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De cómo en Gijón rompimos el cerco
Para don Rogelio Guedea, contertulio
de páginas y, él sí, ganador contundente
Este que escribe, que es un gordo hoy muy orondo, se viene bajando del avión que lo trajo de regreso. Fui invitado generosamente por Paco Ignacio Taibo ii como finalista al premio Dashiell Hammett de novela negra que otorga la Semana Negra desde el idílico puerto de Gijón, en Asturias (sí, la cuna, y vaya, de la fabada). No me gané ese premio pero me llevé muchos otros, de amistad pura. Fuimos varios escritores y periodistas mexicanos; éramos un montón con Taibo ii abriendo marcha: Paco Haghenbeck, Jorge Belarmino el Crótalo Mexicano Fernández (la ponzoña es toda mía; Belarmino es un pan), el sabio Eduardo Monteverde, el magnífico hacedor de novelas históricas Hernán Lara Zavala, mi querido Fritz Glockner, el poeta Marco Antonio Campos, con quien tengo el privilegio de compartir páginas acá, el escritor y crítico literario Nacho Padilla, el cronista Miguel Cane y el escritor y fotoperiodista Mauricio José Schwarz. Cane y Schwarz ya viven allá, en Asturias. Ganamos todos: amistades, contactos, exquisitas comilonas y buenos tragos con colegas de todos los rincones de Hispanoamérica: cubanos, españoles, argentinos, chilenos, colombianos, peruanos… y también serbios, alemanes, franceses, italianos, estadunidenses… en fin, un mosaico más que apetecible.
Pero lo que llamó poderosamente mi atención es el éxito del cerco mediático que parecerían mantener los medios electrónicos mexicanos coludidos, diría yo, con las agencias propagandísticas y noticiosas del gobierno mexicano. El ejemplo más claro lo traté en estas mismas páginas la semana pasada: mientras en las noticias europeas la presencia de Felipe Calderón Hinojosa fue prácticamente de insignificancia a un punto decimal de la nada, la televisión mexicana montó una serie de imágenes y extractos discursivos de modo que cualquiera en México se tragó fácilmente el cuento de que lo que el presidente mexicano fue a propalar a la reunión del grupo de los g 8 en Italia tuvo ecos internacionales, pero todo lo contrario. Es de notar que las escuetas escenas de la intervención de Calderón no contemplan el auditorio, sencillamente porque estaba prácticamente vacío. La magia de la televisión, prodigiosa prestidigitadora, una vez más al servicio del papanatas en turno. Sospecho que así ha de ser cada que viaja.
Hay interés europeo en México, pero la información llega chueca o con gotero, y a veces ni siquiera llega, ni cuando se trata de tragedias colectivas. Poco se sabía, por ejemplo, del infierno de omisiones y estupideces y corruptelas que estalló en llamas para matar a casi medio centenar de niñitas y niñitos en Sonora. Mucho menos se sabía que en ese asunto tan triste, tan trágico, campearan la impunidad y los argumentos legaloides más pendejos posibles, porque una de las dueñas es parienta de la esposa del presidente mexicano. Yo no me trago que eso sea una casualidad. Mucho se arquearon cejas, con rictus lo mismo de espanto que de incredulidad, cuando los mexicanos contamos los muertos de la guerra contra el narco con la que el ejecutivo mexicano busca lucimiento y reconocimiento de legitimidad con sus pares del primer mundo; no pocas caras se destemplaron cuando hicimos la comparación de los miles de muertos asesinados acá, ya por el narcotráfico mismo, ya por las fuerzas del Estado, corruptas o no, con los muertos y desaparecidos durante las dictaduras más brutales que se padecieron en el cono sur durante décadas, concretamente la de Pinochet en Chile y los gorilatos argentinos como el de Videla.
Hay también el lado de la desinformación, diría yo, por melancólica preferencia, donde el más claro ejemplo es el movimiento zapatista, hoy prácticamente diluido en el país y más bien circunscrito a una zona de influencia geográficamente limitada al estado de Chiapas. Decir eso a la prensa allá me costó que la gente me fustigara y hasta me llamara “de derechas”, pero es de verse la señora que se me acercó, sabiendo que yo era “el de La Jornada ”, para preguntarme cómo estaba Marcos, cómo estaba Ramona, a quien ella quería mucho y había acompañado acá, cuando las marchas a través de México, y cómo la señora, que se suponía a sí misma tan informada, se quedó fría cuando con cierto matiz sardónico le contesté que Ramona, su entrañable Ramona, lleva muerta ya más de tres años, que le ganó la guerra el cáncer… Y no, al parecer no tenemos quien la sustituya.
Así que el cerco sirve, está allí y algunos de sus cometidos cumple. Porque yo no creo, insisto, en tantas casualidades.
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