jornada


letraese

Número 208
Jueves 7 de Noviembre
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

La felicidad

Camino a mi casa, después de un embudo vial de dos horas, justo antes de un siniestro puente se levanta un espectacular que invita a un Congreso. El mensaje está fondeado en clave de desesperación. Nos invita a un evento académico sobre las Ciencias de la Felicidad. Así de inocente y ponzoñoso el juego pirotécnico de Altas Palabras. La estrategia publicitaria jocosa se me congela en las quijadas. ¿Usar a la Ciencia para atrapar a la hembra alfa de las emociones que nos habitan en manada? La Felicidad, con mayúscula, es puesta en los frisos donde se comercia con perfumes, cuerpos, cancunes, chanclitas, comida para perros, papas fritas, cheve. Felicidad científicamente planificada en el brete del úsese y tírese.

Sufro espasmos axiológicos, me salen ronchas epistemológicas. La desdicha me muerde. ¿Qué me sucede cada vez que paso bajo el gigantesco tablero? ¿Serán mi humor agrio o mi acidez gástrica las que no me permiten jugar el juego? ¿Mi calambrina ontológica se agudiza por ingerir altas dosis de Heidegger en las ruinas de mi insomnio? ¿Será culpable mi amado Lars von Trier? ¿Qué quiere el fantoche que brinca y se estrella en el parabrisas cada vez que paso frente al anunciote? ¿Por qué presiento un peligro funesto?

Es claro: porque se remite a la Felicidad en el mismo nivel de un pastel con relleno cremosito. Me he vuelto extremadamente quisquilloso ante la chatarrización de las palabras sagradas. Me enferma la impune instrumentalización de los afectos. Algo debe andar mal  con la Ciencia que permite semejante ultraje, o con la Felicidad para que se deje encerrar en un tubo de ensayo.

La Felicidad se me derrama, me florece, me pone a echar hojas y significados. Se me marchita apenas la nombro. La acepto aunque sea esquiva, fodonga, cuentachiles. Es una sombra divina en un templo baldío, que carece de paredes, cimientos y techo. Ahí se extravían todas las nomenclaturas. Pero es mucho más real que cualquier cosa. Es la chispa primera y última de mi yo angustiado. ¿Comprenden eso? Yo no.  La Felicidad atenazada por la necedad de los hombres anticipa la catástrofe, la maldición,  el abismo. Tiempo  aún más destartalado.

Y todavía me falta por denunciar el maltrato a mi sacrosanta Ciencia, esa dama de gran inteligencia pero algo indecente y boba. Ella  me ha obsequiado veintitantos años de sobrevida. La Ciencia es ya una experiencia afectiva, no un estado espiritual neutral aunque siempre se me dé mediante cribas teóricas. Es un tesoro. No pongo en tela de duda, ni por un momento, que mis temples de ánimo puedan ser narrados por la Ciencia. Pero temo que si domestico a la Felicidad con el Logos el resultado será un costal de malas mañas discursivas.

Mi hijo me dice desde el otro lado del océano: “Estoy bien, papá y ¿tú cómo vas?” Yo le digo al científico que ahora lee a Lichtenberg: “pues el termómetro cuantifica mi síndrome con parámetros confiables”. Y lloro de felicidad. Así con minúscula. Pero esa felicidad es sólo mía y no se la vendo a nadie.


S U B I R