Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
RicardoVenegas
Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova
Cinco décadas contra
la ignorancia
Paula Mónaco Felipe entrevista con Manuela Garín Pinillos
Despedirse de Livinus
Roger van de Velde
La farsa
Luis García Montero
Una canción para
la noche nigeriana
Emiliano Becerril Silva
Los 45 de Cien años
de soledad
Luis Rafael Sánchez
Fin de la migración mexicana
Febronio Zataráin
Leer
Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Enrique Héctor González
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|

Rogelio Guedea
[email protected]
Todos en uno
Yendo de camino al banco, y después de haber leído el diario de Da Vinci, pensaba en esos hombres que, como el propio Da Vinci, sabían todo de todo. Con este pensamiento llegué al banco. Como tenía tres dudas, pedí pasar con un ejecutivo. Rápidamente me señalaron a uno. Era una asiática a la que consulté sobre un depósito al extranjero. Me dijo que sí y lo hizo. Aproveché para dirimir la segunda duda, relacionada con mi hipoteca. La ejecutiva se quedó blanca y me dijo que tenía que ver a Ryan. Fui donde Ryan. Lo mismo: me la resolvió en un parpadeo. Aproveché y le pedí información sobre el seguro de mi vehículo. Ryan me pidió que fuera con Maureen. Fui donde Maureen y me aclaró todo en otro parpadeo. Había pasado un poco más de una hora cuando salí del banco. Mientras me alejaba, el pensamiento con el que había llegado volvió a aparecer. La imagen de muchas galaxias girando alrededor de la cabeza de Leonardo Da Vinci, ese hombre hecho de muchos hombres que bien habrían podido contestarme cualquier duda bancaria, fue un bálsamo que me acompañaría el resto de la tarde. |