Portada
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Hugo Gutiérrez Vega
Las mujeres, los
poderes, la historia,
la leyenda
Vilma Fuentes
Dos ficciones
Gustavo Ogarrio
Javier Barros Sierra
en su centenario
Cristina Barros
Un educador en
la Universidad
Manuel Pérez Rocha
Un hombre de una pieza
Víctor Flores Olea
Javier Barros Sierra y
la lectura de la historia
Hugo Aboites
El rector Barros Sierra
en el ‘68
Luis Hernández Navarro
Domingo por la tarde
Carmen Villoro
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Alonso Arreola
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Por más que el tiempo sople
Múltiplo de cinco, el año 2015 despierta al monstruo de las efemérides sonorosas, ese gigante que se complace saboreando fechas redondas y sin espinas, contando lustros como un niño cuenta burbujas de jabón. ¿Las razones? Pese a que en todo momento la historia observa su pasado hilando coincidencias con cada ciclo, es insoslayable que los años terminados en cinco o cero (en el calendario occidental por lo menos) representan mayor valía colectiva por alguna vieja arbitrariedad ritual. Digamos que esos aniversarios se viven con más justificación, como si los puntos que los separaran no fueran tan… ¿legítimos? Por ello, si pensamos en el aniversario veinticinco de algo o alguien, parecen importar menos los subsecuentes del veintiséis al veintinueve. No así el treinta, frente al que ninguno luce tan especial. Dicho esto, sucedió que recién llegados (nosotros) a las cuatro décadas, nos pusimos a buscar álbumes con la misma edad pero que sintiéramos vigentes; discos que sabemos recibirán al turismo de los melómanos memoriosos durante 2015.
Hablando privativamente de rock anglosajón podríamos alabar, sin irnos tan lejos en el tiempo, discos influyentes nacidos hace apenas veinte años. Allí están The Bends, de Radiohead; Post, de Björk; (Whats the Story) Morning Glory?, de Oasis; Exit Planet Dust, de los Chemical Brothers; Mellon Collie and the Infinite Sadness, de los Smashing Pumpkins y Different Class, de Pulp. Podríamos remontarnos veinticinco años para recordar el imprescindible Violator, de Depeche Mode; el Goo, de Sonic Youth o el Bossanova, de los Pixies. Podríamos viajar treinta años atrás para celebrar el Hounds of Love, de Kate Bush. O retroceder treinta y cinco para observar el debut epónimo de Iron Maiden y el Back in Black, de ACDC. Sí, podríamos hacer eso en 2015, pero dicen los ingenuos que la “la vida comienza a los cuarenta”, así que…
Jimmy Page |
El disco más luminoso lanzado en 1975, según nosotros, fue Physical Graffiti, de Led Zeppelin. La pieza inaugural, “Custard Pie”, presenta un ritmo en shuffle (atresillado) sobre el que dialogan con sapiencia la guitarra de Jimmy Page y el bajo de John Paul Jones, coincidiendo apenas en lo esencial. Hay riffs (frases rítmico-melódicas) típicos del conjunto, como en “The Wanton Song”, pero la base armónica en bloque prevalece como soporte de la voz a lo largo del álbum. Luego de cinco trabajos en estudio, en éste de Zeppelin escuchamos menor estridencia, mayor madurez. Ejemplo son los slides (glissandos) controlados de “In My Time of Dying” o, por supuesto, las cuerdas de “Kashmir” con sus aires arábigos.
Otros discos fundamentales de Inglaterra que también cumplen cuarenta años son el Wish You Were Here, de Pink Floyd y el segundo homónimo de Fleetwood Mac. Así, mientras los británicos compactaban la psicodelia, el blues y la música clásica en el imaginario de un rock-pop grandilocuente, los compositores estadunidenses caminaban las calles de Nueva Jersey, Brooklyn, Nueva York y Chicago al son del Born to Run, de Bruce Springsteen; del Still Crazy After All These Years, de Paul Simon; del Metal Machine Music, de Lou Reed y del Horses de Patti Smith. Eso por no hablar del Blood On The Tracks, de Bob Dylan; el Toys In The Attic, de Aerosmith y el Kiss Alive!, de Kiss. Una época prolífica, sin duda.
Sin embargo, y por sobre todas las canciones que viven en esos discos (¡que vengan las diatribas!), lo más importante del año 75 es el nacimiento de la “Rapsodia Bohemia” de Queen en el álbum A Night At The Opera. Esa canción cambió de manera tajante la concepción de los llamados singles o sencillos, pues su sola elaboración requirió de cuatro estudios de grabación y muchas duplicaciones de canales para los coros, algo no visto hasta entonces. Hoy se sabe que fue la producción más cara y retadora de su tiempo para una sola pieza y que, gracias a ella, muchos programadores de radio cambiaron sus criterios. Claro que hay antecedentes en el art rock de Yes y muchos de sus congéneres, pero no en el pop.
Hablando sobre su estructura, son evidentes la influencia clásica y el gran conocimiento armónico de Freddy Mercury, su autor, quien la compuso al piano. Como se ha analizado a lo largo del tiempo, tiene seis secciones y ninguna se repite: introducción, balada, solo de guitarra, parte operística, rock y coda. Mucho se ha dicho a propósito de su letra y su misterioso asesinato. No abundaremos en ello. Solo imaginaremos –mientras la escuchamos asombrados– esos cuatro rostros del clásico videoclip flotando sobre un pastel con cuarenta velas que no pueden ser apagadas, por más que el tiempo sople. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.
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