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Ana García Bergua
Fuera de lugar
Pablo Brescia es un escritor argentino que vive desde hace muchos años en Estados Unidos. Académico de varias universidades en ese país, ha publicado dos libros de cuentos, amén de ensayos y textos diversos. Ahora la UNAM ha editado uno de estos dos libros, Fuera de lugar, de inquietante naturaleza fantasmal.
Uno de los temas recurrentes de Fuera de lugar es la inmigración, el hecho de estar en Estados Unidos y provenir de otra parte. Es el caso de la primera y excelente historia, la de la mucama de un hotel de paso que protagoniza “Realismo sucio”, y que habla de la literal invisibilidad de una inmigrante, confundida con un fantasma. O de “La manera correcta de citar”, en la que tres amigos discuten sobre lo que significa vivir en EU o en Latinoamérica, lo que sigue vivo de la literatura latinoamericana y lo que sería genuino, correcto, citar de ella, que se resume en la exclamación “¡Mierda!”, de García Márquez. Pero a este respecto, el que es un cuento muy conmovedor y fuerte es “Tristezas de aeropuerto”, sobre los entrecruzamientos, los encuentros y las huidas de un hombre adoptado por estadunidenses y su madre argentina. En estos cuentos el origen es una especie de herida, algo que no casa y no cuaja en otras tierras, un raro trasplante en el que se carga a fuerzas con otra historia.
Y muchos de estos cuentos son también, por supuesto, citas de la literatura estadunidense, en las que incluso aparecen como personajes David Foster Wallace o el académico y ensayista Frank Kermode. Literatura literaturizada, vuelta a reescribir buscando, quizá, la naturaleza de ese “hueco lleno de nada que duele” del propio Foster Wallace que cita el autor y que está habitado por fantasmas o, como en el caso de “La belleza sobre mis rodillas”, un homenaje a la naturaleza de lo inesperado y fantástico, lo uncanny surgido en buena medida de la tradición literaria sajona. El misterioso y ciego señor Valdemar (¿será en homenaje a Poe?) con su tienda de objetos fantásticos y su libro guardado en una jaula, nos habla quizá de una tradición literaria que muere y sin embargo permanece como el secreto mejor guardado, ansiado, imitado siempre pero en el fondo inaccesible.
Los textos que componen Fuera de lugar están un poco en la línea de sombra; son textos fantasmales en el sentido en que las historias se desfasan “fuera de lugar” y se desenfocan, para revelarnos algo ominoso que se encuentra más allá de las tramas, los personajes y las múltiples referencias. Para muchos de los personajes que viven en estos escenarios muy estadunidenses y a la vez, o quizá por eso mismo, muy universales –excepto por los acantilados de Tojimbo, del cuento que lleva el mismo nombre–, la realidad es una especie de referencia entrecruzada con otras referencias, entre ellas la muerte, la literatura, el sexo o el pasado, la identidad. Por ello, son cuentos que se podrían decir fantásticos, pero no lo son del todo.
“El hombre sándwich” me recordó el comienzo de una novela de Graham Greene (El capitán y el enemigo) con todo lo que tiene de incertidumbre la historia del niño a quien su papá deja un rato en una cafetería en lo que se va a arreglar otros asuntos y lo que significa para este niño el momentáneo abandono y la revelación a cargo de un hombre-anuncio u hombre-sándwich, de los que ya no existen. En ese cuento hay un paisaje enigmático y muchas dudas, así como en el cuento “Los viajeros”, sobre una pequeña gitana que traba amistad con un hombre que construye trenes en miniatura. Ambos cuentos cargan con la fascinación y el miedo a lo desconocido de la infancia, esa delgada línea que baila entre la revelación y la tragedia, y que se decide por lo más evocador.
Y quizá “Fuera” –la breve historia de una mujer que “se da” al hombre literalmente y “Lapivideo” se hermanan un poco en la farsa y lo fantástico.
Mención aparte merecería “Los acantilados de Tojimbo”, una parábola sobre la muerte, el suicidio y los fantasmas, que transcurre en Japón y que conserva el misterio de los ritos, los símbolos, los alimentos y los objetos.
Los cuentos de Pablo Brescia tienen la curiosa variedad de los relatos de viajes y de lecturas, el adentro y el afuera del lector y el habitante de lo fantástico. En ellos, cementerios, moteles, restaurantes, aeropuertos, un acantilado, estaciones de trenes y otros ámbitos, surgen ante nuestros ojos como posibles y evocadores espacios de literatura y muerte. Quizá suena manido, pero ¿hay acaso algo más?
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