Portada
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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Las mujeres, los
poderes, la historia,
la leyenda
Vilma Fuentes
Dos ficciones
Gustavo Ogarrio
Javier Barros Sierra
en su centenario
Cristina Barros
Un educador en
la Universidad
Manuel Pérez Rocha
Un hombre de una pieza
Víctor Flores Olea
Javier Barros Sierra y
la lectura de la historia
Hugo Aboites
El rector Barros Sierra
en el ‘68
Luis Hernández Navarro
Domingo por la tarde
Carmen Villoro
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ISIS y el ejercicio del mal
¿Qué es el mal y para qué sirve?
Hace muchas décadas que el mal pasó de moda. Abandonar ese concepto fue uno de los efectos secundarios de tirar a Dios a la basura. Sin Dios no hacía falta Satanás o alguna encarnación del mal. Y si el mal no está centralizado, administrado y distribuido por una figura maléfica, entonces, como propuso Baudrillard, tiene que simplemente estar en todas partes, encarnado periódicamente en diferentes entidades. El mal se rehúsa a ser descifrado por la ciencia, que apenas puede darnos tímidas justificaciones de sus orígenes: en determinados casos por daño cerebral, traumas de infancia, mentalidad de rebaño y alguno que otro factor ambiental. Y si bien en la alta cultura, la academia y las artes se considera al mal como una reliquia y una caricatura, desde hace algún tiempo los fanáticos lo han desempolvado y lo han regresado a las discusiones políticas. George Bush, por un lado, invocó al Eje del Mal (siguiendo la denominación de la URSS como el imperio del mal, de Reagan) y, por el otro, organizaciones islámicas como Al Qaeda consideran que los infieles representan el mal. Ambos bandos usan la propaganda del mal como estrategia para mostrarse como las víctimas, encender pasiones, reclutar tropas y vender un discurso bélico fácil de digerir para las masas.
Paralelos históricos
El terrorismo (hacer pagar a unos cuantos inocentes por los crímenes reales o imaginarios de otros) es ahora la encarnación más popular del mal. Basta considerar la destrucción de las Torres Gemelas y la ejecución de rehenes frente a las cámaras. Pero por su parte la “guerra contra el terror” ha cobrado cientos de miles de vidas en una lucha criminal, mal enfocada y burda que de ninguna manera ha erradicado ni limitado el mal, sino que, por el contrario, parecería que las fuentes del terror se han multiplicado.
La vorágine del mal
Entre el caos y el horror de la guerra se ha gestado esa monstruosidad que llamamos ISIS, una organización fanática y criminal que en sólo un parpadeo ha capturado un inmenso territorio en el este de Siria y el norte de Irak, y ha creado lo que llaman un califato que intenta gobernar, en buena medida por la intimidación y el escarnio, a una población de entre 6 y 8 millones de personas. Toda proporción guardada, ISIS recuerda en sus métodos al Khmer Rouge camboyano y sus políticas criminales. Ambos grupos comparten un gusto por la justicia sumaria, espectacular y grotesca, la tortura, las ejecuciones públicas sanguinarias y originales (fusilamientos masivos, decapitaciones y docenas de cabezas expuestas en las plazas, así como lanzar gente desde edificios). Los dos grupos creen que los jóvenes y los niños deben acostumbrarse a ver y a participar en los asesinatos de los enemigos del pueblo. Sin embargo, el grupo liderado por Pol Pot optaba por el misterio y los secretos, mientras que ISIS es un engendro mediático ansioso por proyectar una imagen aterradora y desafiante.
El fiasco de los rehenes
La reciente catástrofe del intercambio frustrado de rehenes entre ISIS y los gobiernos japonés y jordano dieron la oportunidad a ISIS de poner en evidencia su capacidad para el mal. Inicialmente, el grupo comandado por Abu Bakr al-Baghdadi pidió una descomunal recompensa por el agente de seguridad Haruna Kurawa y el periodista Kenji Goto. Luego de asesinar a Kurawa, anunciaron que intercambiarían a Goto por Sajida al-Rishawi, una mujer presa en Jordania cuyo atentado suicida se frustró cuando falló su cinturón explosivo (su esposo y otros cómplices se volaron junto con numerosas víctimas). El gobierno jordano, en una muestra de brutal oportunismo, propuso intercambiarla, pero no por Goto, sino por su piloto derribado, Moath al-Kasasbeh. Goto fue decapitado por el verdugo británico que han denominado Jihadi John. Y más tarde, como epílogo monstruoso, quemaron vivo dentro de una jaula a Al-Kasasbeh, lo cual filmaron e incluyeron en un aparatoso video. ISIS nunca tuvo realmente la intención de perdonarle la vida a sus rehenes. La publicidad e impacto logrado con estos asesinatos valía más para ellos que 200 millones de dólares. Con este acto volvieron a generar interés en sus atrocidades (las cuales, a fuerza de repetirse, iban perdiendo impacto en el público) al convertir las ejecuciones en una especie de serie sanguinaria. Además lograron ganar cierta credibilidad al negociar con otros Estados. ISIS ha creado, deliberada y estratégicamente, una imagen que corresponde a las peores pesadillas de Occidente. El énfasis con que ISIS confecciona sus videos para el consumo externo y el desparpajo con que asesinan a miles de árabes son muy reveladores de su ideología y de sus esfuerzos por volver a poner el mal de moda.
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