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Guadalajara XXVII (I DE III)
Minutos antes de las 14:30 horas del sábado 3 de marzo, este juntapalabras se apersonó en el Cine Foro de la Universidad de Guadalajara, ubicado en la zona centro de la homónima capital jalisciense. El propósito: ver un filme titulado Abrir puertas y ventanas (Milagros Mumenthaler, Argentina, 2011), que una semana más tarde habría de ganar el Mayahuel correspondiente a mejor película de la Sección Largometraje Iberoamericano de Ficción.
Para lo anterior se había desplazado desde las instalaciones de la Expo Guadalajara –sede oficial, desde el año pasado, del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), que con ésta suma veintisiete ediciones–, ubicado a unos veinte minutos del citado Cine Foro, siempre que haya tráfico fluido. Ahí, la voz de alguien a quien literalmente era imposible verle la cara –puesto que la tenía detrás de un cristal no translúcido– le hizo saber a los presentes, es decir a una treintena de aspirantes a cineespectador incluyendo a este sumaverbos, que la película no sería exhibida ahí, sino en la Expo Guadalajara, ni más ni menos que a las 14:30 horas.
Puteando, para decirlo en buen argentino, este arrimacomas calculó como mínimo cuarenta minutos el tiempo para ir y venir, ya que tenía planeado ver, ahí mismo, La demora (Rodrigo Plá, México-Uruguay, 2012) –que, por cierto e inexplicablemente para Unchingo, no ganó el Mayahuel correspondiente a mejor película de la Sección Largometraje Mexicano de Ficción–, seguido de Ventanas al mar (Jesús Mario Lozano, México, 2011), otro largo mexicano de ficción.
Milagros Mumenthaler |
Consecuentemente, y en buen mexicano, este aporreateclas se dijo a sí mismo vale madre, qué poca madre y otras expresiones florido-maternas, puesto que, como ya se dijo, había salido precisamente de la Expo Guadalajara, donde nadie se tomó la molestia de gastar siquiera una hoja de papel y cuatro pedazos de masking tape para avisar del cambio de sede, y puesto que los traslados ida-vuelta iban a tragarse prácticamente la mitad de lo que dura Abrir puertas y ventanas.
Tiempo después, extinto el inicial incordio pero reemplazado por otros de corte similar, y para responderle a un su amigo que le alegaba noesparatantos y pudisteverlaluegos, este ponepuntos repuso que lo segundo sí pero lo primero no y que, sin ir más lejos, una falla tan burda en algo elemental –modificar y no avisar– provocó que, sin deberla ni temerla, el filme de marras perdiera los espectadores que en aquel momento y lugar ya tenía y que, con mayor o menor grado de molestia, se retiraron quejándose, entre otras cosas, de que ni siquiera sabían dónde ni con quién quejarse.
Lo tolerable y lo in-
Para infortunio del FICG, o mejor dicho para desgracia de sus dos protagonistas principales, es decir, público y filmes, anécdotas como la suprascrita –con fines de riguroso testimonio– fueron la constante en esta edición de un festival cinematográfico que no solía abundar, así de generosamente, en falencias de toda suerte.
Siendo el más longevo de los que se celebran en México, siendo todavía la ventana más importante para acceder a buena parte de lo más reciente de la producción cinematográfica nacional, sean ficciones o documentales; siendo al mismo tiempo una excelente oportunidad de asomarse al cine iberoamericano, poco asiduo como bien se sabe en la cartelera comercial; siendo, en fin, una de las citas cinéfilas nacionales otrora imperdibles, el FICG no debería permitirse despedir tan intenso tufo a festival molero, como no dejaron definir de otro modo los innúmeros cambios, las cancelaciones, las películas atoradas en la aduana, los blu ray o devedés que se negaban a avanzar, las salas improvisadas que dejaban pasar todo el ruido exterior, lo mismo que hechos reales o supuestos, vaya uno a saber: funciones semivacías pero con boletos negados en taquilla bajo el argumento de “sala llena”, realizadores a los que se les impidió la entrada a ver su propio filme si no apoquinaban, y hasta un actor que, con o sin etilismo, cometió la burrada insuperable de echar bronca con los cadeneros de una de las muchas pachangas que irremediablemente acompañan a todo festival de cine.
No que haya sido perfecto, ni mucho menos, el FICG en ediciones anteriores, y con buen ánimo hasta podría tolerarse la jamás malintencionada impericia en asuntos de logística –como programar algo a las 9 y otro algo a las 10, poniéndolo a Uno a elegir porque un largometraje no dura menos de una hora–, mas no así la inclusión de filmes que, para decirlo redondamente, nada tenían que hacer en este festival ni en ningún otro, de lo cual se hablará la semana siguiente.
(Continuará)
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