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–Julián, filósofo, con bolsas debajo de los ojos y un cuerpo menos que atlético, ¿qué les ofrece a sus tres amantes locamente enamoradas de él? –Lo que les ofrece a estas tres mujeres con un proyecto de vida propio y que no están, a diferencia de Madame Bovary o de Ana Karenina, esperando a que alguien venga y las rescate, es la capacidad de congelar el tiempo. Yo creo que les descubre la lentitud frente al vértigo de una vida donde están obligadas a ser altamente competitivas, exitosas y empoderadas y todas estas palabras que antes no existían, pero que ahora definen la esencia de las mujeres postmodernas. –Retomo una pregunta que planteas en la novela: ¿Qué es el deseo, en un mundo que procura su inmediata satisfacción, y por lo tanto vive añorando la falta de deseos? –El deseo se inocula desde fuera, cuando somos niños, desde los padres, pero después a través del bombardeo de las imágenes publicitarias de los medios y las instituciones; se procura también en un sistema como éste que los deseos sean satisfechos de inmediato, y por lo tanto, la falta de deseos, la abulia y la depresión son las enfermedades endémicas de los años noventa a las que se ataca a través de fármacos, antidepresivos que se consumen en las clases medias. Un seductor como Julián acumula mujeres una tras otra. Consumimos relaciones como antes consumíamos bienes a través de una especie de zapping televisivo donde puedes cambiar de canal y probablemente el programa anterior no te satisface, ni el que viene, pero no estás dispuesto tampoco a renunciar a la ilusión de la pasión amorosa. –¿Julián encarna el mito del don Juan postmoderno? –Un don Juan no tiene miedo a la muerte y le interesa que la vida tenga un sentido, aunque sea ese sentido inmediato de encontrar en cada una de las relaciones amorosas una esperanza de felicidad. A todos nos ocurre que, como vivimos una vida altamente competitiva, inmersa en las leyes del mercado, sometidos al control de las instituciones, tenemos pocos espacios donde ejercer nuestra voluntad, donde sintamos que lo que hacemos tiene alguna repercusión. Uno de esos espacios es el propio cuerpo hacia donde se dirigen muchas de las utopías actuales. –¿La relación amorosa: un paraíso? –Sí, como ese último reducto de la utopía en una sociedad como ésta. Hemos dejado de creer que la verdad está localizada en un lugar específico y por lo tanto esa utopía ya no puede venir ni de la religión, ni de la trascendencia ni de ninguno de estos lugares que antiguamente eran un lugar natural para superar nuestra humanidad limitada. Vivimos con la esperanza de ese pequeño paraíso que es la sorpresa del encuentro amoroso. Claro que esta novela está escrita a partir de una serie de contradicciones donde todos estos mitos que hemos aprendido en torno a la relación, a la traición y a todo lo que conlleva esta dinámica, van a dar al lugar de la incertidumbre. –¿Por qué te interesa el tema del poder? –Toda mi obra habla de dos temas que están presentes en esta novela: el lugar que ocupa el poder en los distintos tipos de relación. En La corte de los ilusos era el poder del hombre público en el ámbito de la vida privada, en el de El paraíso que fuimos es el inmenso poder de la locura, que nos confronta como seres racionales y nos hace dudar al darnos cuenta de nuestra propia fragilidad, y en este caso el poder en las relaciones de pareja, las estrategias que se dan en la propia acción. Estamos utilizando las tretas de la víctima o del débil para utilizar una especie de poder por el lado izquierdo y cambiar la dinámica. Mis novelas son una contradeclaración al mundo. No entiendo la literatura como un pretexto para explorar temas de los que se ocupan otras disciplinas, como la filosofía o la psicología, o la historia, sino como una contradeclaración a una tradición de la que abrevan. –¿Muestras una visión positiva de los celos? –En la mayoría de las novelas escritas por una tradición patriarcal y desde un punto de vista masculino, los celos han sido vistos como una pasión negativa. A mí me interesa tratar la ganancia secundaria de los celos, lo mismo que la ganancia secundaria del débil cuando utiliza ese poder para otros fines. Es decir, subvertir los lugares comunes del género y empezar a explorarlos desde otro punto de vista. Tú hablaste de Julián como el don Juan que espera al final ser rescatado, y eso ya lo convierte en una suerte de Madame Bovary. Es como si el bovarysmo hubiera cambiado de sitio. Yo me he preguntado mucho si estos dos mitos: bovarysmo y donjuanismo, típicos del siglo xix, siguen teniendo vigencia como literatura en el XX y qué representarían. ¿Qué es entonces lo que buscan las mujeres en este tipo de relaciones? –¿La ironía te permitió abordar con distancia crítica el mito de don Juan? –Sin duda, porque la ironía te permite dos lecturas: la que haces si, de manera literal te concentras en la anécdota, en la historia que es vertiginosa, pero donde te ves obligado todo el tiempo a detenerte por este recurso irónico, y pensar si lo que se está diciendo es exactamente lo que significa, si más bien no quiere decir lo contrario de lo que afirma ese narrador que va cambiando de foco para verlo primero como un don Juan, después como un Narciso, finalmente como un ser profundamente frágil, quizás como Madame Bovary en su papel de seductor. |