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Germaine Gómez Haro
Gottfried Helnwein: maestro de la ambigüedad
Por las calles de la ciudad se vislumbra, entre los variopintos carteles publicitarios de incontables eventos y propaganda comercial, la imagen estrujante de una niña con el rostro y el vestido blanco bañados en sangre. Parece una fotografía, pero se trata de una alucinante pintura realista hasta la perfección, obra del artista vienés Gottfried Helnwein, cuya exposición retrospectiva titulada Fe, esperanza y caridad se presenta simultáneamente en tres diferentes espacios en la ciudad: el Museo de San Carlos, la galería Hilario Galguera y la Galería Cimentación del Monumento a la Revolución, donde se exhibe una serie de fotos de niños mexicanos realizadas ex profeso para esta muestra. Como complemento de esta última, tres fotografías monumentales cubren las fachadas de edificios ubicados en la Plaza de la República.
Maestro virtuoso de la pintura y el dibujo, fotógrafo, performancero, diseñador de escenografía y vestuario para el teatro y la ópera, Gottfried Helnwein nació en 1948 en la capital austríaca devastada física y moralmente por la crueldad de una guerra que aniquiló a millones y dejó con el alma rota a otros tantos. La Viena que le tocó vivir en su infancia carecía de colores y de sonrisas: una ciudad gris con habitantes grises, poblada por seres mutilados y deformes a consecuencia de las inclemencias, de las armas mortíferas y de la demencia del nazismo. Los niños fueron las víctimas más descarnadamente afectadas e, indirectamente, Helnwein fue una de ellas. Desde muy joven, ese pathos lo condujo a la búsqueda de la expiación y de la redención a través del arte. El suyo es un arte que plantea preguntas al confrontar al espectador con escenas sórdidas, hasta cierto punto apocalípticas, carentes de colorido pero pletóricas de sensaciones: su pintura es perturbadora a un tiempo que despierta ternura y curiosidad. Las exposiciones se recorren en el equilibrio tenso de quien experimenta la transgresión y la emoción, la fascinación y el rechazo. La indiferencia es poco probable.
Si bien el arte de Helnwein no se puede deslindar del contexto social e histórico del que surge, salta a la vista que su trabajo va más allá de éste y de sus posibles interpretaciones meramente circunstanciales. Los niños frágiles y vulnerables que vemos en sus pinturas, en algunos casos vendados y salpicados de sangre, y con la piel tenuemente maquillada en un tono blanco, mortecino, son una extensión del inconsciente colectivo y, como tal, a un tiempo atraen y repelen en una dicotomía vibrante: la belleza y el horror, la inocencia y la lascivia, lo sagrado y lo profano… Otras escenas en sus pinturas parecen extraídas de un film noir, el misterio palpita en ellas, como en la sonrisa sarcástica y hasta macabra de sus Mickey Mouse y Donald Duck, personajes que dotaron de color y alegría su monocromática infancia y despertaron la imaginación del niño tímido y temeroso. Y es así como mediante el sacrificio –escribe la curadora Susan Crowley– entre el artista y el espectador se vive una catarsis.
Llama la atención que la crítica Blanca González (Proceso, 17 de diciembre, 2012) haya tildado esta muestra de “retinal, escandalosa y simplista”, cuando a todas luces se trata de un artista de un refinamiento y una capacidad de introspección y expresión poco comunes en el ámbito de la creación contemporánea. En el mismo artículo reclama a Carmen Gaitán, directora del Museo de San Carlos, la organización de exposiciones “ajenas a la vocación de sus acervos”, punto de vista con el que también difiero, ya que la “vocación” de los museos hoy en día no es permanecer estáticos haciendo refritos de sus colecciones, sino propiciar la experiencia dinámica en un público heterogéneo al que se le debe ofrecer, ante todo, calidad. El trabajo de Gottfried Helnwein, de difícil clasificación pero incuestionable valor técnico, conceptual y filosófico, se inserta plenamente en el lenguaje contemporáneo interdisciplinario, toda vez que se vincula estrechamente con los grandes maestros del pasado –Goya, Rembrandt, Vermeer, Caravaggio, De Latour–, en sintonía con el simbolismo, el expresionismo alemán, el accionismo vienés y creadores más recientes quienes, como él, se han ocupado de los vericuetos internos de la condición humana: Gerhard Richter, Francis Bacon o Lucian Freud. Qué mejor que un museo de tradición clasicista como lo es San Carlos –y es el mismo caso del Munal– se integre a la tendencia universal de romper barreras cronológicas y estilísticas para presentar exhibiciones arriesgadas como la presente, la cual, en mi opinión, marca un hito en la manera de concebir la pintura contemporánea.
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