Desdoblar
el cuerpo
La experiencia del aborto
La investigadora Ana Amuchástegui busca reconstruir la forma en que algunas mujeres que recurrieron a la interrupción legal del embarazo conciben y se relacionan con sus cuerpos. La experiencia del aborto se plantea como un escenario en el cual el cuerpo transcurre en tres actos: el cuerpo sexual, el cuerpo fértil y el cuerpo del aborto.
Ana Amuchástegui*
El cuerpo de las mujeres es el protagonista en la experiencia del aborto. Más allá de las circunstancias particulares de cada interrupción voluntaria del embarazo, se trata de un evento que ocurre en un cuerpo producido y transformado por relaciones sociales. Anclado en la capacidad reproductiva de los cuerpos femeninos, el aborto sucede en virtud de condiciones históricas –políticas, discursivas y tecnológicas– que posibilitan esta forma específica de intervención y transformación corporal. Es principalmente el orden social de género, como productor de subjetividades y prácticas corporales, el que enmarca y a la vez constituye la experiencia del aborto voluntario.
Este artículo explora estas cuestiones a través del análisis cualitativo de entrevistas realizadas con mujeres que acudieron a los servicios públicos del Gobierno del Distrito Federal con el fin de realizar una interrupción legal del embarazo entre febrero del 2008 y el mismo mes del 2009.
Aborto: su paso por el cuerpo
El aborto es un evento corporal, no solamente en su dimensión biológica sino también psicosocial e inclusive política. Como en todo proceso corporal, no es posible hacer una división precisa entre lo biológico y lo social, como tampoco es posible reducir uno al otro.
Concuerdo con Shilling en que "los cuerpos humanos son tomados y transformados como consecuencia de vivir en sociedad, pero siguen siendo entidades materiales, físicas y biológicas". En ese sentido las condiciones sociales, vínculos, emociones y significados que las mujeres viven en las relaciones sexuales, el embarazo y su interrupción son tan centrales como la propia terminación de la preñez.
En este trabajo nos interesa indagar el modo en que se construye discursivamente el cuerpo en el proceso del aborto voluntario. No intentamos acceder aquí a la materialidad del cuerpo, sino que pretendemos explorar las formas que esa materialidad toma en la narración de las mujeres entrevistadas. Creemos que ello puede dar pistas sobre ciertas formas de subjetivación históricamente específicas, posibilitadas en parte por el discurso feminista que coloca a las mujeres como sujetos de decisión sobre sus cuerpos. En consecuencia, se trata de narraciones sobre los modos en que el sujeto interviene sobre el cuerpo, como si fueran dos cosas separadas, y en un sentido lo son. Nos interesa entonces analizar las formas que toman tales relaciones entre el sujeto (la mujer) y su cuerpo, en el contexto del embarazo y su interrupción.
Primer acto: el cuerpo sexual
En los testimonios el cuerpo sexual sólo aparece a través de la silueta que su silencio dibuja: es el embarazo el que lo hace evidente. No nos referimos aquí al cuerpo sexuado en tanto femenino o masculino –por cierto, producido por la inteligibilidad de género, como lo plantea Butler– sino al cuerpo de las prácticas sexuales y/o eróticas; es decir, principalmente al cuerpo del coito vaginal, que es requisito de la reproducción y que está imbricado en relaciones personales y sociales que constituyen las condiciones para las relaciones sexuales y el embarazo. De hecho, el tipo de vínculo que se tiene con la pareja sexual es una de las razones más importantes para interrumpir: si no se trata de un vínculo considerado estable –matrimonio, noviazgo o unión libre–, o por el contrario, es una relación inconveniente –por ser extramarital, esporádica o violenta–, el embarazo se vive como una complicación, aun en los casos en los que se desea el hijo.
