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HISTORIAS DE JULOPIOS Y CORTAMAS
RICARDO BADA
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Papeles inesperados,
Julio Cortázar,
Alfaguara,
Madrid, 2009.
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El primer problema que plantea este libro, en cuanto que materia para leer, es cómo hacerlo. Al detenerme a pensarlo, algún diablo cojuelo me sugirió que Papeles inesperados, como Rayuela, es en realidad dos libros: uno puede leerse de manera fama, y el otro de manera cronopia. Elegí la que ya se imaginan (por muy poquita imaginación que tengan), y como primera providencia le adjudiqué el número 1 al texto de contraportada, el 2 al del prólogo esperanza de Carles Álvarez, y así sucesivamente, hasta el 112, el poema “Viela”.
La segunda providencia fue establecer un tablero de dirección que reprodujese el de Rayuela pero suprimiendo –como es lógico– los capítulos 113 a 155, y sin jugarle al lector de mi reseña la mala pasada de “olvidar” el 55, igual que Cortázar en su libro. (Obvio es decir que cada lector puede componer su propio tablero de dirección, según le dé la real gana, qué sé yo, numerando de atrás para adelante los distintos textos, de modo que el poema final fuese el 1 y al prólogo le tocase el 111, y/o prescindir de la contraportada sustituyéndola o no por los textos biográficos de las solapas. Nada le está vedado a la fantasía.)
De mi cronopia lectura resultó que de una llamada de solidaridad a la colecta a beneficio de los artistas Susana y Leopoldo Novoa, cuyo taller fue destruido por el fuego (y en ella hay ya una referencia a Todos los fuegos el fuego), pasé a la contraportada y el prólogo de Carles Álvarez y el primer cuento. Y no puede ser sino una casualidad cronopia que los tres textos cronopiales haya que leerlos secuencialmente a continuación de un texto tan cronopio como “Secuencias”, lo que hubiera sido imposible con el tablero de dirección original. Y desde luego sí es casualidad que el texto “Los monstruos en acción” vaya seguido por el primero de los “De un tal Lucas”, protagonizados ambos por Calac y Polanco, los pitufos del mundo cronopio. ¿Y qué decir si del texto de “Lucas y sus poemas escritos en la Unesco ” salté al poema “Las buenas conciencias” con su referencia específica a esa organización internacional? Y me dejo en el tintero muchas otras relaciones subterráneas que sería farragoso explicar.
Una página de Cortázar es una página de Cortázar es una página de Cortázar es una página de Cortázar, y si tu química conecta con la del gran cronopio, eso te vuelve rayueladicto para el resto de los días de tu vida. Incluso cuando te encuentras, como sucede en este libro, con algún texto contado a una segunda persona del singular (“Relato con un fondo de agua”) y aún más si está dirigido a una segunda del plural (“Discurso del Día de la Independencia ”): un Cortázar diciendo “Me ha correspondido el deber –que es también un honor– de dirigiros la palabra. (...) Para vosotros, pues, estas simples cosas que mi corazón habrá de deciros hoy”, un Cortázar así, leído desde una tesitura cronopial y sin tener en cuenta la cronología, casi suena a parodia involuntaria de Enrique Larreta (¿recordará alguien quién fue Larreta, autor de La gloria de don Ramiro, un argentino del siglo XX escribiendo adrede en castellano del siglo XVII?) De lo dicho se desprende que acaso sea éste el mayor mérito del libro misceláneo inesperado que la suerte nos depara. Completa la imagen del autor, rellena espacios, acorta distancias a otros textos, de suyo contemporáneos, pero que con algunas de estas páginas se redimensionan, adquieren un peso que no tenían. Pienso en especial en un reproche que se le hizo (y hace) a Cortázar, y es que políticamente era un ingenuo. El reproche proviene incluso de quienes bien lo quieren e intentan de ese modo descargarlo del pecado de haberse mantenido fiel hasta el final a la Revolución cubana. Pero basta con leer las veintitrés densas páginas con que respondió al cuestionario que le hizo Life en Español, en 1969, para darse cuenta de que Cortázar no tenía un solo pelo de ingenuo. Y no hace falta ser un lince para comprender que cuando habla, en 1983, en un artículo publicado en Proceso, de “la crítica cada día más necesaria frente a la fosilización lingüística que con frecuencia mediatiza y hasta anula el mensaje revolucionario”, el lector escucha en fondo, como fuente de inspiración cortazariana, cualquiera de los gárrulos y esperpénticos discursos de Fidel.
Papeles inesperados es un libro tipo cajón de sastre, y por lo mismo no es oro todo lo que en él reluce. Pero bastaría la página y pico de “En Matilde”, cuya protagonista habla en cortázar (el idioma oficial de los cronopios), para que hubiese valido la pena rescatar estos textos:
La oficina viene a las nueve y por eso a las ocho y media mi departamento se me sale y la escalera me resbala rápido porque con los problemas de transporte no es fácil que la oficina llegue a tiempo. El ómnibus, por ejemplo, casi siempre el aire está vacío en la esquina, la calle pasa pronto porque yo la ayudo echándola para atrás con los zapatos: por eso el tiempo no tiene que esperarme, siempre llego primero. Al final el desayuno se pone en fila para que el ómnibus abra la boca, se ve que le gusta saborearnos hasta el último.
