Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 16 de noviembre de 2014 Num: 1028

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Revueltas y Paz:
la confrontación
postergada

Evodio Escalante

Pájaros de barro
Juan Antonio González León

Neoliberalismo,
educación y juventud

Miguel Ángel Adame Cerón

Ayotzinapa
Mariángeles Comesaña

Las normales
de Warisata y
Ayotzinapa: puentes

Boris Miranda

Columnas:
Perfiles
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 
 

Hugo Gutiérrez Vega

Notas sobre la historia de la prensa (VI DE VIII)

La prensa doctrinaria que difundía las ideas revolucionarias tuvo que refugiarse en el clandestinaje y fue objeto de toda clase de persecuciones. El sistema permitía la crítica, pero la manejaba a su antojo, y sabía cómo mediatizar las voces disidentes. Esto no nulifica los esfuerzos hechos por los escritores independientes que prestaban sus servicios a las empresas periodísticas de la burguesía. Todo lo contrario, la complejidad del sistema represivo agrega mérito a quienes no aceptan sus premisas básicas y mantienen su racionalidad en un mundo ocupado por la irracionalidad del orden burgués. Asimismo, es necesario señalar la meritoria labor de algunos periódicos estadunidenses, franceses, ingleses, mexicanos, etcétera, que, manteniéndose siempre en el filo de la navaja, conservaron algunos rasgos de independencia y abrieron sus páginas, especialmente las de las secciones editoriales, a los escritores libres e impugnadores del sistema. Este reconocimiento nos impedirá adoptar una actitud maniquea y maximalista al acercarnos a los problemas de la información en nuestros días.

Los gobiernos de la burguesía, en los primeros años del siglo XX, se enfrentaban a los conflictos que el pensamiento político clásico ha llamado “pugnas interburguesas”. En estas coyunturas, los periódicos encontraban grandes oportunidades para negociar y para intervenir en las pugnas, defendiendo los intereses del grupo que pagaba mejor sus servicios. Bien conocida es la técnica periodística que consiste en no tomar partido en los inicios de un problema y en ir ubicándose al lado de uno de los grupos contendientes durante el “nudo del conflicto”. De esta manera, la prensa se convierte en un elemento capaz de orientar el desenlace de los acontecimientos. Muchos periódicos estadunidenses utilizan estas técnicas para influir, no precisamente por razones críticas, en el desarrollo de los acontecimientos políticos. La campaña de Hearst contra McKinley es un buen ejemplo de esas maniobras periodísticas que el público, generalmente, no está en actitud de conocer e interpretar.

Decía, al principio de este bazar, que la libertad de prensa es, a pesar de todo, uno de los pocos recursos que nos quedan para evitar el establecimiento del control total del mundo y de las actividades humanas. Aún quedan periódicos que mantienen, a pesar de las dificultades derivadas de las estructuras políticas y sociales en las que funcionan, un principio crítico (precario, por muchos conceptos) que nos obliga a aferrarnos, como a una tabla de salvación, a la idea de la libertad de prensa y a los derechos, cada día más menoscabados, que de ella se derivan.

Lenin, que tuvo que enfrentarse a los rigores de la censura zarista, consideraba que “no existe otro medio de educar a las organizaciones políticas más que un periódico para toda Rusia”. Para lograr sus propósitos de dar coherencia y unidad a la lucha de los grupos de Partido Comunista ruso, creó el periódico Iskra. Su idea era que el órgano periodístico actuara como organizador, que difundiera los programas políticos, las consignas partidistas, y que cumpliera, también, las tareas de proselitismo y de “apoyo a toda protesta y a toda explosión” capaces de acelerar la llegada de la revolución.

Para Lenin, el periódico del Partido debía ser un organizador social, una tribuna en la que pudieran expresarse los problemas políticos y sociales, así como un instrumento importantísimo para la formación de los dirigentes de los cuadros del Partido. El plan de Iskra consistía en promover una “disposición combativa” y la formación de los dirigentes a través de un “enjuiciamiento sistemático y cotidiano de todos los aspectos de nuestra vida política”.

(Continuará)

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