En todo caso, el acto sexual sólo se menciona con el fin de explicar la situación que permitió la preñez, pues no se describe la experiencia y están ausentes las expresiones vinculadas al placer. He aquí un ejemplo:
No pude pagar el parche, esos fueron los meses difíciles. "¿Sabes qué?", le dije, "abstinencia, de plano, o hay que hacer otras cosas pero nada de penetración", y también le dije "ahí está el condón, ¿por qué no un condón?", pero fueron veces que se movió o no sé qué, ya ni me acuerdo qué pasó que de repente le dije, "oye, ¿no se te cayó? ¿se te salió?", y me dice, "ay, ya olvídalo" (Sabina, 21 años, un hijo, unida, tres embarazos: un aborto clandestino, uno legal).
Este silencio no lleva a concluir que el erotismo esté fuera de la condición vital de las mujeres. De hecho, el contexto en el cual se dio la conversación puede haber sido parcialmente responsable de tal silencio, pues el foco de la preocupación en ese momento era la consecuencia aparentemente inesperada de las relaciones sexuales.
Segundo acto: el cuerpo fértil
Desde la irrupción de la llamada segunda ola del feminismo, el movimiento ha insistido en que la existencia de condiciones para el control de la propia fecundidad es un proceso central en la emancipación de las mujeres, pues para los análisis feministas, el cuerpo biológico y las funciones reproductivas sirven como superficie para la dominación y la subordinación femeninas. No obstante el potencial emancipatorio propiciado por la posibilidad de regular la propia fecundidad, entre estas entrevistadas el proyecto de maternidad se mantiene incuestionado, y sólo se admite la decisión sobre su oportunidad. Se expresa así la creciente legitimación de postergarla, pero no de evitarla del todo.
Estaba como con sentimientos encontrados. Como que una parte, o sea, pensaba y decía, "pues es lo mejor porque no estoy en el mejor momento de mi vida, para empezar no tengo trabajo", no es la etapa en que lo tendría. Yo siempre he dicho, ¿para qué vas a traer hijos a sufrir, no?, porque yo siempre he dicho que cuando yo tenga un hijo es porque voy a darle todo (María, 25 años, soltera, dos embarazos y dos abortos).
La maternidad aparece entonces como inexorable, pues sólo se renuncia a ella en esta ocasión y precisamente para ser mejor madre, sea de hijos ya nacidos o de hijos futuros. La equivalencia mujer/madre, construida históricamente, se vuelve aquí tanto naturaleza como identidad, o mejor, identidad natural. Para serlo, una mujer tiene que ser madre.
Sin embargo, aparece en las narraciones un matiz que vale la pena señalar: lo que marca la identidad femenina no es tanto el ser madre, como el desear serlo. Por lo tanto, lo que se silencia en las entrevistas es precisamente la ausencia de deseo de maternidad. Aún en el único caso en que se explicite esa ausencia, la constatación de la fertilidad sigue siendo primordial.
Yo la verdad dije 'o yo soy estéril o él es estéril'… y ya ves, resulta que ninguno de los dos es estéril (risas). Últimamente sí me empezaba a entrar eso de que sí quería saber eso (si soy fértil), pero pues en sí no es muy importante para mí porque tampoco soy así… como para cuidar niños, eso no me gusta (Claudia, soltera, 21 años, sin hijos).
Todo lo anterior sugiere procesos de subjetivación que determinan, más que el deseo de tener hijos, la necesidad de saberse fértil para cumplir cabalmente la identidad para la que se está destinada. Engendrar se convierte así en un proceso independiente de la maternidad: es la maternidad como potencial y no como realidad lo que produce este regocijo.
Por eso, muchas mujeres entrevistadas expresan alegría al enterarse del embarazo al mismo tiempo que, por diversos motivos, no desean ese hijo en particular, es decir, muestran que el deseo de embarazo no es sinónimo del deseo de hijo. Esta distinción parece estar en el corazón del proceso relaciones sexuales-embarazo-aborto.
