Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 23 de junio de 2013 Num: 955

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El vicio impune
de la lectura

Vilma Fuentes

Rilke: el resistir
lo es todo

Marcos Winocur

Intelectuales públicos
y telectuales

Rafael Barajas, el Fisgón

Los redentores neoliberales
Gustavo Ogarrio

La última voluntad
de Pirandello

Annunziata Rossi

Estado de antisitio
Nanos Valauritis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jorge Moch
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Execrables, impunes yúniors

Hoy más que nunca podemos decir que el poder público, que debería entenderse como servicio a la nación en este país que es trinchera y rastro, no es más que retórica mascarada, la foto de campaña electorera tras la que se agazapa el vil ratero. La lista de funcionarios sospechosos de corruptelas y enriquecimiento criminal, de robarse el dinero del pueblo o de recibir cuantiosos favores económicos al hacerse cómplices y patrocinadores de la delincuencia organizada, es cuantiosa y vergonzante, y descuellan quienes en su momento resultaron electos gobernadores de sus estados a los que, en lugar de administrar con prudencia y cariño o al menos algo de responsabilidad, utilizaron sin un mínimo reconcomio moral para servirse con la cuchara grande, abusando de los recursos oficiales y robándose descaradamente el dinero que, además, en muchos casos, estaba destinado a rubros de particular sensibilidad social, para fondos de desastres o para avituallar hospitales, clínicas y dispensarios en zonas de pobreza extrema. En multiplicados casos, esos gobernadores sólo de nombre pero en los hechos saqueadores de profesión, desviaron recursos para atender emergencias que laceraban a la gente, desde inundaciones hasta epidemias, para fincar multimillonarios negocios propios y darse desde luego una vida de crasos nerones: viajes en avión particular por el mundo, derroches en casinos y hoteles y cruceros, compras copiosas en las más caras tiendas de alta costura, aunque los mandriles, si bien visten corbata de seda y fino zapato italiano, mandriles van a morir. El caso del momento –utilizado como elemento distractor de los otros grandes males nacionales con el concurso de los medios masivos y desde luego en ello las televisoras– es el del priísta exgobernador de Tabasco: Andrés Granier Melo que, cuando llegó a la gubernatura, encontró que su correligionario priísta Manuel Andrade le dejaba una deuda estatal de 450 millones de pesos; Arturo Núñez, el actual gobernador salido de las filas del PRD para desgracia del PRI, denuncia una deuda que glosa más de 23 mil millones de pesos. Sí, 23 mil. Sí, millones.

En lo que parece no reparar gran cosa el escrutinio público y su cauda de sana pero efímera indignación es en el papel que en estos lamentables casos juegan los benjamines de esos mandatarios metidos a rateros vulgares. La mayoría de las veces porque, aunque puedan terminar en chirona, los muy desgraciados siguen manteniendo el control de enormes cantidades de dinero con las que pueden comprar desde versiones de prensa hasta brutales venganzas, y siguen manteniendo muchas veces, también, los suficientes hilos con que mangonear una intrincada red de complicidades, desde favores debidos hasta la más burda de las extorsiones. Lo cierto es que en casi todos los casos, las hijas y los hijos de esos que ostentaron algún cargo público y de los que se sabe que tienen –sin que se sepa bien cómo pero mucho se sospeche que mal habido– caudales de dinero y, con dinero, poder, se desvanecen de la luz pública, se vuelven difusos, se nos olvidan. Y andan por ahí, dándose una vida de princesitas y reyezuelos a costillas de nuestra estupidez, nuestra ignorancia y nuestro conformismo. Fabián Granier Calles, el hijo del químico tabasqueño cínico y voraz, y sus hermanas Paulina y Mariana, o Luis Armando Reynoso López, hijo del exgobernador de Aguascalientes, son sólo los más recientes de una larga lista en que cada nombre es una bofetada de desprecio al mexicano. ¿Por qué no se investigan las trayectorias y negocios seguramente boyantes y multimillonarios pero hechos al amparo del desfalco y la corrupción; los viajes y cenas y compras y autos y yates de los hijos de Salinas?, ¿o los del los hijos de Miguel Alemán?, ¿o los de Romero Deschamps?, ¿o los de Yunes Linares?, ¿o los de los hijitos de Martita?, ¿o los de los retoños de Fidel Herrera, Carlos Marín, José Murat, Ulises Ruiz, Ernesto Ruffo y los que se antoje recordar?

¿Quién los llama a cuentas? Educados en la más recalcitrante noción de superioridad nacida de algo tan vulgar como la corrupción y el indebido ejercicio del poder, esos yúniors execrables nos deparan otra vuelta de tuerca cuando, al paso de los años y con cinismo colosal se postulan –o son postulados por esa plataforma criminal que soslayó las fechorías de sus padres– a cargos públicos, preservando precisamente los usos y costumbres que tanto han lastimado y depauperado a este país.

Y nosotros, con perdón del respetable, acá seguimos, de sus pendejos.