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Luis Enrique Flores
Hoy no tomaré café por culpa de Diego; anoche rompió mi taza. Él sabía muy bien que no me gustaba que ni las niñas ni él la usaran. Sólo se disculpó diciendo que fue un accidente, que venía con unas copitas de más y que lo primero que encontró a la mano para tomar agua mineral fue mi taza. Como si no tuviéramos vasos en la alacena. A ver, por qué no rompió el tarro de cerveza que tanto quiere o los vasos de veladora que nos regaló su tía Juanita. No, tenía que romper precisamente mi taza, la taza que me regaló Rafa.
Es una taza hermosa: cónica, de cerámica blanca con motivos de café impresos. Era perfecta para mí. Mis manos firmes la tomaban mientras se iba calentando con el café recién servido, luego ya con tres dedos la agarraba por el asa. Mis labios se amoldaban muy bien a su borde desde el primer sorbo hasta el último trago. Ahora está rota. Desde la primera vez que la vi me encantó. Esa ocasión, Rafa me invitó a desayunar a su departamento, una semana antes de su boda. Fue una visita de despedida. Cocinó un omelet con champiñones y albahaca, previamente me sirvió fruta picada. Al final me dio pan de elote y café de grano en la taza que también era su favorita. Le dije: me gusta tu taza. Te la regalo, respondió algo indiferente. No supe si le dolía o le placía dármela.
Después de los alimentos nos quedamos callados un largo rato, sólo nos mirábamos. Yo estaba inquieta, y no era porque estuviéramos solos, ya lo habíamos estado antes y no me sentía así. Siempre me ha gustado Rafa, y yo a él desde que lo conocí en la prepa, pero nunca fuimos novios, nada más buenos amigos. Alguna vez nos declaramos nuestro gusto por cada uno y que hubiera sido bueno ser pareja, pero una u otra cosa nos lo impedía, hasta esa mañana que, después de mirarnos en silencio, le dije que lo iba extrañar y él respondió ¿por qué? Porque te vas a casar, le dije. Tú estás casada, me reviró con una sonrisa maliciosa. Sí, tienes razón, me rendí a su mirada. Me levanté y fui a besarlo.
Tuvieron que pasar quince años para que Rafa y yo comenzáramos a tener relaciones. No voy a caer en el cliché de decir que nunca había hecho el amor como esa vez, pero sí fue distinto. Tampoco voy a decir que estoy enamorada porque no es así. Él y yo compartimos nuestras alegrías y tristezas, sobre todo estas últimas. Me consolaba cuando rompía con mis galanes, que era muy frecuente. Yo lo animaba cuando las chicas lo bateaban y no querían ser sus novias; las compadezco. En la prepa tuve muchos novios y otro tanto de encuentros sexuales. Rafa no tuvo novia en esa época. Las cosas cambiaron cuando entramos a la universidad: cada quien se fue a facultades distintas, él a Arquitectura y yo a Psicología. En el primer semestre no tuve amores con nadie. Extrañaba a Rafa. Quise andar con él pero su suerte había cambiado y ya tenía novia. Un día me habló muy emocionado: por fin, ya lo hice. Lo dejé en su idilio. Para el segundo semestre conocí a Diego y me embaracé. Nos casamos, enamorados por supuesto. Rafa no fue a la boda y se alejó un tiempo; ya tenía otra novia con la que duró toda la carrera. Yo pospuse mis estudios.
No encuentro con qué pegar la taza. Tendré que ir a la tlapalería para ver qué me recomiendan, porque el remedio que me dio mi hermana Martha no me pareció práctico. Le llamé apenas las niñas se fueron a la escuela y su respuesta fue esta: puedes utilizar cemento blanco y añádele sellador vinílico. Deja que la pasta sea de consistencia semisólida y al fraguar, con una brocha, resana las pequeñas grietas que aparecen en la pasta. Qué complicación, dije, además me regañó por hacer tanto argüende por una taza. Ya no le respondí; no es una taza, es mi taza, le dije en el pensamiento; ella qué sabe. Es más, de haber podido, jamás la habría lavado, la habría conservado así como la traje del depa de Rafa, con los restos de café y la bolsa de plástico en que la guardó.
Diego y yo fuimos a la boda de Rafa; las niñas no. No se casó con su eterna novia de universidad. Lo hizo con una periodista que lo entrevistó cuando él anduvo metido en el proyecto de la Torre del Bicentenario. No le caí muy bien a Diana, su esposa. A mi marido tampoco le simpatiza mucho mi “amigo de la prepa”, como él le dice. En tantos años Rafa y yo nunca habíamos bailado. Ese día sólo bailamos una pieza y me gustó sentirme la novia.
Tres meses después de que Rafa regresó de su luna de miel, fue su cumpleaños. Lo invité a desayunar y terminamos en un hotel. Le dije que la taza que me dio me gustaba mucho y que la usaba todas las mañanas para tomar café como él me había enseñado a preparar. Ojalá te dure mucho, dijo él. Como lo nuestro, le respondí. ¿La amistad o la aventura?, preguntó. Las dos, le dije. No pueden durar las dos; es una u otra, sentenció. O ninguna, le completé. Asintió con la cabeza. ¿Por qué no?, pregunté. Los dos sabemos que tiene que terminar alguna vez. Pero la pasamos bien, insistí. El problema es que no fue en su tiempo, arguyó. ¿Cómo?, me sentí tonta. Sabíamos que tenía que pasar, no sabíamos cuándo, pero lo seguro es que tiene que acabar, fue su respuesta. A pesar de que sus palabras me dolieron, las acepté y volvimos a hacer el amor.
Me gusta hacer el amor con Rafa. Con él puedo gritar mis orgasmos sin la precaución de despertar a las niñas. A él sí le puedo pedir que me posea como me gusta. Con él siento que mi capacidad de otorgar placer es inagotable. Hubo un tiempo en que nos veíamos cada mes, pero luego se fue espaciando. Hace ocho meses que no nos vemos. Acaba de ser papá de un niño, me enteré porque lo publicó en su Face. Sentí gusto y tristeza. A lo mejor es el momento de terminar. No sé. Ya no va a tener el tiempo que a mí me sobra. Con dos hijas que rebasan los diez años sé de lo que hablo. Sólo espero que la amistad no se acabe; dependerá de los dos.
Conseguí pegamento uhu. Que muy bueno, me dijeron. Por más que trabajo con cuidado no logro ensamblar los pedazos de cerámica. Ahora me doy cuenta de que faltan algunos, no encuentro el asa y un fragmento pequeño de la boca que completa el dibujo de un grano de café se ha pulverizado. La taza no quedó bien. Se ve agrietada y se siente frágil. A lo mejor hasta el café se filtra. Sin agarradera y despostillada no es la misma. Voy a marcar al celular de Rafa –a ver si ahora sí me contesta– para decirle que la taza está rota.
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