Al parecer se trata de probar la propia fertilidad en oposición a la intención consciente de no procrear: dos deseos cuya lucha se libra en el escenario del cuerpo. Por ello, el cuerpo fértil es a un tiempo obediente e indómito. Si atendemos a la hipótesis de que se trata en su mayoría de un acto fallido, el embarazo expresa la satisfacción de un deseo que puede no ser consciente –así lo muestra la mezcla de sorpresa y beneplácito de las mujeres ante la noticia. En otro nivel, sin embargo, el cuerpo adversamente fértil es rebelde, pues no obedece a la voluntad racional de las mujeres.
Tercer acto: el cuerpo del aborto
El aborto pretende restaurar la jerarquía alterada de la relación entre el sujeto y su cuerpo, pues se trata de una intervención volitiva del primero sobre el segundo, con el fin de corregir el error o accidente y reinstalar al sujeto en el timón de la propia vida.
Realmente tenía miedo, estaba muy preocupada, pero ahora que ya pasó todo ya me siento más tranquila. Ahora sé que puedo terminar mis proyectos, que puedo hacer lo que siempre he querido hacer y ya después… ya después que cumpla mis metas, pues realmente sí me gustaría tener un hijo, pero ya teniendo algo que ofrecerle (Liz, 21 años, soltera, educación media superior, primer embarazo).
En este proceso el aborto médico como expresión del saber institucionalizado es fundamental, pues aporta la mediación necesaria para restaurar el orden subjetivo-corporal previo. Si bien esta mediación podría encontrarse también en abortos clandestinos, el contexto actual de legalidad marca una diferencia sustancial en la experiencia. En primer lugar, la presencia del Estado como garante de la intervención produjo en todas las entrevistadas la confianza en la calidad del procedimiento, es decir, la seguridad de que se realizaría sin arriesgar su integridad corporal, o de que contarían con la atención necesaria en caso de complicaciones.
Así, el saber y las instituciones médicas median entre el sujeto y el cuerpo en dos sentidos: por un lado sostienen la materialidad de la intervención con el medicamento y la atención médica, y por otro ofrecen a las mujeres un lenguaje que les permita relacionarse con su cuerpo e interpretar los procesos fisiológicos que se presentan. Los médicos y las mujeres se asocian así para poder llevar a cabo la decisión de ellas: si se conduce con respeto, el prestador del servicio, sancionado institucional y simbólicamente por el Estado, se convierte en aliado de la mujer.
La consigna médica consiste en tomar el medicamento de acuerdo con instrucciones específicas para después vigilar las reacciones del cuerpo y evaluar si se encuentran dentro de límites normales. Sujeto y cuerpo se desdoblan así en una especie de diálogo entre materialidad sensible y racionalidad entrenada por la ciencia, y entablan aquí una relación distinta de las que hemos analizado en las dos corporalidades anteriores: si bien a través de procesos que las mujeres temen y no pueden controlar, el cuerpo ejecuta la orden que el sujeto le ha comunicado a través de la intervención química.
A diferencia de los procedimientos quirúrgicos que dependen totalmente de la actuación del personal de salud, el aborto médico requiere una participación activa de la mujer. En sentido estricto no es el médico quien lo realiza pues es ella misma quien lleva a cabo las acciones que conducirán finalmente a la interrupción.
En este sentido, el aborto médico realizado por las mujeres abre una fractura en el biopoder que pretende controlar sus cuerpos y sus vidas, pues la ciencia y la tecnología que se desarrollaron con el fin de producir, mantener y regular la vida de acuerdo a los dictados del poder es utilizada aquí para resistirlo y operar una decisión personal que no se somete a ellos. Más aún, aquellos individuos que se espera sean los agentes de su propia normalización operan aquí su propia a-normalización al desatarse de la identidad –en este caso la identidad mujer=madre– que les correspondería en función de la producción histórica del género.
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* Profesora-investigadora del Departamento de Educación y Comunicación, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
Versión editada del texto: "La experiencia del aborto en tres actos: cuerpo sexual, cuerpo fértil y cuerpo del aborto", en Archivos del Cuerpo. Cómo Estudiar el Cuerpo. Parrini, Rodrigo (coord.), PUEG/UNAM, México, 2012.
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