Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de mayo de 2014 Num: 1001

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

En la Lisboa de
Fernando Pessoa

Marco Antonio Campos

Un domingo a la semana

Un lector, un suplemento
Gustavo Ogarrio

Después del número mil
Antonio Rodríguez Jiménez

La cifra y el
nombre de la idea

Las mil y una semanas

La dama del perrito
y la geopolítica

Jorge Bustamante García

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Raúl Hernández Viveros
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Asunto de una rosa

Si no fuera por ella, el viento, el agua, la tierra y el fuego acumularían sin descanso el peso muerto de sus leyes, puros y neutros en el fatal rigor de sus rutinas según las estaciones, y en ese orden sin matices las mismas estaciones no serían más que una mancha temblorosa sobre una esfera desasida en el espacio. El desierto y sus muchos infinitos no se moverían, aturdidos y atrapados en el hielo de un silencio sin orillas. Los números, la vocación que los vincula en cifras y teoremas, andarían perdidos, a la deriva en el orden intacto y oscuro de las cosas, agobiados por el polvo del desuso, lejos de las fibras que habrían de tramarlos en algunas dimensiones de la luz y el tiempo. Aun más, o menos, no habría luz que fuera una señal de uno o tantos paraísos pactados o perdidos, y tampoco entonces tiempo que se hiciera historia falsa y verdadera. No habría resquicios y huecos, recovecos y rincones, dobleces o hendiduras en la noche que fueran fecundos en enigmas, juegos o rituales, y una planicie interminable, incolora e insaciable avanzaría la vasta indiferencia del vacío. Las palabras nunca habrían dejado el ámbito del ruido ni brotado el alfabeto del trazo delicado de un bisonte o la huella de una mano en la húmeda penumbra de una roca socavada por el viento o por la lluvia en una anónima ladera; la inteligencia no tendría la sinuosa resonancia de la duda, tampoco la mínima alegría de alguna certidumbre si la hubiera. O simplemente no sería. El rojo de la sangre no relumbraría en el deseo o el horror, y yacería anodino y ciego en el curso de las venas; la sal y el agua nada serían del llanto, el sudor o el mar, inexorablemente separados, cada uno ceñido y atrapado en el hueco de sí mismo. Sin ella no habría miradas llenas y dispuestas al gozo o el peligro del encuentro o la espiral del extravío, entonces tan propicio en la tosca soledad que su ausencia abriría sin remedio en la conciencia. Sería tiesa y turbia la belleza, el dolor no hallaría remedio o esperanza en plegarias, invocaciones o conjuros y el placer sería imposible en la memoria. Ella, la imprudente y loca de la casa que decía santa Teresa; la impredecible indispensable, la insolente que a deshoras toca la campana de la ciencia y de la música, la siniestra o amorosa que redime a la llana realidad de los mareos de sí misma, la conoce como nadie y revela sus mentiras con mentiras, y que así retumba por ejemplo en la mirada y la palabra de un hombre que puso el amarillo de una rosa en el alma de una lengua, un siglo y más de un continente: “Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrase a la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo la serenidad para identificar la fuerza del aquel viento irreparable, y dejó la sábana a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”