Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de mayo de 2014 Num: 1001

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

En la Lisboa de
Fernando Pessoa

Marco Antonio Campos

Un domingo a la semana

Un lector, un suplemento
Gustavo Ogarrio

Después del número mil
Antonio Rodríguez Jiménez

La cifra y el
nombre de la idea

Las mil y una semanas

La dama del perrito
y la geopolítica

Jorge Bustamante García

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Columnas:
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Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
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La dama del perrito y la geopolítica

Jorge Bustamante García

¿Podríamos imaginar un mundo, al menos por unos instantes, en el que la geopolítica no estuviera dominada por los intereses despiadados del capital, o por la feroz necesidad de los imperios de todos los signos de marcar territorios de influencia desde donde puedan amenazar a otros o protegerse de potenciales ataques? ¿Un mundo en donde ni los esquistos bituminosos, ni los yacimientos de gas y petróleo, ni los oleoductos, ni ningún otro recurso por el estilo fuera pretexto para dominar a los países vecinos, para presionarlos, aislarlos o arruinarlos, según sean las exigencias del capital todopoderoso y de los señores que le sirven? ¿Qué tal un mundo en donde la geopolítica fuera definida por la riqueza cultural e histórica de los pueblos, por sus expresiones artísticas, su literatura, el talento de sus gentes y lo que son capaces de crear?

La respuesta a estas preguntas es, sin duda, un “no” categórico, pues los que administran el mundo actual, aunque parezcan de diferente signo, son de la misma estirpe y juegan el mismo papel de simples servidores del omnívoro capital que todo se traga sin contemplaciones. El caso reciente de Crimea se antoja ya emblemático. Por esta razón tanto Obama y Putin, como los corifeos de la Unión Europea y Ucrania, son lo mismo, aunque sesudos analistas intenten encontrarles diferencias: representan poderes imperiales de dominación enfrentados por intereses mezquinos de “aprovechamiento” de los recursos naturales, minerales y logísticos de esos territorios que se disputan, sin importarles en lo más mínimo la cultura y la historia de pueblos avasallados por unos y otros.

Pareciera que por la cabeza de los líderes políticos involucrados nunca pasó la idea de la importancia de Crimea como centro no sólo de la cultura rusa, sino también de la de Ucrania, devenidas de un auténtico entrecruce de pueblos mezclados y sobrepuestos históricamente, desde griegos, romanos, sármatas, escitas, alanos, godos, hasta tribus túrquicas y tártaros.

Pero concentrémonos, para los fines de este artículo, únicamente en la importancia histórica de Crimea como hábitat de gran parte de la literatura escrita por rusos. Crimea es un tema muy extenso en la literatura rusa. Pushkin, en su destierro, compuso allí su majestuoso poema “La fuente de Bajchizarái”; Tolstói reinventó sus propias experiencias en el frente de la guerra de Crimea (que dejó más de un millón de muertos) en 1853 en sus Relatos de Sebastopol; Gorki estuvo una temporada en la península y escribió in situ sus “Apuntes de Crimea”; Iván Bunin la visitó incontables veces, conocía muy bien en especial la costa sur e introdujo fuertemente los motivos crimeos en su novela autobiográfica La vida de Arseniev; el gran humorista y cuentista satírico Arkadi Averchenko nació en Sebastopol y en cientos de cuentos consolidó su prestigio, como “El rey de la risa”; en Feodosia el narrador Alexander Grin, autor de “Las velas escarlatas” y otros relatos emblemáticos de literatura infantil que contribuyeron al imaginario colectivo de varias generaciones de lectores en el siglo XX, hizo de Crimea parte de su propio mito; Kuprin vivió meses en la casa de Chéjov y escribió un hermoso libro de memorias sobre la vida de Antón Páblovich en la península; Chéjov vivió los últimos cinco años de su corta vida en Yalta y allí escribió las piezas El jardín de los cerezos y Las tres hermanas, además del entrañable relato “La dama del perrito” que marcó con la ficción de la vida ínfima gran parte de la cuentística mundial del siglo XX. Los personajes de este cuento de Chéjov deambulan ahora por el mundo y por Yalta, y hoy pasean en bronce por uno de sus malecones.

El escritor Víctor Erofeiev, autor de la exitosa novela La bella de Moscú, ha dicho recientemente que, a su modo de ver, Crimea “es un lugar de la cultura rusa. En el pueblo de Koktebel me he encontrado a mí mismo”. En Koktebel vivió en las primeras décadas del siglo XX el poeta Maximilian Voloshin, cuya casa se convirtió en refugio para todos en plena guerra civil: cuando se imponían los blancos, salvaba a los rojos y cuando triunfaban los rojos, salvaba a los blancos. Lo frecuentaban muchos escritores rusos, algunos incluso escribieron allí parte de su obra, como Andréi Biely, Ilia Ehrenburg, Balmont, Zamiatin, Mijaíl Bulgákov, Ósip Mandelshtam, Alekséi Tolstói y Marina Tsvetáieva. Esta última llegó a afirmar que la casa de Voloshin en Koktebel era “uno de los mejores sitios de la tierra” en donde se descubrió a “sí misma, por primera vez, como poeta”. Por otra parte, los futuristas Maiakovski y Severianin se atrincheraron un verano en un hotelito de Sinferópol, donde no dejaron de beber y pasarla bien a costa de un joven e ingenuo comerciante que quería ser, como ellos, escritor. De esa experiencia Severianin escribió “Tragicomedia de Crimea”. Anna Ajmátova pasó temporadas en Sebastopol y Bajchisarái y dedicó una veintena de poemas a esa experiencia en el ciclo “El año dieciséis”. Crimea permeó la imaginación de los escritores rusos: nadie salía de allí sin poesía, sin un nuevo relato, sin un libro de memorias, sin una novela.

En el verano del ‘74, andábamos un grupo de estudiantes en prácticas geológicas en las montañas de Crimea. En nuestro campamento en Projladno, a una hora al sur de Sinferópol, había cerca de mil estudiantes de geología, geofísica y mineralogía de distintas universidades de aquel país que ya no existe y que se conocía como la Unión Soviética. Entonces, estar en Crimea daba igual para cualquier persona, ya fuera ucraniano, ruso, letón, moldavo, azerbayano, kazajo o kirguisio. Es decir, Crimea les pertenecía como les pertenecía por igual la gran literatura rusa, la rica cultura ucraniana, la extensa música popular de los pueblos del Asia Central, la portentosa danza georgiana, la poesía del daguestano Razul Gamzátov, el Espartaco del armenio Aram Jachaturián o el cetro mundial de ajedrez de su paisano Tigran Petrosian en 1963. Un escritor ucraniano llegó a ser uno de los más grandes escritores rusos: Nikolái Gógol.

Todo eso parecen ignorarlo hoy los dirigentes políticos; sólo les interesan los oleoductos, el gas, los mandatos del gran capital, la ganancia a toda costa al precio que fuere. Si alguien propusiera una geopolítica en donde la dama del perrito y la fuerza de la cultura fueran las variantes que acercaran a los pueblos, les sonaría inútil, utópico, lo mirarían con displicencia, burla y altanería; pero eso es preferible a la estupidez de los aprovechadores líderes actuales y al cinismo de quienes mueven los hilos.