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Diéguez: Me refería a nuestro Servicio, al yis. Flores: Oh, yes, yes. Pero es que yo oí decir que lo tratabas como a un criado, todavía en sus tiempos de ministro. Diéguez: Él daba pie; era muy servil. "Sí señor presidente" para acá, "sí señor presidente" para allá. Y al mismo tiempo esa actitud como de superioridad moral, como si en su fuero interno reprobara cosas a las que por deber se veía obligado Flores: Tales como colaborar con el Yankeeland Intelligence Service. Diéguez: Precisamente. Daba la impresión de que sólo aguardaba subir a la presidencia para terminar con ese asunto que a mí, la verdad, empezaba a pesarme. Flores: Era tu mala conciencia. Diéguez: Llegó a ser una esperanza. Flores: Y por eso lo designaste tu sucesor. Diéguez: Pensé hacerlo. Luego cambié de idea, pero no importó. A la hora de la hora, yo ya no tenía ningún poder de decisión. Flores: Después de la hecatombe. Diéguez: Antes, incluso; no se hubiera llegado a eso si de mí hubiera dependido. Flores: Pues yo nunca vi que te temblara la mano para reprimir manifestaciones. Diéguez: No seas cínico, Flores. Tú eras quien propiciaba la agitación con tus alardes izquierdistas, y cuando había que poner un hastaquí, te ibas a alguno de tus viajes y el que daba la cara era yo. Flores: Como te correspondía, Diéguez, siendo tú mi ministro de gobierno. Diéguez: Pero luego aquel desgraciado, siendo él mi ministro, hace aquella mortandad y de nuevo soy yo quien tiene que dar la cara. ¡No es justo ! ¿Sólo por ser feo ? Flores: Bueno, es innegable que tu físico se presta para esos papelones Pero entonces, ¿la hecatombe te cayó de sorpresa? Diéguez: No exactamente; algún aviso tuve Un buen día se me apersona el general Barrigón, con otros dos, y me informa que se está preparando un golpe de Estado y que el ejército, con su lealtad proverbial, tomará medidas drásticas para prevenirlo. "Usted no se apure, –me dice–: está en buenas manos " De manera que algo me esperaba, pero no una hecatombe, como dices. Flores: Pensaste que sería cosa de dos o tres bueyes, no de cien. Diéguez: ¿Cien? Ojalá. Cientos, miles, nadie sabe cuántos. Y por todos me tocó responder, uno por uno, año tras año, en lo que el cáncer me carcomía. [Pausa.] Flores: Feo asunto, sí. Preferible irse rápido, de un ataque repentino –o dos, si el primero no alcanza, como me pasó a mí. [Pausa.] Diéguez: Entre un ataque y otro ¿pensaste? Flores: No hice otra cosa. Digo, no podía. Vegetaba nomás, piense y piense. Recorriendo en el pensamiento la red que urdimos. Sin noción del tiempo: allí para siempre, de hilo en hilo Diéguez: Duraste poco. Flores: Una eternidad, sea como sea. Creí que ahí me quedaba, que ese era el infierno, pero pues no. Resulta que no es nada de eso, sino nada más este flujo de nada donde las formas de la memoria se diluyen sin acabar jamás de desleírse Y de pronto estos encuentros que parecen reales, que prometen algo pero luego nada, otra vez nada. Es un infierno desesperante, pero ora sí que no es como lo pintan, ¿no crees? Diéguez: Yo pienso que lo que pasa es que todavía no nos destinan al círculo que nos corresponde. Flores: ¿Qué círculo? Diéguez: El noveno, al fondo; sección traidores a la patria. Un lago de hielo. Flores: Hubiera preferido algo más cálido, pero ni hablar; en esto de construir nuestra eternidad, trabajamos siempre a ciegas ¿Y por qué la demora? Diéguez: Porque no estamos completos. Flores: Esperamos a aquél Diéguez: No ha de tardar. Por algo nos hemos encontrado. Flores: Pero esto ya ocurrió antes, ¿o no? Diéguez: Da igual. Flores: Extraña burocracia. ¿Por qué no destinarnos uno por uno, en orden de llegada? Diéguez: Para ponernos juntos de una vez por todas. Flores: ¿Como un trío cómico-musical? Diéguez: Haz de cuenta. Flores: Los Tres Alegres Vendepatrias haciendo el balance del negocio. Diéguez: ¿No leíste la Comedia? Flores: Supongo que sí. El infierno cuando menos. Diéguez: En ese lago de hielo, el poeta ve a un traidor royendo por siempre el cráneo de otro, un obispo que lo mató de hambre: disfrutando su venganza en medio del tormento. Acaso nuestras figuras estén destinadas a una eternidad análoga. Entra Covarrubias, deambula despistado. Flores: Sospecho que pronto lo sabremos. Diéguez: ¿Es él? Flores: Quién más puede ser. Diéguez: Tan viejo Flores: El tiempo no pasa en vano, allá donde pasa. Covarrubias: ¿Qué sucede? ¿Dónde estoy? Flores: Estás muerto, Covarrubias. Diéguez: Y ahora estamos completos. Covarrubias: ¡Flores! ¡Diéguez! ¿Qué hacen aquí? Flores: Te esperábamos, muchacho. Diéguez: Con impaciencia. Covarrubias: Estoy soñando. Seguramente estoy soñando. Diéguez: Qué más quisieras, Covarrubias. Esta hora es tu hora más real, tu hora de rendir cuentas. Covarrubias: ¿Yo qué cuentas tengo que rendir? Me juzgaron, me absolvieron, me certificaron inocente Flores: Y hasta tú te lo creíste. Pero aquí no te valen tus certificados; esta es otra jurisdicción. Diéguez: Y cuentas pendientes no faltan. A mí, por ejemplo, me propinaste un golpe de Estado so capa de prevenirlo. Flores: Cometiste genocidio y guerra sucia contra el pueblo de Huaxilán. Diéguez: Practicaste la traición múltiple, alevosa y premeditada. Covarrubias: Yo lo que hago lo hago bien. Para qué quedarse en medias tintas, como ustedes dos, haciéndose de cuenta que traicionan patrióticamente. ¡Guajes, peor que guajes, huaxilanos! "Guerra sucia": ¡como si hubiera guerra limpia! Lo que importa en la guerra es ganarla, y todo se vale. Hay que estar con los fuertes, hay que quebrar a los débiles. Cobrar la parte del león, o siquiera la del chacal. Flores: Pero gobernar es otra cosa. Covarrubias: ¿Tú crees? No te enteraste, ¿verdad? Estabas ya vuelto planta. Flores: Me enteré, sí. No podía no enterarme. Me tocaba. Covarrubias: Te tocaba morirte de envidia, sí. La generación de ustedes no llegó jamás a entender la inteligencia imperial, por la sencilla razón de que sus mentes primitivas, decrépitas y retrógradas nunca supieron identificarse con ella. La alta política de nuestro tiempo les pasó por encima y apenas su sombra alcanzaron a ver. Si yo les contara todos los planes que fui tramando, los tratos que hice y deshice, los bueyes que quité de en medio, los poderes que gané, los negocios que cerré , podríamos estarnos aquí una eternidad, y a lo mejor hasta aprenden algo, aunque de nada les sirva. ¿Por dónde empezaré? Diéguez: ¡A callar! Covarrubias: ¿A quién crees que estás callando? Diéguez: A ti mismo, Alvarito Covarrubias, pendejo de mierda, imberbe lameculos. ¿Es que me quieres desconocer? Covarrubias: No, señor presidente. Diéguez asiente, satisfecho. Se mira el pie. Diéguez: Se me desató la agujeta. El otro se arrodilla a atársela. Flores contempla fascinado la escena, que se prolonga hasta que Covarrubias de pronto reacciona. Covarrubias: ¡No, no! Estoy soñando, esto es mi sueño, voy a despertar. Oscuro. Pausa prolongada. Luz a la escena del principio: encuentro de Flores y Diéguez. Flores: ¿Cuándo volveremos los tres a reunirnos en el trueno, en el rayo o en la lluvia? Diéguez: Cuando acabe de llegar aquél, porque ahora nomás somos dos. Flores: Es verdad. Como que se está tardando. Diéguez: Mala yerba nunca muere. Flores: Pero ya debería estar aquí Diéguez: Ya está más para acá que para allá, pero todavía se aferra. Flores: Cuánta desvergüenza. Diéguez: Ha de querer cosechar lo que sembró. Flores: Lo que sembramos. Permanecen inmóviles, mirando al público. Oscuro lento. |