La Silla del Moro
(fragmento)
Regresar es algo extraño. Recorrer las calles que en otro tiempo estuvieron plenas de sentido, reencontrar los olores, las casas, las plazuelas, reconocer rostros aunque uno no los conozca, descubrir un aire de familia en la forma de los ojos, la línea de los labios, los pómulos salientes, la nariz aguileña; luego, escuchar los sonidos, la música, las voces, los acentos, o acordarse de pronto de los códigos y los ademanes, el movimiento del cuerpo, la forma de caminar, de mover la cabeza, de captar la mirada de una mujer, de un niño, de un anciano. Ser parisino, más allá de la elocuencia, es antes que todo una manera de fumar, con frecuencia lo he pensado. En Roma, encuentro las miradas, las manos, el modo de andar, también la prisa. En Málaga, serían las sonrisas furtivas, las amplias frentes cobrizas, los cabellos color fuego cayendo en cascada sobre los hombros descubiertos, sobre la espalda arqueada, incluso a veces sobre las caderas envueltas en rojo o amarillo. En casa es otra cosa, depende en general de lo que cada quien espera; de hecho, uno puede creer lo que quiera donde quiera, incluso ahí donde nada nos es familiar de entrada. Aquí, por ejemplo. Una ciudad entre otras. Camino por ahí sin detenerme, perdiéndome en el laberinto del viejo barrio, observando todos los cambios, aceptando este, lamentando aquel otro, sorprendiéndome de jamás haber visto esta calle, este antiguo palacio, esta curiosa fuente.
Regreso a Granada como uno regresa a la infancia, miro los rostros de personas que conocí antaño, quizás, eso no importa, reconozco el olor de los frutos, de las flores, de los cigarrillos, luego el sabor del café, del aceite, de la cerveza y del vino, incluso del agua. Vuelvo a ver todo lo que debí inventar en otra época para unirme a esta ciudad, siento de nuevo la desmesurada embriaguez de comprender a hombres y mujeres tan distintos de mí. Si bien ya no pretendo poder ser yo también andaluz, me sigue fascinando la idea de compartir un poco el alma de la gente de aquí. Por fin comprendo por qué jamás sentí tal arrebato en París, ya que ahí hablo mi idioma y el esfuerzo, fuente de esta embriaguez, con toda seguridad, es inútil.
Traducción de Silvia Pratt
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