Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 27 de julio de 2014 Num: 1012

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Víctima colateral
Víctor Ronquillo

Poesía reciente
de Michoacán

La vida o la bolsa:
ser parisiense o morir

Vilma Fuentes

El zombie como representación
Ricardo Guzmán Wolffer

Historias al margen
del Segundo Imperio

Andreas Kurz

Breve, por favor.
La minificción

José Ángel Leyva

Leer

Columnas:
Galería
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

De frivolitatis

Quizá lo parezca, pero la frivolidad no es inocua. Por lo tanto, no basta con hacer caso omiso de ella, como quien prefiere mirar hacia otro lado, pensando tal vez que la trivialización –de cualquier cosa– se consume en sí misma, sin consecuencias más allá de un ámbito propio que, si fuera cierta la naturaleza según esto inane de lo frívolo, se supondría bien focalizado y de dimensiones tan discretas que ciertamente anularían cualquier interés. Si la postura frívola no rebasa los límites de lo personal, ésos sí pequeños e inatacablemente privados, ni derecho a la intromisión ni para qué meterse: allá quien quiera consumir y consumirse metido en su muy inalienable desimportancia.

Muy otra cosa sucede cuando la puesta en práctica de la frivolidad involucra a un fenómeno social, como de hecho es una producción cinematográfica de cualquier índole, desde el más costoso y promocionado de los blockbusters, hasta el más pequeño, económico y semiclandestino de los cortometrajes, por sólo mencionar dos extremos.

Es tan obvio que acaba por olvidarse: la responsabilidad es la primera condición de todo producto  social, es decir aquello que uno o más individuos insertan en su sociedad, sin importar el principal cometido que se hayan planteado: ganar mucho dinero, hacerse famosos, obtener premios, mover a la reflexión, sólo entretener, despertar o adormecer conciencias, etecé. Quieran o no, aquello que sale de sus manos –de sus bocas, plumas, cámaras de cine o de foto– moldea la percepción que, de sí misma en general y de este o aquel elemento constitutivo en particular, tiene un grupo social.

Otra obviedad: aunque se diga lo contrario, la frivolidad no necesariamente integra, y mucho menos equivale, al sentido del humor, que camina por sus propias rutas y es capaz de funcionar como un vehículo mucho más poderoso que la solemnidad, la seriedad y otras rigideces, para la transmisión de eso otro que con el humor quiere dejarse en una audiencia.

Dicho todo lo anterior queda salvada toda tentación de intolerancia para sostener, a continuación, que si se considera su importancia en términos de alcance, afectación social, gravedad y persistencia, así como parcialización y distorsión mediáticas, el problema del narcotráfico puede por supuesto –y así es manejado con frecuencia y buenos resultados– abordarse desde la perspectiva del humor, pero nunca desde la trivialización y la frivolidad. Quien así haga es un perfecto irresponsable, y cabe añadir a su  cuenta oportunismo, sensacionalismo, simplismo y otros baldamientos.

No que sean de poca monta las torpezas argumentales y las fallas francamente groseras del guión, carcomido de inconsistencias y anacolutos. Tampoco es que no importen la dirección risiblemente enclichada, efectista a más no poder –y para peor tratándose de un thriller, género vilipendiado más que otros a la hora de aplicarle recetas archisobadas–, o la postproducción que, vaya a saber a qué podrá deberse el autogol, se obstina en embonitar algo de suyo feo y de lo cual quiere decirse eso: que es feo, como por supuesto lo es la violencia bárbara, inhumana, del narcotráfico, lo mismo que la amoralidad y el degradado ético de quien se ha corrompido. No es que se omita deplorar un desempeño histriónico rebasado por sí mismo desde el flanco de quienes creen que actuar es ir luciendo cada minuto un poco más antinatural.

No es, en resumen, que en cuanto a estricta realización cinematográfica no haya sobreabundancia de rubros dignos de reproche, sino lo pronto y lo mucho que esas falencias palidecen frente a las otras, de concepto y perspectiva, cuando se ha querido no bordar ni abordar, sino aprovechar, simplemente montándose, la resonancia mediática y social que per se tiene el narcotráfico y sus miles de tentáculos aquí y ahora. Poco, nada le importa al aprovechador, al enano jinete circunstancial de un flanco dolorosísimo de una realidad que lo supera con años luz de diferencia en sus respectivas estaturas, que de la comisión de su frivolidad sólo resulte, ya en territorio del público –es decir en terreno social–, un ladrillo más para poner en ese muro escamoteador del estado de las cosas, muro paradójicamente construido con materiales –dicen los que los hacen– pensados para mostrar una visión de la realidad, no para ocultarla.

Pero qué otra cosa podría esperarse de un actor, ahora metido a guionista y director, forjado en cumbres cinematográficas como La primera noche, Cabeza de Buda, ¡Gol! versiones 1, 2 y 3 y Te presento a Laura, pero sobre todo en esa magnífica escuela de representación puntual de la realidad, tan antifrívola, que es la industria de la telenovela, con joyas tipo Rencor apasionado, Soñadoras y Primer amor... a mil por hora.

(Pánico 5 Bravo, Kuno Becker, México, 2014.)