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Orlando Ortiz
¿En verdad nada ha cambiado?
En cierta ocasión, dos amigos caminaban tranquilamente cuando pasó volando una paloma y se zurró en la cabeza de uno de ellos. El otro lo vio y dijo: qué suerte tienes, carnal. ¿Suerte –preguntó mientras se limpiaba el excremento– porque me cagó una paloma en la cabeza? Sí, suerte, porque imagínate cómo estarías si las vacas volaran.
Recordé esa anécdota porque tiendo a ser un tanto huraño, y cuando me presento en público, por el motivo que sea, ya en el diálogo con los (generalmente escasos, pues no soy un autor de cartel) asistentes surge la pregunta, o más que pregunta, la aseveración de que nada ha cambiado desde el siglo pasado; en pocas palabras, se niega que la lucha por la democracia haya servido para algo; con la mano en la cintura borran de un plumazo, para no ser exhaustivos, el movimiento estudiantil de 1968 y eso que nunca se menciona: las guerrillas que surgieron a raíz del movimiento citado y que tal vez fueron aplastadas durante la guerra sucia (porque estaban mal organizadas, mal armadas, porque eran más voluntaristas que requerimientos oportunos, etcétera) pero que de alguna manera hicieron su aportación a la lucha por la democracia en el país. Muchas vidas de jóvenes y no jóvenes fueron quedando en el camino hacia esto que ahora se pretende negar. Con tranquilidad asombrosa se asevera que nada ha cambiado. Aceptaría, tal vez, si se dijera “ha cambiado muy poco”, pero jamás aceptaré la aseveración de que nada ha cambiado. Tal vez los cambios han sido mínimos, tal vez no han sido los que se necesitaban, tal vez han sido insuficientes, tal vez. Pero ha habido cambios.
Los llamados “datos duros” operan en contra de mi aseveración, según parece, pues la deuda pública ha crecido escandalosamente, y esto era previsible, pues históricamente los gobiernos priístas han “resuelto” los problemas políticos y sociales recurriendo al endeudamiento, y con el regreso de este partido al poder era de esperarse que la deuda creciera aceleradamente, lo cual ha ocurrido con la agravante de que la velocidad ha sido mayor de lo que se esperaba.
Por otra parte, también con base en “datos duros”, ha sido brutal la caída del poder adquisitivo del salario. Instancias especializadas en averiguar esas cosas revelan que, de acuerdo con sus estudios, en los últimos cuarenta años a los trabajadores les ha correspondido la parte menor de la riqueza del país. En 1975 les tocaba, aproximadamente, el 40.2 por ciento del PIB, y en la actualidad a duras penas alcanzan el 27 por ciento. Obvio que esa diferencia de 13 por ciento, aproximadamente, ha ido a parar a la bolsa de los capitalistas y políticos corruptos, acentuando así la polarización, pues el número de pobres ha crecido y el de ricos se ha reducido o, mejor dicho, ha crecido muy poco, o nada, porque siguen siendo los mismos pero en conjunto han concentrado la mayor parte de la riqueza que se produce en México.
Los sindicatos... creo que ya nadie se acuerda de qué cosa son, su extinción es ya inminente. Antes, eran “blancos”, ahora, los pocos que han sobrevivido son transparentes, pero no porque sus negociaciones y recursos se manejen con transparencia. Más que transparentes, son invisibles: ya no se ven. A lo anterior podríamos agregar que aunque según declaraciones oficiales se han generado “muchos” empleos, la verdad es que se han generado “muchos menos” de los necesarios para que no aumente el número de desempleados: se generó uno pero diez se perdieron, en todos los sectores (público y privado). En el campo los ejidatarios, ya también en vías de extinción, y los parvifundistas no logran salir del hoyo y deben emigrar a las ciudades o al gabacho; la corrupción sigue permeando todas las instancias de las administraciones, públicas y privadas. No dejamos de oír, por un lado, declarar a las autoridades que la inseguridad se ha reducido, que cada vez hay menos secuestros y muertos, y por otro lado, como monstruos inoportunos y siniestros, aparecen los fantasmas de Tlatlaya y de Iguala. ¿Y la delincuencia organizada? Bien, gracias por preguntar, la saludaré de su parte. Los males, en fin, son muchos y tal vez más que los existentes a mediados del siglo pasado. No obstante, insisto, las cosas han cambiado. ¿Para bien o para mal? Es la réplica inmediata.
Hay algo de lo que estoy muy seguro: en mi próxima aparición en público, si surge la tan malhadada pregunta, o mejor dicho, el tan sobado comentario de que nada ha cambiado, de que todo sigue igual que en el siglo pasado, tendré que responder: Imagínense entonces lo que sería si Pinochet y Videla... perdón, quise decir: si las vacas volaran.
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