Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de junio de 2013 Num: 955

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El vicio impune
de la lectura

Vilma Fuentes

Rilke: el resistir
lo es todo

Marcos Winocur

Intelectuales públicos
y telectuales

Rafael Barajas, el Fisgón

Los redentores neoliberales
Gustavo Ogarrio

La última voluntad
de Pirandello

Annunziata Rossi

Estado de antisitio
Nanos Valauritis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
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La mosca y el cañón

A propósito de lo escrito aquí la semana pasada sobre esa eficaz, fugaz y fácilmente sustituible maquinita de hacer billetes llamada El hombre de acero (Man of Steel, Zack Zinder, EU, 2013), un gran amigo que es un gran lector alegaba que la crítica de este juntapalabras era como ponerse a matar moscas a cañonazos: es decir que, en términos crítico-analíticos, resulta tan fácil hacer pedacitos a Superman –lo mismo que a cualquier adláter de su calaña fílmica– que muy escaso sentido tiene, si alguno, dedicarle atención.

Este ponepuntos no estaba ni está de acuerdo con esa supuesta inutilidad, así fuera por la única razón de que toda hegemonía, en cualquier ámbito, es por principio perniciosa, y en ciertas ocasiones no sólo es conveniente sino –diríamos algunos aún– éticamente irrenunciable poner algo, por pequeño que sea, en el plato casi vacío de la balanza; en este caso, el que corresponde precisamente a una visión crítica de un hecho que, como lo sabe cualquiera, es no sólo estrictamente cinematográfico –endofílmico, le llaman algunos– sino abarca otros rubros, ya sean de su proximidad inmediata como los económicos –el ingreso en taquilla en su país de origen y fuera de él, los porcentajes de ganancia o rentabilidad, etecé– o mediata, también conocidos como exofílmicos, entre los cuales destaca, y con mucho, el espectro político.

Como nunca falta el ingenuo superficial que fuerza su magín a pensar en el cine como si se tratara de algo que sirve precisamente, y en todos los casos, para no pensar –“sólo es un entretenimiento”, suele argumentar–, conviene traer a cuento algo que dijera un tal Zbigniew Brzezinski, en los ya más o menos lejanos años setenta del siglo pasado:  “El verdadero poder estadunidense radica en su industria mediática y cinematográfica.” Si el mensaje quema, el mensajero calcina: Brzezinski cobraba como asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, en los tiempos de Richard Nixon. (Época, por cierto, más presente de lo que muchos podrían imaginar: piénsese, por ejemplo, que fue entonces cuando se instauró la prohibición contra todo tipo de estupefacientes, con su cauda de criminalización tanto a la producción como al consumo, y sus efectos actuales de guerra sin victoria posible; todo lo cual, cosa más que sabida, lacera mucho más de este lado del río Bravo que de aquél.)

A otro hueso con ese perro

Va una noticia reciente para esos desavisados de que la cinematografía sirve para mucho más que entretener –y perdonen, al mismo tiempo, que a este sumacomas el verbo “entretener” inevitablemente le haga pensar en un perro royendo un hueso–: para firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, la Unión Europea, nada pendeja, exigió que su sector audiovisual quedara fuera de unas negociaciones que todavía ni comienzan. Lo hizo imponiendo lo que se ha dado en llamar, con exactitud envidiable, “excepción cultural”, y para ponernos más amarillos, no fue el ministro de Cultura quien alcanzó esa verdadera victoria frente a las ansias hegemónicas y el “verdadero poder” estadunidenses, sino Nicole Bricq, ministra francesa de Comercio.

En otras palabras, y a diferencia de lo que acá padecemos y que lleva tantos años –desde el fatídico 1994 del TLC– que a Mediomundo no sólo le parece lo más normal sino lo considera incluso bueno y justo, las pantallas de la Unión Europea no se verán absolutamente invadidas por Hombres de Acero, Ironmanes –que no sólo en el apodito se parece al antedicho–, Despuesesdelatierra y toda suerte de baldados intelectuales, desde los que por tercera vez pasean su cruda y su regreso al redil de buenos ciudadanos, hasta los que por ¡sexta! ocasión se suben a sus cochecitos quesque para “combatir el mal”.

Difícilmente los redentores neoliberales, de los que hablan las páginas principales de este número de La Jornada Semanal, abrirán la boca para escandalizarse y acusar a la UE de “prácticas proteccionistas” o, al estilo de esos telectuales apellidados Aguilar Camín y Castañeda, para hablar de “nacionalismos trasnochados”, como sí lo hicieron muchos hace diecinueve años y como siguen haciéndolo hoy en día, cuando alguien de estos lares menciona la necesidad, urgentísima, de revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y sacar de sus leoninas cláusulas, entre otros muchos rubros, a la industria audiovisual.

Por todo lo anterior, más vale no guardar el cañón y seguir tirándole a tan resistentes moscas. De otro modo seguiremos, como buenos y pavlovianos canes, muy entretenidos con nuestro cinematográfico hueso.