El humor según Bergson
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
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Ricardo Guzmán Wolffer
El humor según Bergson
Vicente Fox. Foto: Guillermo Sologuren/ archivo La Jornada |
Henry Bergson, escritor y filosofo, influyó con su obra muchos campos del saber humano, desde la filosofía hasta la psicología. En La risa presenta varias hipótesis para explicar el humor.
Bergson escribió hace casi cien años, pero su percepción sobre el humor sigue vigente y explica muchos aspectos de la vida nacional que nos hacen sonreír, a veces sin entender muy bien qué está pasando, pero ciertos de que los políticos pueden ser vistos bajo la lupa del humor.
Para Bergson, un presupuesto de la risa es la insensibilidad. Es necesario apartarse de lo emocional para podernos reír; incluso para burlarnos de la tragedia o de alguien a quien queremos, es necesario hacer a un lado cualquier emoción. El señor Fox es un ejemplo. Nos burlamos de sus torpezas (jugar con su comitiva entre las estatuas milenarias de guerreros orientales; ser sorprendido por Fidel Castro y muchísimos etcéteras), pero no lo haríamos si pensáramos que el presidente nos representa ante el mundo y es muestra del nivel de la política en México. Y hablo en plural porque la risa es social. Fuera de su contexto es difícil percibir el sentido humorístico. Será por eso que no nos divierte Bush con sus pifias declarativas, que exceden incluso a las del señor Fox. Desde su primer mandato aparecieron libros para mostrar la ineficacia expresiva del vaquero norteamericano. Bergson añade que esa función social de la risa debe incluso "responder a ciertas exigencias de la vida común". En México, ante la regular ineficacia de las autoridades y la imposibilidad de remover a los grupos del poder (hay legisladores que llevan décadas pasando de una cámara a otra, intercalando encargos con otros puestos públicos, y ni se diga cambiando de partido según las circunstancias o, de plano, inventando su propio partido para heredarlo) solemos decir que es mejor reírnos de los políticos.
Bergson nos ayuda a entender la comicidad de los políticos cuando pretenden ser serios y solemnes (suponiendo que lograran hacer un discurso coherente o que sepan de lo que están hablando: las invenciones de la Gran Tagore o de Borgues pasarán a la historia no oficial), al recordar que lo cómico es inconsciente. Sólo ellos no lo ven, el resto sí, pero en cuanto lo perciben, harán el intento de modificar su comportamiento, al menos externo. La risa impulsa a aparentar lo que debiéramos ser.
Pero son cómicos los políticos no sólo por sus acciones, sino también por el aspecto físico adquirido por años de gesticular para pretender hacer verosímil el discurso comprobadamente falso. "Agravando la fealdad, llevándola hasta la deformidad, veremos cómo de lo deforme se pasa a lo ridículo." Los imitadores televisivos funcionan porque exageran los gestos característicos de cada político; la rigidez (inamovilidad) de las muecas (incluso conceptuales: los políticos gustan de reciclar eslogans y discursos) es lo que llama a la risa, pues los aleja de la renovación vital que inspira y caracteriza al ser humano. Recordamos a Fidel Velázquez en su postura inamovible frente a los micrófonos, no como el activista incansable de sus inicios, o a López Portillo, que jamás dejará de llorar en el Congreso de la Unión. Cuando la actitud del cuerpo se traduce en un simple mecanismo dejamos de ser respetables. El gesto repetido hasta el aburrimiento en las campañas políticas se vuelve ridículo. Esa mecanicidad resulta humorística cuando se traslada a lo social, especialmente a las ceremonias. Basta aislar la materia del rito para que la forma nos parezca risible. Y muchos actos políticos lo son porque prácticamente nadie percibe que la razón de su creación sea siquiera buscada. Los informes presidenciales, otrora justificados como un acto de afirmación piramidal, se han modificados según las ocurrencias de los legisladores (máscaras de cerdo, boletas como orejas descomunales, pancartas ocurrentes y supuestamente muy demandantes) o del presidente. Quien busque nuevas formas de catarsis humorísticas, las encontrará fácilmente en aquellas sesiones legislativas (pensadas como una forma de civilidad, donde las diferencias conceptuales no impidieran los consensos) en que los representantes populares se insultan y hasta se golpean.
Mientras la forma sea preferente al fondo, la comicidad estará ahí. "Las reglas maquinalmente explicadas crean un automatismo profesional comparable al que las costumbres corporales imponen al espíritu." La necedad de querer amoldar los actos a las leyes, y no las leyes a las necesidades, siempre es risible, pero sólo en la inconsciencia. Las frases de los recientes Secretarios de Gobernación al querer hacer ver que las tantas represiones policíacas fueron hechas "conforme a derecho", nos sacan un estornudo de risa inmediata
hasta que vemos a las victimas.
La transformación de la imagen del individuo en la de una cosa es de igual eficacia para obtener aspectos risibles. En algunos de sus tantos transitares legislativos, Félix Salgado gustaba de mostrarse como parte del mecanismo (no como conductor) de una motocicleta propia de un cómic, con figuras incrustadas y añadidos descomunales. Además, agrega el propio Bergson, se logra el mismo efecto con la mera intención, "fingiendo sustituir a la persona con la función por ella ejercida". Al ser inquirido en su primer informe, Fox se limitó a llamar "jóvenes" a los legisladores, para hacer ver su aparente inexperiencia, cuando era la propia la que mostraba.
Bergson y sus apuntes sobre la risa siguen vigentes.
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