Hugo Gutiérrez Vega
De migrantes, cherifes y conciliaciones (II Y ÚLTIMA)
Los enumero:
1. En primer lugar, debemos aspirar al bilingüismo. Una lengua es una cosmovisión y encerrarse en ella, mientras a nuestro alrededor late otra visión de la realidad, es una actitud empobrecedora y limitante.
2. Crear los centros culturales en los que puedan convivir las manifestaciones de la alta cultura y las importantes formas del folclor, tanto las del país nativo como las del nuevo país.
3. Fomentar la consolidación de una filosofía que favorezca la conciliación entre las dos culturas. Esto permitirá a los migrantes conservar los rasgos de su primera cultura y enriquecerse con los aspectos más valiosos de la nueva. Por eso vale la pena repetir hasta el cansancio los términos de biculturalismo y bilingüismo. Es claro que esta política debe ser aceptada y fomentada por las dos culturas. De lo contrario se agudizará el conflicto y, en lugar de la conciliación, prevalecerá el rechazo.
La Estatua de la Libertad recibió a los pobres del mundo. Ahí empezó a sazonarse el humanismo del melting pot. Los miles de refugiados políticos encontraron en México una nueva patria. Por eso José Gaos llamaba a los refugiados españoles empatriados o transterrados.
Vivimos los horrendos tiempos de los Arpaio, pero Lincoln, Emerson, Thoreau, Roosevelt, Juárez y Cárdenas están vivos en la historia. Busquemos que sigan vivos en el presente.
Los organizadores de esta jornada de reflexión sobre un fenómeno de antropología social y cultural en su convocatoria hablaron de “continuidad y cambio cultural”. A mí me interesa insistir en la palabra conciliación y en todos los sentidos que tiene, pues se trata de un hermoso vocablo que engendra un concepto de estirpe bíblica.
Los migrantes deben ser apoyados en su búsqueda de la continuidad y el enriquecimiento de su cultura nativa, y deben ser, además, auxiliados para que el cambio cultural que viven, a veces con verdadera angustia, no sea traumático y se instale de una manera natural, como todas las cosas del humanismo, en el terreno de la conciliación. Es claro que las universidades tienen un papel predominante en esta empresa que se ve agravada por la falta de elementos educativos de unos migrantes que, asediados por la pobreza lacerante y padeciendo los extremos de la ignorancia (aunque son dueños de una cultura ancestral) abandonaron su país con muy pocos elementos de defensa de caracter intelectual. Las universidades tienen que analizar estas contradicciones que, en última instancia, nos llevan hasta la necesidad primaria de la alfabetización.
Alguna vez soñamos con los institutos de cultura que México debía echar a andar en Estados Unidos. El proyecto llegó hasta San Antonio y Chicago. Ahí terminó el impulso. Hay que retomarlo bajo el signo de la conciliación. Pienso en un instituto que enseñe español e inglés, que hable de los escritores de las dos cosmovisiones, que dé clases de son huasteco y de blues y jazz.
Tal vez el país que recibe a esos migrantes quiera poner algo de su parte para que el sueño de la conciliación se realice. En esta tarea es urgente recordar la tercera palabra del lema de la Revolución francesa: fraternidad. Estos problemas de urgente solución pertenecen a la esencia espiritual del humanismo, al principio contenido en la frase evangélica: “amaos los unos a los otros”. Heme aquí, hablando de amor en un mundo deshumanizado y en medio de una jornada reflexiva sobre la pérdida del hogar y la urgencia de tener un nuevo hogar. Busquemos la continuidad y el cambio en ese enorme grupo de vidas humanas.
Feria Internacional del Libro,
Los Ángeles, abril de 2013
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