Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
Cabezalcubo
JORGE MOCH
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Leer
Reseña
de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Un canto pletórico
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
UN CANTO PLETÓRICO
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
|
Orhan Pamuk,
Nieve,
Alfaguara,
México, 2006. |
Ka es un poeta que no escribe hace más de cuatro años. Ka es un periodista que nunca ha hecho un reportaje. Ka es un exiliado sin justificación. Ka es un hombre frustrado. Salió de Turquía porque le atribuyeron un texto que no era suyo y fue a refugiarse a Alemania. Ahora, muchos años más tarde, vuelve a Estambul para asistir al funeral de su madre. Aprovechando el viaje, acepta la encomienda de un amigo periodista: investigar por qué en Kars las jóvenes se están suicidando. Así es como inicia su viaje de reconocimiento de un pasado que ya no le pertenece.
Apenas llegado a esa ciudad en el límite fronterizo con Rusia, la nieve hace notar su presencia dejando a Kars incomunicada, hecho que algunos rebeldes aprovechan para hacerse con el gobierno del sitio. Entonces Ka entrará a un mundo por completo desconocido, deslumbrante y un tanto incomprensible. Al tiempo que intenta conquistar a Ipek, un viejo amor que se ha divorciado de uno de los candidatos a la alcaldía, los más diversos personajes recurren a él para plantearle sus puntos de vista. Al parecer, su escasa fama como poeta basta para que todos lo consideren como una autoridad, como un interlocutor válido. El predominante tiene que ver con la reciente prohibición de que las mujeres ingresen con la cabeza tapada a la universidad.
Un fanatismo imponiéndose a otro. El hilo conductor de la novela es la estancia de Ka en Kars. Sin embargo, el hilo conceptual es la irresoluble discusión acerca de la occidentalización de Turquía. La pregunta que flota en el aire tiene que ver con qué es más importante, si la religión o el Estado. Sin que alcance a tomar partido por ninguna de las posturas, Ka acompaña al lector en un largo periplo en el que los argumentos logran ser convincentes siempre y cuando exista empatía con la postura de quien los enuncia. Porque el fundamentalismo también tiene sus razones. No es asunto de condenar sin siquiera comprender. Por el contrario, conforme uno se va adentrando en la novela, conforme la nieve deja sentir los estragos del frío, uno se puede dar cuenta del nivel de afectación que puede producirse por un hecho que nos parece irrelevante, porque sólo es visto desde nuestra perspectiva. Desde el que la vive, existen cuestiones existenciales y de fe que pueden estar sostenidas por un pañuelo cubriendo la cabeza, cuestiones que no alcanzamos a entender desde Occidente.
Entonces Nieve es una novela multinivel. En un primer plano se narra la presencia de Ka, su intento por entender un país que ha dejado atrás hace muchos años. Una ciudad en concreto donde podrá escribir de nuevo una serie de poemas que sólo serán entendidos a partir de la estructura de la misma nieve. También es una novela de amor y desamor, en la que se muestra cómo las tradiciones pueden llegar a valer más que los sentimientos y cómo el odio momentáneo es capaz de acabar con el amor más puro, porque traicionar a quien se ama no puede ser justificado por el manto de ninguna ideología. Es el retrato de un mundo que nos suena demasiado ajeno. Cada una de las costumbres, cada uno de los movimientos y acciones parecen salir de un contexto que nos niega la incorporación. Como si sólo pudiéremos ser espectadores pero nunca participantes de una serie de hechos que parecen investidos de la más profunda de las cargas rituales. Es una novela de ideologías, que presta su voz a cada una de ellas para acompañarlas en sus disertaciones, haciéndonos ver que es en el respeto en donde se deben encontrar las soluciones a los conflictos. Sobre todo cuando es el multiculturalismo el que impera en los destinos de una sociedad, de un país y un planeta. Es, por último, un planteamiento narrativo intenso, donde la voz autoral se mimetiza con la del narrador para hacernos ver que las cosas no sólo bien podrían ser de ese modo, sino que, de alguna forma, lo están siendo.
Foto: Reuters/archivo La Jornada |
Nadie puede poner en duda que el premio Nobel es el más alto galardón literario que existe. Eso no quiere decir que sea infalible, ni mucho menos. Como todo premio, la subjetividad alcanza a empañar las decisiones. A la hora de pensar en sus equívocos, es más fácil evocar a todos aquellos autores a los que no se les concedió. Resulta sencillo enlistar a media docena de los autores más influyentes en la literatura del siglo xx que no lo recibieron. La pregunta entonces se centra en los merecimientos de cada uno de los que lo han recibido, y se acompaña por otras que ponen en duda los parámetros literarios para su otorgamiento, argumentando que pesa más lo político para decidirse por el ganador. Las respuestas no suelen ser universales.
El caso de Orham Pamuk (Estambul, 1952) es interesante. No sólo porque era un secreto a voces que él sería el próximo ganador, sino por serlo tras dos autores mucho más polémicos o cuestionables: uno de los académicos renunció por el caso Jelinek, Pinter apenas es reconocido. Y por estar en el ojo de la tormenta de la incorporación de Turquía a la Unión Europea. Que obtuviera el Nobel no parece ser un mérito exclusivo de su persona. El que su obra sea breve, tampoco ayuda. Sin embargo, conforme el lector se va adentrando en sus novelas, al tiempo en que se deja llevar por una prosa que cobija y que muestra, se va dando cuenta de que es una literatura poderosa, de las que están destinadas a cosas grandes, de las que no se conforman con contar una historia simple.
Puede haber sido por razones políticas, ideológicas y culturales, es cierto; por un afán compensatorio o por todo un aparato publicitario, también es verdad. Pero nadie puede poner en duda la capacidad narrativa de Orhan Pamuk, mucho menos su calidad literaria. No se sabe si es mejor que los muchos que no han ganado el Nobel y más vale no averiguarlo. Aunque es posible que muchos de ellos estarían más que dispuestos a unir su voz a una literatura que ha encontrado su pleno sentido en su intento por comprender la condición social.
|