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de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Un canto pletórico
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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
PERSPECTIVA MEXICANA DE MAX AUB (IX DE X)
España como paraíso perdido, como tumba de las esperanzas derrotadas. Atrás habían quedado las ciudades encendidas de entusiasmo:
Me acuerdo de Barcelona,
me acuerdo de España toda,
los más pequeños detalles
quedan en mi memoria.
y el paisaje contrastado, el clima espiritual del país perdido y recobrado, momentáneamente, en la poesía que, como decía López Velarde, es "el pasmo de los cinco sentidos":
¿Dónde estás, España? Por el mundo abierto.
¿Dónde estás, España? Mía, desparramada.
¿Dónde estás, España? Monte, río meseta.
¿Dónde estás, España? Siempre, siempre España.
El entusiasmo de Pérez de Ayala, Gaos, Xirau, Alberti, Cernuda, Garfías, Aleixandre, el entusiasmo de Max por "esta España que se agita porque nace o resucita", la vista por Machado y la sensación amarga de todo lo perdido.
Poesía entrecortada, urgente. No había tiempo para templar la retórica y los poemas salían desnudos, desgarrados, como trozos de carne viva:
Aprieta duro, pega, martillea, forma, trabaja; cuanto más templada más dura, más espada es una espada. ¿Qué esperas? Da, machácale, golpea.
No había resignación. Punzaba el sentimiento de que no estaba perdido todo, de que habría algún resquicio por el cual entrar de nuevo, un pueblo dispuesto a comenzar:
Más entero seré si más trocea
y combate el destino destrozado
mi alma ya para siempre esperanzada.
Más fino el cordobán si más se emplea.
Así quedó su alma: esperanza sin remedio, condenada a la heroica alegría, a hacerse más fuerte en la desolación, a hallar fuerzas en la angustia, a sobrevivir porque, lo decía Pavese: "La fortuna del hombre es estar vivo. Lo demás es miseria":
Más firme la tamiza más torcida.
Más terne cuando más arrugas ganas,
que de la huesa sácanse las canas.
Pidiendo vida andaba la poesía de Max, pidiéndola y ganándola, día a día, derrotando a la desesperación, al asco y a la muerte:
Si a descansar mañana todo sale,
y aunque sólo por eso fuera vale,
más descansa el que espera que el suicida.
Su trabajo crítico sobre la poesía española y la mexicana se volcó en prólogos de antologías. Se trata de revisiones cuidadosas del trabajo poético y de sus perspectivas. En esos prólogos proponía temas de discusión, provocaba, se abría a la polémica. Su debilidad por Juan Ramón Jiménez lo llevó a juicios excesivamente laudatorios y, necesario es decirlo, siempre honestos. En cuanto a nuestra poesía, puso en orden muchas cosas, rescató del olvido a muchos poetas y no siempre atinó en sus predicciones sobre el futuro de la poesía mexicana. Sin embargo, desató polémicas, y eso era lo que buscaba. Para él la cultura era diálogo y, en ningún momento –¿suavidad valenciana o cortesía mexicana?– personalizaba sus puntos de vista o esgrimía el deseo de agredir. Daba sus opiniones buscando respuesta, esperando los desacuerdos. Era un provocador en el sentido más vivo y rico de la palabra. Creo que, además, odiaba las mitificaciones, la petrificación de los escritores. Pensaba, con mucha razón, que el escritor vivo debe ser discutido, contestado. Del diálogo, de la discusión (y los mexicanos le tenemos miedo a esa palabra. Recuerden nuestro tono bajo y comedido, nuestras laberínticas maneras corteses y la extraña rapidez de nuestras pistolas y cuchillos, esgrimidos con la cara impávida y por las razones más estúpidas) brotan las verdades o, por lo menos, los argumentos que mantienen viva a una cultura. Nada la hiere más que la censura, la uniformidad, el elogio interesado, la politiquería de las capillas. Max estaba lejos de eso.
(Continuará)
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