Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
En la Lisboa de
Fernando Pessoa
Marco Antonio Campos
Un domingo a la semana
Un lector, un suplemento
Gustavo Ogarrio
Después del número mil
Antonio Rodríguez Jiménez
La cifra y el
nombre de la idea
Las mil y una semanas
La dama del perrito
y la geopolítica
Jorge Bustamante García
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Raúl Hernández Viveros
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
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La Jornada Semanal |
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Un lector, un suplemento
Gustavo Ogarrio
Ya sabemos que los suplementos culturales son un laboratorio de la literatura y un permanente ensayo editorial, en voz alta, de una política de la lectura. Los suplementos siempre han sido una especie de islas de palabras enigmáticas en las que todo puede suceder: las palabras ajenas se mezclan con los pensamientos propios bajo un pacto secreto que nunca sabemos cuándo ni en dónde va a estallar para difuminar, sellar y ampliar sus descubrimientos y asombros.
Juan Villoro y Hugo Gutiérrez Vega |
La Jornada Semanal ha sido mi isla predilecta desde que la hojeaba en su formato de revista y cuando era dirigida por Roger Bartra. Tengo una memoria casi fotográfica de muchas de sus portadas, una intimidad casi milenaria con sus páginas. En aquellos días universitarios en los que descubría la radical alteridad de la lectura, La Jornada Semanal significaba la certeza de que, en esa intimidad del acto de leer, algo sucedería, algo que poco a poco, “sin prisa pero sin pausa”, modificaría el futuro de los mundos posibles. Mis primeras lecturas de La Jornada Semanal estaban poseídas por una curiosidad incurable y por un asombro desordenado, adolescente y furioso. En la lectura de sus páginas buscaba lo que muchas veces no existe en la vida inmediata: otras vidas, otras voces, otras interpretaciones, otros mundos. Gracias a Juan Villoro, quien también fue director del suplemento, un domingo de finales de 1997 realicé mi primera incursión en La Jornada Semanal con una breve crónica de rock.
Las lenguas del señor
Domingo en español
Dimanche en francés
Domenica en italiano
Kiriakí en griego
Dimanco en esperanto
Duminica en rumano
Diumenge en catalán
An domhnack en irlandés
Domingu en asturiano
Duménica en corso
Harí minggu en indonesio
Harí ahad en malayo |
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En 2003, gracias a Hugo Gutiérrez Vega, su actual director, y después de algunos años de nadar en las aguas turbulentas del periodismo en Michoacán, volví a las páginas de La Jornada Semanal. He intentado que mi ánimo de colaborador del suplemento no consiga anestesiar mi condición de lector. Porque un lector siempre será el gran misterio de la literatura y garantiza que nadie tenga la última palabra sobre los textos y sobre la vida misma: invisible y anónimo, el lector completa críticamente el ensayo, el cuento, el poema o la crónica; le da realidad a esa política semanal de la lectura; al poder leerlo todo desde su condición de enigma, es la parte fundamental y verdadera en la historia de cualquier suplemento. He escrito en estas páginas sobre los temas que mi intuición de lector va imaginando, casi siempre al borde de la literatura y de la política, con una libertad plena, con una alegría casi desesperada y hasta con cierto furor de lector siempre incompleto.
Un suplemento cultural es un informante de su propio tiempo histórico. La Jornada Semanal, en este número mil uno (al igual que el diario La Jornada, que en este 2014 cumple treinta años), en su larga historia de informante, es también el testigo de las mil y un cabezas, de los mil y un textos en tiempos aciagos para la sociedad mexicana. Al igual que el arcano Macedonio Fernández en su novela Museo de la novela de la Eterna, o antinovela, como suelen referirse a ella muchos críticos literarios, me gustaría decir que La Jornada Semanal podría ser considerada también como “la obra en que el lector será por fin leído.”
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