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ANGELICA ABELLEYRA
IXCHEL SOLÍS: GRITO DE FORMAS CON OLOR A JAZMÍN
Una vez, dibujando en su cuarto, le llegó un aroma. Era de jazmín. Y aquel olor quedó impregnado en su nariz y su alma. Luego comenzó a soñar con seres extraordinarios, un híbrido entre enano, hada y duende sin orejas y con pétalos de aquella flor en lugar de labios. Los personajes se convirtieron en sus amigos imaginarios en la duermevela y también en protagonistas de dibujos y pinturas donde establece un diálogo con ella misma y los demás, a quienes Ixchel Solís (df, 1971) no escucha ni habla pero les dice, más allá de las palabras: aquí estoy y este es mi mundo de colores, formas, señas.
Desde pequeña es sorda profunda. Sin embargo, se formó en escuelas regulares para oyentes, donde se concentró en adquirir el lenguaje de manera oral, leyendo los labios aunque distanciada y sola. A los seis años, al hacer las primeras tareas, recortaba papelitos para construir casas o perros. Y mientras generaba confusión al deletrear lo que veía o lo que leía en otras bocas, descubrió que los lápices y pinceles podían ser sus aliados para nombrar al mundo. Pasaron los años, tenía la presencia de su tía Victoria, pintora profesional, más el olor al óleo, los cuadros en la casa que visitaba con frecuencia y un libro de Frida Kahlo que hojeó para sorprenderse con los autorretratos. Aquello era algo muy parecido a lo que ella misma pintaba de sí, encerrada en su universo de silencio, profundo y oscuro.
Al concluir la secundaria quiso dedicarse sólo a la pintura. Sin embargo, terminó la preparatoria y después ingresó de manera extraoficial a la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la unam. En calidad de alumna especial, Luis Nishizawa, Gilberto Aceves Navarro y Jesús Martínez fueron algunos los maestros de quienes aprendió a ejercitar el dibujo y la pintura. Las clases teóricas quedaban descartadas, pero las sustituyó con mucha práctica y la lectura de libros de historia del arte y de pintura. Además de autorretratos, continuó plasmando aquellos duendes con jazmines, niñas con caracoles en los oídos, y seres imaginarios con bocas y ojos de sorpresa o llanto.
Su mirada es dulce y marina, acorde a sus ojos claros y tranquilos. Pero la oscuridad y tristeza marcan a veces sus días, como cuando sufrió el rechazo de los grupos de sordos que se comunican mediante las señas y dejó de pintar, partida a la mitad entre dos mundos que no (la) entendía (n). Y es que Ixchel pasó treinta años de su vida aprendiendo a comunicarse a partir del método oral, sin conocer la cultura y el lenguaje de las señas, por lo que ha sido muy lento el proceso de su aceptación. Así, experimenta un doble rechazo: el de los oyentes que la sienten lejana, y el de los sordos que desconfían del uso (comercial) que pueda hacer del código de señas que ejercita con las manos y plasma en su pintura más reciente, la que ha mostrado desde 2002 en la Universidad de Gallaudet en Washington dc (donde han adquirido su obra), y en el Instituto Mexicano de Cultura en Washington DC.
Apasionada de la imagen, hace también trabajos de ilustración, como la Lotería de los derechos de niñas y niños (a petición de las autoridades de Cultura de la delegación Tlalpan), portadas de cuadernos científicos y de novelas.
Junto a su esposo, Mauricio (también pintor y quien la apoya como intérprete), y sus dos hijos (una niña de once y un niño de tres años), disfruta cuando se comunica, canta y juega a señas con ellos, sobre todo con el pequeño que inventa sus propio lenguaje manual, y con su hija que se esfuerza por aprender lo que es el nuevo código.
Con oficio, cargada de simbolismo y color, su obra nos revela ese lenguaje de señas tan lejano a los oyentes y nos acerca a metáforas de los universos terrenales (de los oyentes) y marinos (de los sordos) donde ella crece y se confronta, entre la integración y el rechazo. Ahora, a esos contextos añade símbolos de las culturas maya y teotihuacana que espera mostrar el año próximo en exhibiciones para la Universidad Latinoamericana (DF) y en espacios de Estados Unidos y Toronto.
En honor de aquel aroma que la marcó desde niña, adoptó como seudónimo Jazmín. Y siendo esa flor olorosa, o deidad maya de la fecundidad, o representación lunar (Ixchel), espera apertura y sensibilización de la sociedad mexicana que rechaza y discrimina a los no oyentes. También desea que la comunidad de sordos sea menos cerrada frente a sus iguales y los diferentes. "Lo que necesitamos es que estos dos mundos se sensibilicen para convivir uno al lado del otro", sonríe la pintora de este ¿sueño guajiro o posibilidad de algún mañana?
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