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Evodio Escalante
Hermanos de sangre y a la vez escritores en conflicto, tal podría ser una rápida caracterización para designar los períodos de confluencia y de desencuentro que marcan de modo alternativo la relación entre José Revueltas y Octavio Paz. Hermanos de sangre no sólo debido a que pertenecen a una misma generación, la que conocemos como generación de Taller, sino porque la etapa formativa del cardenismo coloca sus respectivos proyectos de vida a la sombra del ideal socialista, al que me parece que nunca habrán de renunciar ni el Revueltas “autogestionario” de los años sesenta, ni el Paz cada vez más proclive a adoptar las posiciones neoliberales de las tres últimas décadas de su vida. Ambos viajan muy jóvenes al extranjero, Revueltas a Moscú en 1935 como representante del Partido Comunista de México al VI Congreso de la Juventud Comunista; Paz a Valencia como delegado en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas de 1937. Ambos realizan trabajo militante en Mérida, Yucatán; Octavio Paz da clases en una escuela para obreros y campesinos, como parte de un plan cardenista de educación popular; dos años después, Revueltas hará algo semejante: estará en Mérida para dar cursos de historia de México y realizar otras tareas menores por encargo de la organización en la que milita. Como resultado de esta experiencia, Paz escribe los borradores de un notable poema de protesta que se publicará unos años después con el título de “Entre la piedra y la flor” (1943), mientras que Revueltas, que ocasionalmente también escribe poesía, redacta “Nocturno de la noche”, dedicado a Efraín Huerta. Es curioso advertir que ambos escritores comparten una misma visión destructora con la que acaso intentan acabar con el estado de cosas entonces prevaleciente. La estrofa final de “Entre la piedra y la flor”, a la que antecede una violenta requisitoria contra el poder del dinero digna de Ezra Pound, lo expresa con esta invocación: “Dame, llama invisible, espada fría,/ tu persistente cólera,/ para acabar con todo,/ oh mundo seco,/ oh mundo desangrado,/ para acabar con todo.” De modo semejante, el poema de Revueltas anota: “Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros,/ […] que quede nada más un grito clamando, herido eternamente,/ y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso/ para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.”
Dos lecturas alemanas dejarán huella imborrable en ambos. Paz lee de modo obstinado a Novalis y Revueltas hace lo mismo con los Manuscritos económico-filosóficos del joven Marx, muy próximo no sólo a Hegel sino al espíritu de los Fruhromantik alemanes. En Paz, Novalis será el puente que hará más fácil su tránsito a la órbita surrealista y una de las presencias que guían la redacción de El arco y la lira; en Revueltas, la teoría de la enajenación, tal y como aparece en este Marx juvenil, recorrerá toda su obra y habrá de culminar con la Dialéctica de la conciencia, texto testamentario que se publica de manera póstuma. No sólo esto. Los dos se perfilan como críticos tempranos de las desviaciones de la idea comunista. Revueltas arremete contra el dogmatismo partidario y la estética del optimismo a ultranza al que obligaban los cánones del “realismo socialista” en su novela Los días terrenales (1949), mientras que Paz denuncia los “campos de concentración” soviéticos en un artículo que habría de publicar Bianco en la revista Sur a principios de los años cincuenta.
