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Germaine Gómez Haro
Lola Cueto en el Museo Mural Diego Rivera (I de II)
Lola Velásquez Cueto, mejor conocida como Lola Cueto (México, D. F. , 1897-1978) fue una de las primeras artistas que rompieron con las restricciones impuestas por la sociedad porfiriana, conservadora y machista, al ingresar a la Academia de San Carlos a la edad de doce años. Se dice que fue la primera mujer que asistió a las clases de dibujo con modelos desnudos. Sus estudios se interrumpieron por el estallido de la Revolución y más tarde se integró a la primera Escuela de Pintura al Aire Libre –también llamada Escuela de Barbizón–, creada y dirigida por Alfredo Ramos Martínez. También ahí fue la única alumna en el grupo que formó parte de la primera generación de estudiantes que se rebelaron a la enseñanza tradicional de la Academia , entre ellos David Alfaro Siqueiros y Andrés Audifred. Desde muy joven la caracterizó un talante incansable e inquieto que la llevó a incursionar y experimentar en los más diversos senderos de la creación artística. Dos exposiciones rinden homenaje a esta notable y peculiar artista: Lola Cueto. Trascendencia mágica en los museos Mural Diego Rivera (a un costado de la Alameda) y el Estudio Diego Rivera (Altavista).
Lola Velásquez casó en 1919 con el célebre escultor vanguardista Germán Cueto y juntos participaron activamente en la efervescencia artística de los años veinte encabezada por Diego Rivera, Lupe Marín, los Alva de la Canal , los Revueltas, así como en el grupo de los estridentistas, con Germán List Arzubide, Manuel Maples Arce, Arqueles Vela, entre otros. En esos años inicia su oficio en la tapicería, y su impresionante trabajo le valió el reconocimiento internacional con exposiciones en París, Barcelona y Rótterdam. De 1927 a 1932 vivió con Cueto en París, etapa determinante para el desarrollo artístico de ambos. En el Museo Mural Diego Rivera se presentan sus pinturas y dibujos tempranos, los tapices, el trabajo en papel picado y lacas, y la obra gráfica.
Si bien Lola demostró una gran originalidad y excelente oficio en la realización de técnicas inspiradas en el arte popular, considero que la pintura que se presenta en esta muestra no consigue una aportación relevante. Su factura es definitivamente cuidada, pero falta el toque de creatividad y la fantasía y frescura que imprimió a sus demás trabajos. Da la impresión de que le faltó romper con el rigor técnico y dejar volar la imaginación. Sus pinturas más tempranas son paisajes de inspiración impresionista, muy lindos, pero poco interesantes, y la mayoría de las obras posteriores que aquí se exhiben se limitan a parafrasear a célebres artistas como Picasso, Braque, Léger, Modigliani, Botticelli, Orozco, e inclusive Rivera con sus multicitados alcatraces. También aparecen por ahí huellas de las fenomenales máscaras cubistas de su marido Germán Cueto, pero todos estos trabajos se antojan más ejercicios técnicos que obras con una impronta personal. No sucede lo mismo con el grabado, donde alcanza una extraordinaria fuerza expresiva en todos los medios que experimenta a fines de los años treinta y cuarenta, cuando ingresa a la Sociedad Mexicana de Grabadores y es discípula de Carlos Alvarado Lang. Sobresalen sus mezzotintas en las que realmente alcanza una maestría sorprendente en el juego de luces y sombras aunadas a unos volúmenes delicadísimos. Aquí sí se percibe frescura en los temas y su consabida fantasía lúdica.
El oficio del tapiz bordado a máquina con técnica de cadeneta es uno de sus mayores logros creativos, y por primera vez en muchos años se exhibe una amplia selección de éstos. La factura en todo su repertorio es impresionante, pero también aquí destacan las obras surgidas de su imaginación por encima de las citaciones a obras del arte universal. Realizó una serie inspirada en escenas de los vitrales de las catedrales góticas de Chartres y Bourges, o El martirio de St. Denis a partir del Retablo de St. Denis, de Henri Bellechose que se encuentra en el Louvre, obras de una innegable perfección técnica pero carentes de alma. En contraparte, sus tapices inspirados en motivos del arte popular –Cristos y Vírgenes primitivas, altares de pueblo, personajes indígenas, etcétera– destilan la gracia cautivadora y el encanto de las más genuinas expresiones de nuestro pueblo. Sucede lo mismo con sus obras en papel picado y sus lacas inspiradas en las técnicas de Michoacán y Olinalá, en las que se nota que la artista dejaba fluir libremente sus fantasías y se divertía como una niña juguetona, creando piezas que posiblemente nunca fueron concebidas como “obras de arte”. Pero Lola Cueto no se detuvo ahí: en la siguiente entrega seguiremos su trayectoria en el Museo Estudio Diego Rivera.
(Continuará)
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