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Angélica Abelleyra
Sofía Táboas: dejar que los materiales hablen
Transita lugares, vive los espacios y se enfrenta a los retos que le plantean la naturaleza y los materiales mutantes. Por ello, con sus instalaciones o intervenciones artísticas, Sofía Táboas (df, 1968) genera nuevos escenarios vitales con plantas que deciden su periplo independientemente de ella, o recrea con artificio los espacios que acciona en museos, galerías, casas particulares y calles.
Coqueteó desde joven con la arquitectura porque siempre se planteó preguntas espaciales. Influenciada de alguna manera por una prima que ejercitaba el oficio, y por su abuelo paterno, hacedor de mapas, su relación con ámbitos cerrados y abiertos le era condición cercana. Ya tenía interés en el dibujo, así que decidió estudiar Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la unam. Allí su maestro Guillermo Zapfe le resultó una presencia fundamental para clarificar su entender sobre el arte a partir de una enorme sensibilidad. Otro personaje que la marcó fue Guillermo Santamarina, al ampliarle su concepción sobre los soportes artísticos y acercase a formas multiplicadas de concebir cualquier espacio.
Con más de doce años en el campo artístico, cinco de los cuales los dedica a dar clases en La Esmeralda, usa maderas, helechos, focos, resinas, plásticos y un sinnúmero de materiales orgánicos, y no tanto, a fin de dar cuerpo a recintos en evolución.
Asume que su decisión por lo contemporáneo en el arte se dio de forma inconsciente, ya que para su generación no estaba tan puesta la mesa del mercado y la difusión como ahora. Pensaba entonces "esto es lo que quiero hacer" y tomaba la estafeta experimental sin pensar en las posibilidades de vender o siquiera exponer sus instalaciones, objetos o dibujos.
Quizá por los "huecos" conceptuales que advirtió al egresar de la escuela, Sofía y varios colegas abrieron un sitio alternativo que marcó época en la difusión del arte contemporáneo en los años noventa: Temístocles 44. Junto a ella, Eduardo Abaroa, Abraham Cruzvillegas, Damián Ortega, Daniel Guzmán, Luis Felipe Ortega, Diego Gutiérrez y Miguel González Casanova sumaron sus inquietudes particulares por conocer y discutir sobre las tendencias artísticas fuera de México. Entonces no estaba tan expandido internet y la información externa provenía de libros poco accesibles en el país, por lo que se reunieron en la casa de Polanco y después montaron exposiciones.
Para Sofía, aquella experiencia grupal fue más enriquecedora que la propia escuela, porque "jugamos todos los roles que involucran al arte: fuimos promotores, curadores, pedíamos becas, dábamos presupuesto de 200 pesos a los artistas, lo cual nos hacía sentirnos orgullosos, y también barríamos. Había una pasión por expandirnos e invitar a más gente a que mostrara su obra".
Como docente, si bien se divierte y aprende por el intercambio que logra con nuevas generaciones, dice que la "fiebrecilla por lo conceptual ha pasado" entre sus alumnos, aunque en ellos advierte otras expectativas frente a su vocación artística: "Siento que para los jóvenes es más importante tener incidencia en el mercado que experimentar. Aún cuando todavía están en formación, les urge ingresar ya en una galería. Para ellos es quizá más relevante cómo te manejas, que el propio trabajo. A nivel personal siento que sí, está increíble vender porque te permite pagar un taller, pero eso no debe dictarte qué hacer. Yo lidio con mi obra y trato de mantenerme protegida con o sin mercado, con la crítica a favor o en contra. Hay que recordarse en no pensar en los demás, sino en lograr materializar lo que deseas con cada proyecto."
Autora de piscinas verticales que integran la casa de coleccionistas, recreadora de tiendas de campaña sioux, o de sembradíos circulares confeccionados supuestamente por extraterrestres, se apasiona por la experiencia física con el lugar, cuyos muros, luz y atmósfera le prenden la imaginación para inventarse los materiales y su disposición.
Por del momento, prepara un Museo Imaginario Vegetal sobre las plantas que se han inventado a lo largo de la historia, a partir del hallazgo del manuscrito Voynich (siglo xii) donde se recopilan imágenes del universo, el cuerpo, la botánica. Y ella, tan fascinada por la creencia en los mitos, sucumbe con acrílicos, luces, plantas y maderas en esos rondines por la fe ciega en los absurdos que nos plantea a diario la existencia individual y colectiva.
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