Al lado de las inevitables concordancias de época y formación, aparecen también los signos de la discordia, no podía esperarse menos dado el temperamento crítico que los caracteriza. En mayo de 1943, ya con un pie en el estribo de un viaje que lo llevaría pertrechado con una Beca Guggenheim a vivir a Estados Unidos, Octavio Paz publica primero en el Novedades y poco después en Sur, una demoledora y me parece que injusta reseña de la novela que acaba de dar a conocer Revueltas: El luto humano (1943). Aunque la obra había merecido el primer lugar en el certamen nacional de novela, lo que le daba derecho a participar representando a nuestro país en el concurso convocado por la Unión Panamericana de Washington, a Paz no le parece que esta sea de verdad una novela, de este talante es el impulso derogatorio que recorre su texto. La prisa y la pereza con la que ha sido escrito El luto humano condenan a la obra a quedarse en una tentativa y en una suerte de exorcismo ritual, a partir del cual su joven autor podrá de seguro tramar ahora sí una verdadera novela. Los personajes están mal dibujados, la acción se interrumpe cada vez que un personaje, antes de morir, hace un recuento de lo que ha sido su vida. Además, en opinión de Paz, el texto de Revueltas está contaminado de sociología, religión e historia pasada y presente de México. En términos literarios, la prosa del autor le parece insatisfactoria: “Otro tanto ocurre con su lenguaje, a ratos brillante, a ratos extrañamente torpe, desaliñado y siempre con un lastre de lirismo sin empleo.” No acaba aquí el dictamen. En seguida, Paz agrega, casi a manera de remate: “También son notables su torpeza para relatar –que nace, seguramente, de esa incapacidad de ciertos escritores para decir las cosas de un modo sencillo– y sus frecuentes confusiones de tiempo y espacio. A la novela le falta el sentido del tiempo, de la duración tanto como del suelo.” Como si anticipara de manera visionaria los juicios que apenas una década después habrá de merecer Pedro Páramo, de Juan Rulfo, Paz sentencia, implacable: “Todo esto contribuye a que la acción deshilvanada transcurra en una atmósfera pantanosa, en la que a veces desaparecen sus fantasmales personajes.”
Foto: Manuel Álvarez Bravo |
La siguiente estación dentro de esta escalada retórica para hacer trizas el texto de su compañero de generación consiste en negarle la adscripción al género novelístico. El texto le parece a Paz brillante y confuso a la vez, una extraña mezcla de mito, historia y obsesiones de tipo personal, todo junto sin orden ni concierto. Afirma Paz: “Seguramente Revueltas no ha escrito una novela pero, en cambio, ha hecho luz dentro de sí. Seducido por los mitos de México tanto como por sus realidades, él mismo se ha hecho parte de este drama que intenta pintar. Dotado de talento, de fuerza imaginativa, de vigor y sensibilidad nada comunes –y devorado por una prisa y una pereza que no le permiten, por lo visto, reparar en sus defectos–, José Revueltas puede escribir ahora una novela. Pues en esta tentativa se libra de todos sus fantasmas, de todas sus dudas y de todas sus opiniones.”
Paz lo podría haber resumido en la friolera de dos palabras: El luto humano le parece en términos freudianos una descarga libidinal. Un documento, acaso muy revelador, a veces insondable y hasta misterioso, pero documento al fin, y no una novela como tal. Recurriendo a sus dotes de crítico de arte, que ya entonces empezaban a manifestarse, lo reitera Paz en los siguientes términos: “Como ocurre con gran parte de la pintura mexicana, que muestra un gran vigor que muchas veces queda fuera de la pintura, fuera del cuadro, Revueltas ha acumulado, sin orden ni concierto, toda su gran potencia plástica y adivinatoria, pero sin que haya logrado aplicarla a su objeto: la novela.”
Después de clavar el puñal a la víctima, hay que retroceder dos pasos para que no salpique la sangre. Esto es lo que hace en seguida Paz: “¿Qué es, en resumen, lo que le reprocho a Revueltas? Le reprocho –y ahora me doy cuenta– su juventud; pues todos esos defectos, su falta de sobriedad en el lenguaje, ese deseo de decirlo todo de una vez, esa dispersión y esa pereza para cortar las alas inútiles a las palabras, a las ideas y a las situaciones, esa ausencia de disciplina –interior y exterior–, no son sino defectos de juventud.” A pesar de los pesares, algo ha de haber en El luto humano de positivo que se pudo haber escapado en la recensión y que hay que expresar así sea de último momento para que no se diga que el balance fue todo él injusto: “De cualquier modo Revueltas es el primero que intenta entre nosotros crear una obra profunda, lejos del costumbrismo, la superficialidad y la barata psicología reinantes.”
