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La conquista de la Luna a cuarenta años
LA FABULOSA AVENTURA ESPACIAL
El 20 de julio de 1969 tuvo lugar un acontecimiento que transformó a la humanidad, una demostración de ingenio, talento, capacidad de planeación y destreza técnica sin precedente, a un costo delirante (más de 150 mil millones de dólares): a las 10:56 pm, hora de Nueva York, alunizó el Apolo 11. La epopeya de Neil Alden Armstrong, Michael Collins y Edwin Eugene “Buzz” Aldrin Jr. era el cumplimiento de la promesa que hizo John F. Kennedy el 25 de mayo de 1961, cuando declaró ante el Congreso: “Yo creo que esta nación deberá comprometerse a alcanzar la meta, antes de que termine esta década, de hacer que un hombre llegue a la Luna y regrese sano y salvo a la Tierra.” Sin embargo, el legado de este prodigio es, en el mejor de los casos, ambiguo. Como otras conquistas, caminar en la superficie de la Luna fue una fabulosa aventura romántica y un desafío, pero en términos de progreso tecnológico o científico fue muy modesto.
PEQUEÑOS CONQUISTADORES CIBERNÉTICOS
El “pequeño paso para el hombre” que dio Armstrong en realidad no se concretó jamás como “un salto gigante para la humanidad”. La llegada a la Luna no era un paso pequeño, sino el primer paso en la conquista del universo (o por lo menos de la galaxia o, al menos, del sistema solar). Era una empresa cuyo segundo paso obligatorio era llevar a un hombre a Marte. De hecho Werner Von Braun, el ex miembro de la Wehrmacht nazi y el padre del programa espacial estadunidense, tenía planes desde 1952 para llegar al planeta rojo. Han pasado cuatro décadas y ese objetivo sigue viéndose remoto, a pesar de los inmensos progresos en materia tecnológica, en especial en computación y telecomunicaciones. En el pasado nunca imaginamos que estando tan cerca del futuro éste tardaría tanto tiempo en llegar. Pero más grave aún: ya no parece tener sentido el hecho de enviar seres humanos a un medio peligroso y hostil como es el espacio. Un hombre en el espacio no cuenta con otro sentido más que la vista (dentro de su traje espacial queda atrapado su olfato, gusto, tacto y oído) y, como han dicho varios, si se trata simplemente de ver, eso pueden hacerlo con gran precisión las cámaras de video de un robot. Podemos pensar que un ejército de máquinas semiautónomas (como aquellas ingeniadas por Rodney Brooks) no tendrá jamás el glamour heroico que tenía un trío de astronautas (como el de Armstrong, Collins y Aldrin), pero sin duda sería mucho más barato, menos peligroso y muy probablemente más eficiente para cumplir cualquier tarea que se le ponga.
¿UNA ESTRATEGIA VACÍA?
Es bien sabido que la conquista del espacio en la Guerra fría fue antes que nada un ostentoso foro en el que las dos grandes potencias trataban de poner en evidencia su superioridad tecnológica. Finalmente, los programas espaciales eran en gran medida concursos que consistían en lanzar poderosos cohetes al espacio. La intención, pobremente disimulada tras la propaganda estadunidense y soviética, siempre fue militar. Los estadunidenses temían que el ganador ocuparía un puesto en los cielos desde donde podría verlo todo, amenazar cualquier blanco y eliminar el objetivo que desearan. Las palabras de Kennedy no se debieron a una fantasía celestial ni a inspiración tecnocientífica, sino a la desesperación provocada por ir perdiendo la carrera del espacio. Los soviéticos se adelantaron al lanzar el Sputnik, (octubre, 1957), al poner a la perra Laica en el espacio (noviembre, 1957) y poco después a Yuri Gagarin (quien pasó 118 minutos en el espacio en abril, 1961). Los soviéticos avanzaban a paso vertiginoso en su programa espacial, y para agosto de 1961 lanzaron el Vostok 2, en el que el cosmonauta Gherman Titov pasó veinticinco horas en el espacio, le dio diecisiete vueltas a la Tierra y sobrevoló el territorio estadunidense tres veces ante la impotencia y azoro del Pentágono. Entonces Kennedy recurrió a una estrategia desesperada, a una apuesta que pudo haberse traducido en la ruina de la credibilidad de eu . En términos militares, llevar hombres a la Luna era un plan sin gran valor táctico, por lo que más bien se trató de un duelo simbólico, de una proeza casi deportiva, que debía conmover y despertar emociones de asombro, patriotismo y respeto. Las aventuras espaciales hasta la era del Apolo hacían soñar a las masas y eran la materia prima de las fantasías infantiles, en cambio las experiencias espaciales posteriores: el Soyuz, la estación espacial, el Challenger y demás iluminan, cuando mucho, las obsesiones de algunos cuantos fanáticos. En una era en que la tecnología parece dominar todos los ámbitos de la cultura popular, tenemos que preguntarnos: ¿qué piensan de la conquista de la Luna aquellos nacidos después de 1969? ¿Es todavía una memoria gloriosa para quienes han crecido con teléfonos celulares, internet, XBox y Wii, o simplemente una victoria pírrica que no pasa de ser una curiosidad remota e insignificante?
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