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Raúl Hernández Viveros
La vida nocturna
Desde hace varios años, decidí no visitar las librerías porque en mi casa ya no tenía ningún espacio libre. Antes acostumbraba gastar una parte de mi salario en estos deseos. Sin embargo, la última vez me enfermé con los gritos de varios libros que me exigían que los ayudara a escapar.
Nunca había percibido estos lamentos. No obstante, en mis oídos resonaron hasta enloquecerme. Fue la tarde de un viernes. Nada más a mí me sucedió, por ser el elegido. Las demás personas, sin darse cuenta, recorrieron los pasillos, entre las montañas de novedades editoriales. Casi en silencio, los adoradores de la lectura, sin inmutarse, acariciaban las portadas. Yo era igual a ellos, y ni siquiera me importaban las ofertas. Sin pensarlo pagué el lote que pude acomodar en mi casa.
Cada noche las voces, cantos y danzas comenzaron a repetirse. Los libros sonreían, alegres por sentirse libres. Contra mi voluntad dejé de comprar obras. No obstante, a pesar de las fiestas nocturnas, nunca pude superar la tristeza causada por esta decisión trascendental. |