Imagino que Revueltas pudo muy bien haber contestado este texto aduciendo cuando menos tres razones. En un artículo de respuesta o en una carta abierta que se habría reproducido de modo pertinente en el periódico Novedades, habría anotado algo como lo que sigue: “Estimado Octavio: Me sorprende, primero, que mi libro recién aparecido El luto humano, del que te ocupas en una reseña, te parezca tan mal escrito que ni siquiera le concedes que pertenezca al género novela. Por fortuna, los miembros del jurado que la seleccionaron para representar a México en el concurso interamericano de novela de la Unión Panamericana –todos ellos personas conocedoras y expertas en el asunto– pensaron de otro modo. Con ello me sobra y me basta. Segundo: Me extraña igualmente que encuentres que la narración de mi novela está deshilvanada y que la atmósfera es pantanosa al tiempo que se desdibujan los personajes de la misma. De seguro tus lecturas están orientadas a la novela costumbrista decimonónica, que conoces bien gracias a la biblioteca de tu abuelo Ireneo Paz, y es esto lo que prejuicia tu lectura, impidiendo que aceptes como válidas formas más modernas de narración, que son las que a mí me interesan. Tercero, y último, lamento informarte que tu reseña es autocontradictoria. Me reprochas, y te cito de modo textual, que incurra en una falta de sobriedad en el lenguaje y que peque por exceso de un lirismo mal utilizado. Perfecto. Pero al final de tu nota, justamente lo que alabas de mi novela es que se aparte por fin del costumbrismo, la superficialidad y la barata psicología reinantes. ¿En qué quedamos? Justamente, para darle la vuelta a este costumbrismo, a esta banalidad y a esta barata psicología que tú mismo denuncias es que he creído necesario recurrir a un lenguaje recargado, en gran medida lírico, y que toma distancia del uso denotativo y hasta periodístico que prefiere la mayoría de los narradores de este país. Este lenguaje es el que verdaderamente me representa.”
Nunca faltan razones para responder a la bilis de un opositor, así sea éste un destacado miembro de la propia generación. Lo extraordinario del asunto, y lo que sigue permaneciendo enigmático, es que Revueltas no contestó. Quien calla, otorga, asegura el refrán. ¿Por qué este silencio, no sólo inexplicable, sino también ominoso? ¿Por qué se quedó Revueltas mudo y como sin argumentos?
Foto: epistografo.com |
Aunque escritor eminentemente crítico, pertrechado además con las armas ideológicas del marxismo, del que él llegó a ser en México uno de los más agudos representantes, Revueltas, me lo sospecho, estaba lastrado por su inicial formación religiosa como lector de vidas de santos y por su temprana afición a los Evangelios. Era un ateo de “hueso colorado”, como luego se dice, y un marxista consecuente con una envidiable formación teórica y filosófica, pero este aspecto de su personalidad se daba sobre un trasfondo de profunda religiosidad, que no lo abandonará nunca. Los títulos de algunas de sus publicaciones ya lo indican de modo significativo: Dios en la tierra, Los días terrenales, Los motivos de Caín, En un valle de lágrimas… Pues bien, el Evangelio de Mateo nos deja leer: “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa.” Sólo una interiorización de estos consejos evangélicos, acordes sin duda con un tono o una contextura proclive a la desvaloración de la persona, puede explicar el silencio de Revueltas ante sus críticos y opositores. Se diría, todavía más, que su reacción inmediata era la de concederle la razón a su contrario. Como si estuviese congénitamente incapacitado para responder por su propia obra y para salir en defensa de ella.
Pasan los años y otras circunstancias modulan lo que podríamos llamar la conjunción y la disyunción que acompaña la vida de estos dos escritores. Paz publica en 1950 lo que es acaso su libro ensayístico más celebrado, El laberinto de la soledad. Aunque Revueltas también se interesó durante unos años en la llamada “filosofía de lo mexicano”, no parece haber ninguna referencia en sus textos a esta obra fundamental. En México: una democracia bárbara (1958), Revueltas incluyó una sección titulada “Posibilidades y limitaciones del mexicano”. Aunque éste es sin duda un punto de confluencia, las alusiones a Paz, a Uranga, a Ramos y a otros representantes de lo “mexicanero” en filosofía brillan por su ausencia. El Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962), memorable por muchas razones, entre otras, por el conocimiento de la historia de México que ahí despliega su autor, acaso intenta polemizar con un ideólogo reformista como Vicente Lombardo Toledano pero nunca con Paz.
