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Un pasito para’lante, diez pasitos para atrás
Para el profe Salvador Gutiérrez Flores y sus revoltosos alumnos del vespertino
México recorre un tic tac propio que parece caminar en sentido inverso, como si el revisionismo histórico fuera ruta al futuro. Las que impusieron a Enrique Peña Nieto en el despacho presidencial –ese poder sexenal absoluto que siempre resulta demasiado, nunca nos quedan a los mexicanos ganas de más– no fueron elecciones sino fraude vil, maquinación de cacicazgos mediáticos y financieros, simulación como antaño. Las reformas peñistas (algún nombre hay que darles y la más lesiva sin duda es devolver a trasnacionales derechos de explotación petrolera cuya potestad nacionalizó sagazmente Lázaro Cárdenas en los albores de la segunda guerra mundial) no son sino regresiones. Sus grandes aprehensiones la vuelta al golpe de efecto, operaciones cosméticas que buscan obsequiar falsa atmósfera de operatividad a un desgobierno entrampado en sus propios postulados y con muy mala memoria de sus recientes promesas de campaña: una lideresa sindical corrupta (y traidora al PRI, su verdadero pecado original); un barón del narcotráfico transformado en divisa internacional. En ambos casos estaban listos los reemplazos a modo. Diez veces. En cambio allí, enquistados, intocables en el capullo de su fuero y finas redes de complicidades tejidas durante años dedicados al oficio de chupar sangre, muchos de los mismos nombres de siempre. Si ayer gobernadores, alcaldes, consejeros, ministros o diputados, hoy senadores, magistrados, presidentes de comisiones legislativas, consejeros y, cancelado el sufragio efectivo, la no reelección con que se rubricaron los presuntos avances sociales de una revolución más falsa que los milagros de Wojtyla y Juan Diego juntos, donde no están ellos están sus vástagos, la estirpe divina, la casta más alta y cabrona. La cúpula.
Reza gran verdad el adagio que postula que no hay peor tarugo que uno con iniciativa. Sobre todo con iniciativa ajena. Víctor Flores Olea lo pone claro en su columna del lunes 31 de marzo en La Jornada: “El Presidente de la República, como aprendiz de timador de ingenuos, es uno para la foto, los discursos y los aplausos y otro a la hora de ejecutar las decisiones que de verdad interesan al país. Tal es su núcleo profundo y así pasará a la historia.” Por eso asustan las propuestas falsamente reformistas de esa gerencia de franquicia internacional cuya sucursal aquí dice presidir Peña, que más que al demócrata exhiben al tiranuelo; aún allí donde la intención en principio pudo tener algo plausible, la interpretación, el manejo turbio, la dialéctica diabólica de poner en marcha precisamente aquello que se condena o es contrario a lo que se proclama echan por tierra cualquier vana esperanza de que las cosas vayan a cambiar para bien en este aporreado –y ahora saqueado con patente de corso– país.
Parecería que el grueso de la gente en México nació para tameme y no para estanciero. Olvidamos nosotros, los patrones, y lo olvidan de inmediato ellos, nuestros empleados, que el servicio público es para la gestoría del bien común, no para beneficiar grupos políticos o empresariales. Que una reforma en telecomunicaciones no es disfrazar de competencia un duopolio y mucho menos velar el asalto que podría estarse preparando a las libertades elementales en México, con anuencia internacional porque así conviene a las grandes corporaciones, esas auténticas mafias bien organizadas que solamente nos ven como mano de obra o consumidores masivos de sus productos en realidad innecesarios, para que se instale disimuladamente –al menos al principio, después vendrá el descaro “con todo el peso de la ley”– una serie de artimañas legaloides que validen la censura oficial en medios más o menos libres como internet y allí, claro, las incómodas redes sociales. No hay que olvidar que Peña Nieto ha demostrado debilidad por la represión. Allí el caso lacerante, la cadena de infamias de Atenco, todavía en carne viva, o la represión del 1 de diciembre de 2012. Y allí la cómica corretiza que le pegaron estudiantes en la Ibero cuando era candidato, y el nacimiento de #YoSoy132, con todas sus ramificaciones. Esa es una espina clavada en el costado de la soberbia presidencial, y de ahí, mientras a las televisoras del duopolio ni quien las roce con el pétalo de un artículo constitucional, nos puede venir con vengativo sigilo de reptil uno de los peores intentos de censura oficialista en internet. Triste panorama regresivo donde parecía que íbamos por fin a tener avances positivos en materia de competencia en telecomunicaciones.
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