda persona; por lo general sus preguntas tienen una carga existencial: "Pero, en realidad, ¿puede uno en serio hablar así de la muerte? ¿Pensar en ella como en una abeja que revolotea y se dedica a sacar todo el néctar posible de una flor de primavera?"; o bien, en relación con las pasiones: "¿Cuántas veces tú mismo te dejaste invadir por el delirio amoroso?" Memoria, evocaciones, lo fascinante con los recuerdos, nos dice nuestro autor, es justamente olvidarlos, luego reconstruirlos en parte, como las luces nocturnas del Albaicín, que siempre le recordarán aquel momento del deceso de su padre.
Se advierten en Jolicur rasgos de historiador y de cronista, ya que la configuración formal de este volumen se apoya en elementos documentales, en testimonios que le dan vida al entramado de la historia que se está narrando. Así, entrevera fragmentos de una antigua obra, El libro de las tradiciones de Granada, escrita hace más de 150 años en ese lugar, por don Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, amante del pasado andaluz. Con esos segmentos, Jolicur nos hace partícipes de "tantos matices, aparentes contrastes, que Granada, más que cualquier otra ciudad, parece encarnar". Y el autor de La Silla del Moro se sumerge en el pasado de esta región "de palabras y de nostalgia", y exterioriza una visión de aquel territorio morisco, de sus últimos reyes y de la manera como Boabdil lo entrega a los Reyes Católicos.
La obra está construida a base de círculos sensitivos, emocionales, con una visión sensible, luminosa, con una fuerte carga histórica y cultural. Es un renacer constante, tanto de la ciudad como de su historia. Tres protagonistas, tres exilios: el del rey Boabdil luego de entregar la ciudad a Fernando e Isabel; el exilio del padre en virtud de su fallecimiento; el exilio del autor de su natal Quebec a España, con ese afán tan propio de querer definir lo que es "ser español" y de diferenciar al viajero del turista. Asimismo, se entrelazan ciertas características de los personajes, actitudes o circunstancias: el padre como figura regia (a manera de héroe moral, de quien Jolicur seguía el ejemplo y escuchaba el llamado de sus huellas) y Boabdil como monarca; el derrumbe de Boabdil y la desaparición del padre (como héroe caído al igual que Boabdil, uno a causa de la muerte y el otro por la rendición), y además, Granada abatida, no físicamente sino bajo el dominio católico. Se entreteje el entramado histórico con la voracidad de la existencia.
Imbricada en el espíritu hispano, la muerte es un rito, una ceremonia, parte de nuestro ámbito cultural y de nuestra tradición. En Quebec este tema no había sido una constante en la literatura; sin embargo, paulatinamente, se ha ido incorporando en el trabajo creativo y en Jolicur descolla el modo de asumirlo y plantearlo. Podríamos imaginarnos una especie de ventana a través de la cual el ojo estético del narrador contempla el plano incomprensible de la muerte, como el vacío, o la ausencia, o como la nada, y entonces surge el diálogo desde ese ámbito metafísico o espiritual. Esa es la propuesta de Jolicur, una nueva óptica desde la cual se percibe la vida misma. Otro ámbito muy relacionado con el anterior es el fluir de los años, y así encontramos que el tiempo, inflexible y asombroso, es "muy poca cosa". No obstante, siempre hay una atadura con el pasado "algo que une, un hilo que se estira, que teje una trama, una forma, un relieve". Y una vez más, su preocupación por lo inmediato y la duración, por el destino y la fragilidad de la dicha; de ahí la importancia de la memoria.
Como en textos anteriores, se aprecia la influencia onettiana. El autor quebequense aborda lo extraño, la ausencia, el sueño que, como él mismo afirma, es "un medio para luchar contra el caos"; la alteración de lo real, los mundos paralelos, ya que generalmente las cosas no son como las observamos. Destaca sobremanera el capítulo titulado No-lugar (Intermedio), que es el reencuentro con el padre en un sueño. El padre desaparecido se percibe en la estancia, que es un sitio como aquel en donde los reyes sagrados esperan renacer a otra realidad. Jolicur une esta parte onírica con la visión arquetípica de la resurrección que abordan algunos mitos europeos.
La Silla del Moro tiene diversas vertientes: riqueza de atmósferas, virajes tanto en el ritmo como en la trama, en intensidad, en emociones, en afectividad. En el proceso de traducción, fue necesario introducirme en el espíritu del lenguaje y del relato para verter en español esa carga emotivamente lírica que mueve y conmueve y que, en resumidas cuentas, confirma que el dolor moral es el mismo en todas partes: totalmente universal. Fue necesario transmitir el ámbito evocativo que comprende no sólo la memoria histórica, sino también la memoria nostálgica. Me estoy refiriendo específicamente a las reflexiones que tocan el ámbito catártico, que abordan ámbitos de la vida y que son elementos que le dan fuerza a la textura estilística.
Este relato es un recorrido físico y una travesía espiritual que se concilian en el ámbito de una Granada cautivadora como escenario. La Silla del Moro no es sólo la montaña detrás de la Alhambra, refugio de Boabdil en momentos de conflicto, es asimismo un relato en el cual el autor quebequense vive la catarsis del duelo y reflexiona sobre la muerte –"Éter del alma en que el cuerpo se inmola"–, con una prosa forjada con fragmentos de existencia, de evocaciones, donde las palabras son memoria viva. La Silla del Moro puede considerarse como un legado sensible, existencial, que busca la trascendencia, o como escribe Louis Jolicur: "Homenaje, pretexto, llamado desde la distancia", pero también, ante la ausencia del padre, su propia respuesta para conjurar la desolación y el vacío.
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