En algún pasaje de su Diario de Cuba, según vemos en el segundo tomo de Las evocaciones requeridas, se localiza una leve referencia que aquí interesa. En conversación con sus amigos Joaquín Sánchez MacGregor y Ramón Martínez Ocaranza, que se encontrarían también en la Isla en los años iniciales de la Revolución, sale a relucir el nombre del autor de El laberinto de la soledad. A decir del poeta Martínez Ocaranza, las meditaciones de Paz serían a la vez “brillantes y disparatadas”. Lo que Revueltas agrega de su ronco pecho sería lo siguiente: “Pienso, pero no lo digo, porque de pronto no recuerdo de quién es la imagen: el pensamiento de Octavio Paz se dispara al aire. (Después me acuerdo que es Engels el que lo dice, en algún lugar: pensamientos que se disparan al aire. ¡Qué justo por cuanto a Paz!: todo él se dispara al aire; es un castillo pirotécnico, la pólvora de un torito de feria. Cuando menos en sus intentos de reflexión filosófica.”
¡Lástima que esto se haya quedado como una meditación personal que Revueltas ni siquiera compartió en ese momento con sus interlocutores!
Luego viene el ’68. Octavio Paz no sólo renuncia a la Embajada de México en India, sino que escribe un poema, “México: Olimpiada de 1968” condenando la matanza de Tlatelolco. A mayor abundancia, en este poema, como ha demostrado de manera fehaciente el investigador de la Universidad de Cornell, Bruno Bosteels, Paz incorpora en cursivas unos versos que habría tomado de la correspondencia alemana de Marx. Gesto de radicalidad política y a la vez poética que no tiene antecedentes entre nosotros… Revueltas se rinde ante el genio de Paz, quien además, acompañado de Marco Antonio Montes de Oca, lo visita una vez en la cárcel. Conmovido hasta los huesos por este gesto, Revueltas le escribe a Paz que su compañero de celda, el joven Martín Dozal está leyendo sus poemas en la prisión: “Hay que darse cuenta de todo lo que esto significa, cuán grande cosa es, qué profunda esperanza tiene este hecho sencillo.” Revueltas da rienda suelta a su impulso lírico: “No, Octavio, el sapo no es inmortal [alusión al siniestro “cacique gordo de Cempoala” del poema “El cántaro roto” de Paz], a causa, tan sólo, del hecho vivo, viviente, mágico de que Martín Dozal, este maestro, en cambio, sí lo sea, este muchacho preso, este enorme muchacho libre y puro.”
Revueltas fallece cuatro años después de salir de la cárcel, en abril de 1976. A finales de ese mismo año, Octavio Paz da a conocer “Nocturno de San Ildefonso”, incluido en el libro de poemas Vuelta. Este poema, que viene ya de regreso del impulso contestatario que había distinguido al Paz de una época mejor, sostiene lo que sigue a propósito de los ideales socialistas que caracterizaron a su generación: “El bien, quisimos el bien:/ enderezar al mundo./ No nos faltó entereza:/ nos faltó humildad./ Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia.” Subrayo la palabra inocencia y me pregunto ¿qué habría pensado Revueltas en caso de poder leer este poema? ¿Es que acaso la inocencia es un valor político o revolucionario? ¿Se trata de ser inocentes para hacer la revolución? Ahí mismo señala Paz, con un dejo de amargura: “La rabia/ se volvió filósofa,/ su baba ha cubierto al planeta.” Me pregunto, ¿el marxismo es acaso esta filosofía de la rabia a la que se refiere Paz? Para rematar, casi en seguida. “La historia es el error.” ¡Tremendo dicterio! ¿Esto quiere decir que los jóvenes iracundos, de los que habla Efraín Huerta en su extraordinario “Borrador para un testamento”, donde está incluido por supuesto Paz, estaban equivocados? Yo no creo que José Revueltas, de haberla leído, hubiera comulgado con esta retractación de alguien que calumnia a la historia y la pone entre paréntesis como si practicara una insidiosa epojé auxiliado con las armas de la santa poesía. Los errores, en dado caso, contestaría Revueltas, son constitutivos de ese ser radicalmente insatisfecho que es el hombre, ser erróneo por excelencia que no puede establecerse en ninguna parte, pero esto no implica despachar con un dictum el laborioso trabajo de la Historia que es, a fin de cuentas, la que nos constituye y nos otorga dignidad en tanto seres actuantes y pensantes.* No descalificar a la historia, sino asumirla: esta es la gran lección de Revueltas.
*Las reflexiones de Revueltas acerca del carácter intrínsecamente “erróneo” del ser humano se encuentran en José Revueltas, Los errores. México, Ediciones Era, 1979, de modo específico en el capítulo VII.
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