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Manuel Puig:
lo cursi transmutado en arte
Ilustración de María Inés Mete |
Alejandro Michelena
A más de veinte años de su muerte –ocurrida el 22 de julio de 1990 en Cuernavaca, México– no se pone en duda el lugar destacado que ocupa Manuel Puig en el contexto de la literatura latinoamericana. Ese espacio no fue, ni es, el canónico, el de la unanimidad crítica, sino el del margen, el de lo no prestigioso. Sus novelas bordean el límite de lo cursi, y tratan en muchos casos temáticas poco apreciadas por la mayoría de los escritores de su generación, que privilegiaban lo social y lo comprometido.
Hoy no está en cuestión la valía artística de Puig. Se le considera uno de los grandes autores argentinos. Nada menos que aquel que supo recrear con maestría el costado cotidiano de la sensibilidad popular y sobre todo femenina. El que llevó adelante, a través de su obra, un destaque y una crítica lúcida del habla de la gente común, y desde ese punto planteó su mirada –reflexiva, aunque no lo hayan visto así críticos prestigiosos– nada complaciente sobre la sociedad argentina y el mundo.
De la pasión cinéfila a la invención de historias
Sus fervores iniciales, su ambición creativa juvenil, estuvieron centrados en el cine. Esa pasión, cultivada en tantas salas oscuras junto a su madre, tanto en su pueblo natal de General como más tarde en la propia capital porteña, lo condujo a gestionar una beca de la Sociedad Dante Aliguieri, que lo llevó a Italia a los veinticuatro años. En 1956 estaba instalado en Roma, estudiando en el Centro Sperimentale di Cinematografía, y asistiendo a rodajes de Vittorio de Sicca y René Clément, pero a los dos años abandona sus ambiciones de transformarse en realizador. Su sensibilidad y sus fervores tenían más que ver con la producción hollywoodense de la época de oro y con los filmes de narración clásica.
Iba a deambular después por España, para recalar en Londres, donde intentó el oficio de guionista cinematográfico sin mayor éxito. En los primeros años sesenta regresa a Buenos Aires, sintiéndose fracasado, pero trayendo en sus valijas el primer proyecto de novela, La traición de Rita Hayworth. Esta obra, en gran medida autobiográfica, tiene como punto de partida la experiencia del cine de matiné que Puig viviera tan intensamente en la infancia y adolescencia, reflejando en su trama y sus personajes el impacto del mundo fantasmal del celuloide en la educación sentimental de varias generaciones de latinoamericanos.
En realidad no va a culminar su novela en la cercanía del Río de la Plata sino en Nueva York, donde trabaja intensamente el texto, y en 1965 se instala en París e intenta publicarla. La suerte lo acompañará, pues La traición... resultará finalista de uno de los principales concursos de narrativa en habla hispana del momento: el Biblioteca Breve, convocado por la editorial catalana Seix Barral. A partir de esto, el libro se publicará en Francia con enorme éxito. En Buenos Aires la edita Jorge Álvarez, con una módica repercusión y críticas que fueron calificadas como “tibias” por el autor.
Su segunda novela, Boquitas pintadas, aparece con el sello de Editorial Sudamericana en 1969, y rápidamente se transforma en un bestseller indiscutible. También es aplaudida por la crítica, lo que ubica a Manuel Puig en el Olimpo mayor de los narradores de entonces en el continente. Más allá del escándalo parroquial que causó el libro en su pueblo natal, donde fueron muchos los que se rasgaron las vestiduras ante ese retrato impiadoso e implacable de la cerrazón provinciana de General Villegas en los años cincuenta, públicos masivos comenzaron a agotar edición tras edición. Este gran éxito se afianzará todavía más cuando poco después el director Leopoldo Torre-Nilsson la lleve al cine, con libreto del propio Puig, protagonizada por Marta González y Alfredo Alcon encarnando respectivamente a Nené, la novia envidiada, y a Juan Carlos, el módico playboy provinciano.
“Obscenidades inadmisibles”
Con esta frase los censores del gobierno peronista de Héctor Cámpora –en la recién recuperada democracia argentina del año 1973– justificaban la confiscación de la tercera novela de Manuel Puig, The Buenos Aires Affair. También vieron, en ese texto radical e irreverente, un talante “antiperonista” que les pareció intolerable... Curiosamente, los censores de la dictadura militar de Onganía habían calificado a La traición de Rita Hayworth de sospechosa de “peronismo”...
Al año siguiente, ante amenazas de muerte por parte de la Triple a (organización paramilitar de la derecha peronista), Puig decidió instalarse en México df. De ahí en más, y por varios años, vivirá alternativamente entre Nueva York, Caracas y la capital mexicana.
En 1976 se publica en España El beso de la mujer araña, prohibida naturalmente por la dictadura de Videla en Argentina, al tiempo que sus libros anteriores multiplicaban por el mundo ediciones y traducciones.
Cae la noche tropical
El título de la última novela de Manuel Puig puede sintetizar la etapa de su radicación en Río de Janeiro, a partir de 1980. Había aparecido un año antes su novela Pubis angelical, a la que seguirán –en los años posteriores– Maldición eterna a quien lea estas páginas, Sangre de amor correspondido y Cae la noche tropical. Pero además, en ésa que iba a ser su última década de vida, adapta El beso... al teatro, generándose un éxito escénico constante en todas partes, que culminará en la versión fílmica con la dirección de Héctor Barbenco y las actuaciones de Raúl Juliá y William Hurt, que contó con su aprobación.
En 1989 Manuel Puig recupera su viejo amor por México, radicándose en Cuernavaca con su madre. Y a los pocos meses, en mitad del año siguiente, se va de este mundo a causa de un paro cardíaco después de una operación de la vesícula. De esa forma se cierra un ciclo narrativo donde los diálogos coloquiales, el cine y la cultura de masas, el habla popular o de las clases medias, se vieron reflejados fielmente en el marco de estructuras narrativas audaces y de vocación renovadora.
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