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Compañía Nacional de Teatro (II Y ÚLTIMA)
Indiscutible es entonces, como se mencionaba al final de la
entrega anterior, que una de las conquistas en potencia más
importantes de la conformación estatutaria de la CNT es la
posición en la que sitúa a sus actores integrantes: una membresía
que les otorga un salario fijo y digno, la posibilidad
de afinar su sensibilidad mediante un entrenamiento metódico
y sostenido que, aunada a la calidad de los seleccionados,
hacía prever un marco adecuado para el tránsito a
los trabajos de montaje.
Por desgracia, y aún concediendo que hemos comparecido
a los dos primeros eslabones de una cadena extensa,
parece haber un divorcio entre esta apuesta por mejorar las
condiciones de la creación y sus modos de producción para
la escena. Sirva de ejemplo el montaje, como estreno en
México de hecho, de Pascua, de August Strindberg, a cargo
de Héctor Mendoza, una pieza que, coqueteando por pasajes
por la comedia, retrata las intrigas al interior de una familia
burguesa de la Escandinavia de principios del siglo XX.
Se emplea el verbo retratar con plena conciencia: el texto
de Strindberg, y aun la escenificación de Mendoza, anclan
en el retrato de costumbres, y se traducen en un estilo de
actuación y montaje lindante con un realismo naturalista
que admite preguntas respecto a su pertinencia. ¿Tiene
sentido montar un texto casi decimonónico sin ningún tipo
de traslación a la contemporaneidad, de no ser que por esto
último se entienda el cambio de perspectiva que la escenografía
de Philippe Amand ofrece tras el primer intermedio?
¿Es mediante la ortodoxia más recalcitrante que la CNT
pretende revisar y acercar los clásicos universales al público
nacional? Y más importante aún: ¿es a través de esta teatralidad
que los actores de la CNT, miembros todos de distintas
generaciones, pueden confluir en una dialéctica
fecunda y contrastada? Al menos en lo que respecto al elenco
A de Pascua, los momentos de buena factura llegan casi
todos en el tercer acto, en coincidencia con la aparición de
Luis Rábago como un Lindkvist atemperado, decisivo en su
hieratismo oscuro. Demasiado poco para un montaje, que
además de lo ya señalado, discurre sin dar visos de las condiciones
particulares de estabilidad a partir de las cuales
ha sido creado.
Fotos: Sergio Carreón |
Ni el sol ni la muerte pueden mirarse de frente, de Wajdi
Mouawad, se opone a Pascua en su índole de teatro de gran
formato, basado además en un texto que, inspirado en una
enorme cantidad de pasajes más o menos reconocibles de
la mitología griega, pretende ser una relectura que los vuelva
paralelos a la realidad sangrienta del Medio Oriente natal
del autor. Para escenificar una obra dramática plagada
de referencias se eligió invitar a los directores suizo- colombianos
Rolf y Heidi Abderhalden, titulares de Mapa Teatro,
agrupación caracterizada por su vinculación con el multimedia.
El resultado es cuando menos desconcertante: lejos
de aterrizar un discurso barroco y disperso, amparado en el
lirismo de su estilo, los Abderhalden crean otro igualmente
abigarrado. Entonces cohabitan la escena una escenografía
fastuosa y asfixiante (de Pierre Henri Magnin), el empleo
de micrófonos y de videos (algunos muy logrados sobre
la destrucción perenne de Beirut; otros, como el fragmento
de una película de Kalimán, protagonizada por Adriana
Roel, actriz del montaje, de inclusión difícilmente explicable),
la repetición constante de un bolero y un elenco numerosísimo
y desconcertado. Más allá de lances afortunados
y transitorios (la escena en circuito cerrado de Julieta
Egurrola y Diego Jáuregui, por ejemplo), los intérpretes
transitan avasallados por el dispositivo, en muchos casos
al borde la reducción total. Allí de nuevo surgen inquietudes:
¿es exponiéndolos que puede confrontarse a actores
formados en otros tiempos con una teatralidad contemporánea?
¿El teatro de gran formato de la CNT ha de servir en
esencia para emplear al gran número de actores que cobija,
más allá de las obras y de los directores invitados? ¿Qué
sentido tiene contar con un grupo de actores estable cuando
un montaje tan complejo es resuelto en dos meses por
una mancuerna de directores ganados por la ocurrencia?
Más que cuestionarse los resultados escénicos, se pregunta
por sus directrices programáticas de la CNT, un ente renacido
bajo el signo de un escepticismo que sus pasos iniciales
terminan justificando.
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