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Actor, actor (I DE II)
Se llamaba Alejandro Parodi. Nació en Hermosillo, Sonora, hace ochenta y tres años con un mes, el 23 de julio de 1928. Cuando contaba con veinticuatro de edad dio inicio a una carrera de actor cinematográfico que se extiende desde aquel 1952 hasta 2004, fecha de registro del último filme en el que participó. Eso significa que se mantuvo presente y activo en la gran pantalla durante un lapso de cinco décadas con dos años, cifra envidiable que, como reza el lugar común, se dice fácil.
Más números: de los setenta filmes en los que tuvo algún papel ya fuese como protagonista, coprotagonista, segunda parte o actor de cuadro, los primeros trece corresponden a la década de los años cincuenta del siglo pasado; los siguientes dieciséis a los años sesenta; una decena fueron los realizados en los años setenta; dos decenas correspondieron a los años ochenta; siete a los años noventa y, al final, solamente cuatro durante la primera década del siglo que corre o, más precisamente, antes de que concluyera la primera mitad de dicha década.
Si bien todos los suyos fueron años prolíficos, los más atareados que tuvo fueron los siguientes: 1962, cuando actuó en El ataúd infernal, La noche de jueves, Los encapuchados del infierno, Servicio secreto, La venganza del resucitado y Me dicen el consentido; y 1985, cuando formó parte del elenco de Viaje al paraíso, El escuadrón de la muerte, La fuga del Rojo, Historias violentas, Astucia y El imperio de la fortuna. Sin apartarse de los años mencionados, de a película por bimestre y tomando en cuenta los tiempos habituales de un rodaje en México, adviértase que Parodi estaba desempeñando un papel cuando, virtualmente de inmediato, ya tenía que estar ejecutando otro. Si Unoqueotro tiende a creer que la abundancia suprascrita se debe sobre todo a que al sonorense le tocó trabajar en una época de bonanza cinematográfica, habrá que hacer énfasis en las décadas señaladas y recordar que es precisamente de los años cincuenta para acá que la palabra “crisis” decidió acompañar, como una sombra, a la palabra “cinematográfica”. Habrá que hacer especial énfasis, por ejemplo, en el segundo de los períodos anuales durante los cuales Parodi no cesaba de trabajar: estamos hablando de 1985, es decir, uno de los peores años, en términos cuantitativos para no ir más lejos, del cine mexicano.
Los numerosos artículos y comentarios que, a consecuencia de la muerte lamentable de Alejandro, aparecieron en los medios –sobre todo los escritos, ya fuesen impresos o virtuales, pues a los audiovisuales (radio y televisión) un actor-de-a-deveras, poco o nada farandulero y nulo propiciador de chismarajos, sencillamente no les dice nada–, pusieron casi todos el acento principal en dos aspectos dos: los premios obtenidos por este excelente actor, por un lado, y por otro los realizadores y colegas actores junto a los cuales desempeñó su trabajo, aquí sí puede decirse sin ironía, fecundo y creador.
Premios aparte, ya que a los siete Arieles con los que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas lo reconoció, incluyendo el de Oro a su trayectoria completa, debería sumarse una cantidad que ni el propio Alejandro era capaz de citar con precisión, otorgados por una igualmente innumerable cifra de instituciones, organismos y entidades, cinematográficas o de otra índole; compañías actorales célebres también aparte –aquí Geraldine Chaplin o Gianmaria Volonté–, e inclusive más allá de los nombres de directores señeros mexicanos –ahí Ripstein, Cazals, Alazraki– o no mexicanos, como Miguel Littín, bajo órdenes de los cuales trabajó, lo que pretende ser destacado en estas líneas es la razón, tan sencilla como esquiva para tantos, por la cual Parodi se multiplicó en siete decenas de filmes, durante una prolongada época de pocas producciones, y esa razón cabe completa en decir que se trataba de un muy buen actor, de ésos que, para decirlo clásicamente, llenan el cuadro; que no hacía tarugadas estando precisamente a cuadro pero tampoco fuera de él, como por desgracia le sucede hoy a Unoqueotro, y que ese profesionalismo lo tuvo siempre viviendo entre llamado y llamado.
Quedan en su filmografía, que es decir en la memoria fílmica de este país, varios ejemplos de su elevada calidad histriónica, entre los cuales y, a manera de homenaje mínimo, este sumaverbos destaca los siguientes: Actas de Marusia, El imperio de la fortuna, Nocaut y Su Alteza Serenísima. Queda el testimonio de una carrera histriónica que –al revés de la de Unoqueotro, como el que ocupará estas líneas dentro de siete días– fue de menos a más, hasta convertir a su protagonista en alguien inolvidable.
(Continuará)
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