Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Naturaleza muerta
ORLANDO ORTIZ
Un condenado a cadena perpetua medita
STELIOS YERANIS
Pavana para Ulalume González de León
(1932-2009)
ELENA PONIATOWSKA
El espíritu neoclásico de Eduardo Lizalde
DIEGO JOSÉ
Juan Manuel de Prada: el poder de las palabras
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
Leer
Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Leonardo Pérez Laborde, Naturaleza muerta |
Naturaleza muerta
Orlando Ortiz
La calle no es agradable a la vista. Las construcciones que la bordean parecerían abandonadas de no ser por algunas macetas con flores, algún tapete o toalla colgando del barandal de carcomido hierro forjado de un balcón a punto de caer. El apuntalamiento de los polines de madera ha impedido que se encuentre en el suelo desde tiempo atrás. La ropa y los tiestos con plantas no reducen el aspecto de decadencia y abandono de este sitio.
Puertas y ventanas de madera podrida, con leves indicios de que alguna vez el barniz –sobre el que aplicaron pintura de aceite barata– las protegió de la humedad y el podre.
La herrería, también roñosa, parece advertir que al menor empuje se trozaría como el hueso de un anciano. Las paredes leprosas están carcomidas, húmedas, con manchas de lama; algunas, apuntaladas o con remiendos a todas luces inútiles y ridículos. Muros en tan mal estado, que los grafiteros han despreciado; algunos parecen estar sostenidos por carteles publicitando funciones de lucha libre, box, bailes o conciertos de rock.
En el arroyo se ve una coladera sin tapa, y del lado izquierdo, los restos de un Galaxie sin llantas, sin vidrios y oxidado por dentro y por fuera. Lo que fueron asientos son ahora resortes mohosos, depósito de botellas y envolturas, o montículos con facha de nido de ratas.
La acera, con cuarteaduras y baches, tiene pringues sospechosos, como esa evidencia de que alguien no supo o no pudo retener su desayuno en el estómago. También un bote repleto de basura y a su lado un montón de bolsas de polietileno –con el logotipo de alguna tienda de autoservicio– llenas también de basura. De una de ellas, rasgada, asoman desperdicios de alimentos descompuestos y los entresijos de un pollo. Es posible que un perro olfateara los restos y tratara de alimentarse, pero alguien lo vio desparramando la basura y lo corrió a gritos y pedradas.
Y ya que hablamos de un perro, hay que señalar el que está ahí, muy cerca, junto a la banqueta. Un animal indigno, sin raza, sin color, a todas luces callejero, sin dueño, sin vida. No puede ser el que cometió la tropelía de regar la basura porque ya está inflado, signo de que lleva varios días muerto. Está en el arroyo, junto a la banqueta; debió atropellarlo un vehículo pero no ahí, sino a la mitad de la calle y después un alma piadosa lo orilló, ya muerto, para que los automóviles no fueran a destrozarlo por completo, pues el vehículo que lo mató debió ser pesado y casi le aplastó la cabeza. No obstante, el hocico quedó intacto y por el rigor mortis muestra los colmillos, amenazador.
De pronto sucede algo que me hace dudar del título del texto: se aproxima una anciana y con mano temblorosa vacía sobre el animal una bolsa de cal. Después se aleja. Presurosa.
Todo queda como al principio. Hasta que de un coche que se detiene brevemente arrojan un bulto. Un encobijado.
|