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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Tomarse el día
Aura MO
Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova
Mujeres, poetas y beatniks
Andrea Anaya Cetina
Entrevista con Alberto Manguel
Adriana Cortés Colofón
Lawrence Ferlinghetti.
¿Qué es poesía?
José María Espinasa
Lucian Freud, lo verdadero y lo palpable
Anitzel Díaz
Lucian Freud más allá de la belleza
Miguel Ángel Muñoz
Manuel Puig: lo cursi transmutado en arte
Alejandro Michelena
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Columnas:
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Felipe Garrido
Dos semanas
Mi madre y mi tía Mara fueron preciosas. Desde chiquillas. Vivían en la sierra; mi abuela rentaba cuartos. Cuando Beatriz, mi madre, la mayor, cumplió trece o catorce años, mi abuela comenzó a temer por sus niñas. Su padre era minero y andaba siempre en los montes. Mi abuela decidió irse a Durango. Una noche, ya tarde, llegó un joven palestino que mal hablaba español. En su media lengua, le pidió alojamiento. La abuela le dijo que ya ni muebles tenía. Pero el muchacho la convenció de que lo dejara pasar la noche. Era vendedor y sabía convencer.
A la mañana siguiente, reflejada en el cristal de su ventana, el muchacho vio aparecer a Beatriz. Quedó prendado. Corrió a hablar con la abuela. Lo único que quería era quedarse. Le ofreció una fortuna. Dos semanas –dijo la abuela. Pero fueron meses. Aceptado el noviazgo, tuvieron que esperar dos años para casarse; así dijo el abuelo. Pero finalmente hubo boda. Tuvieron siete hijos; yo soy la menor. |