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Danny Elfman. Música para verse
No es fácil ver la piel de esta música, pues nació vestida, prácticamente tapizada. Desde un principio tuvo diálogos que la arroparon, que la cabalgaron contando historias en voz de histriones. Música que sirvió de mar para imágenes navegantes entre vocales y consonantes. Música que supo detenerse, repetirse, reducirse a lo más elemental, al motivo mínimo y preciso que subraya, verbigracia, a un hombre con manos de tijera. Música que de pronto es pura melodía o puro acorde, pura textura o puro ritmo. Una cosa solamente. Música que a ratos madura y logra ser canción entera; que toma la batuta del sentido cuando lo verbal no encuentra sutileza para señalar lo incomprensible de la guerra, por ejemplo.
Tal es la música de películas. La buena música de filmes que de cuando en cuando crea su propia leyenda y pesa más que el arte mismo que la incluye. Música que casi siempre es niña contenida, pues tiene prohibido imponerse a los actores. Y decimos casi siempre porque hay veces en que lo es todo, en que sabemos que sin ella el edificio entero se caería. Claro, eso pasa en ocasiones raras, cuando el director percibe que su relámpago lo dice todo sin decirnos nada. Y no hablamos de películas que son musicales (en ellas su rol es evidente). Hablamos de cuando es fondo o paisaje sonoro y aun así deja atrás lo que está en primer plano. Lo supera.
Así las cosas, un concierto de soundtracks no se parece al recital cuya sustancia se derrama como la pensó su autor. Sin la imagen cuyo guión impulsó a la música pasa otra cosa. La mente vuela y trata de recordar aquel domingo en el cine o en la casa. Participa en la recreación. Los oídos ven a la orquesta, los ojos escuchan a la pantalla de apoyo. (Porque sí, también hay una superficie para proyecciones que sintetizan trama sin llegar al fondo.) Es justo decir, entonces, que sustraído el guión, la música de películas puede mostrarnos su cualidad de vena, de tubería; que momentáneamente puede cambiar la vieja y sadomasoquista relación entre los ojos y los oídos. (Cotidianamente los primeros se imponen, los segundos se someten… No es gratuito que uno de los mayores objetivos en quienes aprenden música sea el desarrollar “ceguera” para abrir los oídos y recuperar el tacto.)
Danny Elfman |
Dicho lo anterior, imagine nuestra lectora, nuestro lector dominical, a la Orquesta Sinfónica Nacional (coro incluido) en el Auditorio Nacional y, sobre ella, una gran pantalla. Juegue a que ya es 8 y 9 de abril de 2014, a que se apagan las luces y suenan campanas para que aparezca un letrero que pone: The Night Before Christmas. Muchos aplauden y vitorean. Sólo imagínelo. La piel se eriza cuando el antihéroe Jack, mejor conocido como “The Pumpkin King”, surge de una casa maltrecha y, junto a sus amigos, canta las ocurrencias de Tim Burton. O imagine a los personajes de Pee-Wee’s Big Adventure, Beetlejuice, Batman, Edward Scissorhands, Mars Attacks!, Big Fish, Charlie And The Chocolate Factory, Corpse Bride y Alice In Wonderland, entre muchos más, flotando hacia sus tímpanos felices. Se dice fácil pero, imagine finalmente una relación creativa de veintiocho años, como la que hay entre Elfman y Burton. Porque así se llama este concierto que ocurrirá en el DF y Monterrey esta semana que nace mañana: Danny Elfman: The Music of the Films of Tim Burton.
Dato importante: el director en la aventura será John Mauceri, uno de los más ocupados de la actualidad no sólo por la inercia e impacto de setenta grabaciones conduciendo a las mayores orquestas del mundo, sino por un espíritu flexible y abierto que le ha permitido relacionarse con numerosos proyectos de Broadway y películas comerciales. Otrora alumno y amigo del gran Leonard Bernstein, Mauceri enfrentará a la orquesta –como apenas hace unos días en Praga– teniendo como solista, según se ve en su sitio, ¡al mismísimo Danny Elfman! Esto es trascendente porque las capacidades escénicas y la voz del compositor son verdaderamente notables (fue líder de Oingo Boingo, banda de new wave formada en el teatro). Crucemos los dedos porque así sea. (Algunos países han tenido la suerte extra de que Helena Bonham Carter, actriz, musa y esposa de Tim Burton, cante junto a Elfman. Pero tendríamos demasiada suerte. Ya lo hubieran avisado.)
En fin. Digamos una última ocurrencia: la música de películas es la mujer cantando detrás de un biombo que cuenta historias. Ha llegado el momento de verla salir y dejar que nos seduzca, aunque a ratos parezca salida de la tumba. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena pantalla.
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