Inequívocamente cortázar (sic). Como también esta frase de su respuesta a Life en Español: “Basta mirar un buen mapa, leer un buen periódico, tener conciencia de nuestra precaria situación en el plano de la economía, de la soberanía, del destino histórico, para comprender que la realidad es bastante menos importante de lo que imaginan los patriotas de turno y los críticos extranjeros que nos exaltan y nos adulan entre otras cosas porque la moda ha cambiado, porque los novelistas yanquis han sido traducidos y digeridos hasta el cansancio, porque el neorrealismo italiano se acabó y la literatura francesa está en una etapa de transición y laboratorio, razón por la cual nos toca ahora el turno y somos sumamente geniales y el rey Gustavo de Suecia no piensa más que en nosotros, pobre ángel.”
Habría que empezar a hablar de él parafraseando lo que le atestiguan a Gardel en el Río de la Plata : “Che, Julio, cada día escribís mejor.”
PALABRA DE CARNE
STELLA ALVARADO
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Comer con la mirada,
Esther Andradi (compiladora),
Ed. Desde la gente,
Argentina, 2009.
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“La palabra se vuelve carne y habita entre nosotros”, predicó San Juan. Se comen palabras. Se devora a quien se ama. Los elementos vitales y culturales en manos de las mujeres, desplegando un saber ancestral, nutricional en nuestra vida. Comida y escritura: nutrientes acciones que un linaje de escritores ha rescatado en estos textos.
En cada rito narrado hay fragmentos de un pasado, una memoria reconocible. Ritos que se cumplen mediante el acto de comer –o la prohibición de comer– determinados alimentos. Alimentos que están ahí por sus nombres, por la homofonía. No mantenemos con los alimentos una relación de necesidad, ya que el nombre (la palabra) del alimento tiene peso y las comidas no se eligen sólo porque son buenas para comer, sino porque son buenas para pensar.
Bellini, en su magnífica obra El festín de los dioses –donde los dioses del Olimpo rinden especial homenaje a la comida– nos remite a episodios del Fasti, de Ovidio. Como contrapartida, el cineasta neorrealista Marco Ferreri representa en La gran comilona otra faceta del acto de comer: cuatro amigos que han creado un de club de gourmets deciden suicidarse comiendo para liberarse de una vida que parece haber perdido todo propósito. Empiezan así unas comidas suculentas y copiosas. Todos, y por distintas circunstancias, mueren comiendo, entre los ladridos de los perros y los mozos de la carnicería que siguen trayendo comida….
La incorporación del alimento que se produce en una ceremonia religiosa es identificarse con una palabra, una frase. Las reglas alimenticias poseen un efecto moral y psicológico. De hecho, las plegarias y los rituales alimenticios han ido sustituyendo los sacrificios.
El acto de comer el alimento-palabra durante el rito, constituye el momento fundador del sentimiento de grupo; demuestra la existencia de un vínculo estrecho entre la oralidad y la relación con el saber, entre el alimento del hombre y los textos que con él se traga. En castellano decimos “tragarse un libro”. La relación del verbo con el alimento es paradigmática en las culturas de Oriente.
Es tabú comer del fruto prohibido, el que abre las puertas del conocimiento, del discernimiento entre el Bien y el Mal…
La comida, en algunas etnias del África occidental, puede tener un valor económico y ser utilizada como moneda de cambio.
La vinculación del alimento con los momentos más trascendentes de la vida cotidiana, su relación con el deber de la hospitalidad, representa el más significativo de los signos. No se puede analizar culturalmente el alimento en todas sus vertientes, sin dar cuenta del nexo de unión entre éste y el ser humano y, sobre todo, con su elemento femenino. La comida está íntimamente ligada a la mujer, a los rituales que acompañan las diversas fases de su vida, a su esencia femenina. Ciertos platos se convierten en elementos de un ritual como símbolo de algo intangible, parte visible de algo que pertenece a una visión espiritual del mundo, algo que se aleja de una interpretación puramente natural de los fenómenos de la vida humana.
Otra dimensión de las expresiones culturales es la de la circulación de la energía material que se vuelve espiritual en esa comida que ingerimos por la boca y que nutre nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestra producción humana y, también, las ofrendas a los difuntos: porque también el mundo culinario circula alrededor de la muerte: e n Centroamérica se practica la ceremonia del choro, celebración última luego de la muerte.
Siempre hay diferentes contextos en los que el referente de la comida tiene su lugar: el ritual de la vida y de la muerte y sus relaciones con la comida.
La comida entendida como núcleo de las tradiciones de un pueblo, como símbolo de las distintas fases de la vida del ser humano, como ritual ante los huéspedes que acuden a una casa, como fragmento visible de una sabiduría desconocida o ignorada; todo ello conforma las profundas relaciones del hombre con su historia, con su esencia, con su arte culinario, y es una invitación al lector de estas historias percibir los primeros encantos de culturas milenarias y contemporáneas.
Comer con la mirada es un homenaje a las comidas de este mundo. Con la letra de lo mínimo y la premura de lo excelso, la madre en la memoria y un hambre de nostalgias y obsesiones, se fue armando este banquete literario donde Esther Andradi, a manera de anfitriona, nos invita a degustar los placeres de la letra escrita.
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