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con Benito Taibo
Los ojos de los
que no están
Raúl Olvera Mijares
Benito Taibo Mahojo nació en Ciudad de México en 1960, es hijo de Paco Ignacio Taibo I y de Maricarmen Mahojo, naturales de Guijón, en Asturias, hermano de Paco Ignacio Taibo II. Procedentes de una familia republicana de ciertos medios que tuvo que salir al exilio dos veces, una en Bélgica y otra en México. Es autor de los siguientes volúmenes de poesía: Siete primeros poemas(1976), Vivos y suicidas(1978), Recetas para el desastre (1987) y De la función social de las gitanas (2002). Se ha ganado la vida escribiendo en revistas, periódicos y desde 2006 se ha desempeñado como coordinador de Difusión del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
–Acaba de publicarse tu primera novela, Polvo. ¿Podrías dibujar a grandes rasgos las líneas principales del argumento?
–La novela transcurre durante el año 1927, pero parte de un hecho real que sucede un poco después. El 8 de febrero de 1928 el presidente Plutarco Elías Calles en plena Guerra cristera, a finales de la Guerra cristera, la cual dejó un saldo que sobrepasaba los 150 mil muertos en el país, llega hasta un ignoto lugar en el norte de la República llamado Espinazo, municipio de Mina en el estado de Nuevo León, y viene a ponerse en las manos del Niño Fidencio. El turco Calles, el demonio Calles, el ateo Calles viene a ponerse en manos de un hombre que cura por medio de la palabra de Dios. Éste es el principio básico de la novela. Esta aparente contradicción, esta aparente locura no lo es en un país hecho de sincretismos culturales donde el realismo mágico y el realismo socialista se van de la mano a tomar helado a la colonia Condesa.
–Siendo tu trayectoria en las letras más bien en la poesía, Benito, ¿en dónde quedarían los juegos con el lenguaje, las sutilezas, de qué te enorgulleces como estilista en esta novela?
Foto: María Meléndrez Parada/ archivo La Jornada |
–Justo de lo que acabas de decir. Uno de los elogios más grandes que he recibido fue de un amigo, un muy buen lector, que me dijo: “Se nota que esta novela la escribió un poeta.” Yo dije: “¿Eso es bueno o malo?” Me contestó: “Es muy bueno, porque está llena, si no de retruécanos, de juegos.” Es un gran homenaje a la literatura. Está llena de guiños. No hay grandes excesos estilísticos. Yo creo que está más bien escrita en un tono de crónica periodística, a juzgar la manera por como quedó formulada la novela. Está escrita, en su gran mayoría, en primera persona. Es un periodista el que va contando la historia mientras van sucediendo cosas. Un periodista que no tiene nombre y que no quiere tener nombre, que va contando lo que va viendo a su alrededor: muertos en los postes de teléfonos, a él lo tatúan los cristeros con una cruz en medio del pecho pero, al mismo tiempo, aprovecho el viaje para contar los inicios de la antropología criminal en Turín en 1909. La cara que pusiste fue muy significativa. Hablo mucho sobre Cesare Lombroso, el lombrosianismo, porque uno de los personajes acaba siendo el ojo de los servicios secretos policíacos mexicanos y yendo en la avanzada de los convoyes a los lugares que visitaría días antes Plutarco Elías Calles, para descubrir en los rostros de los que vienen a recibirlos posibles anarquistas, monárquicos, hombres que conjurarían, y eso con sólo verles el rostro.
–Pues parece que promete la novela; con eso que me cuentas ahora me ha intrigado más...
–Está muy divertida. Yo lo que digo es eso: soy lector y como lector me asomo y, más que otra cosa, escribí una novela de lector para lectores.
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