Número 152
Jueves 5 de marzo
de 2009
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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¿La prostitución es siempre sometimiento?
¿Será que el estigma que pesa sobre la sexualidad venal tiene más
que ver con la imagen de una mujer demasiado libre que con una esclava?, se pregunta la antropóloga francesa Marie-Elisabeth Handman en este texto que explora los límites impuestos a la sexualidad femenina y sus repercusiones sociales.
Marie-Élisabeth Handman* |
Hablar de prostitución equivale a colocar en una sola y misma categoría una infinidad de situaciones. Conviene en primer lugar distinguir, aun cuando no siempre sea fácil establecer una línea de demarcación, entre prostitución independiente y prostitución forzada. Si las mujeres víctimas de redes mafiosas se ven siempre obligadas a ejercer el oficio, hay otras que llegan a Europa occidental para prostituirse por voluntad propia, pero que al abandonar su país de origen ignoran las condiciones de esclavitud a que serán sometidas. Si bien las llamadas profesionales en Francia se liberaron de sus proxenetas entre 1975 y principios de los años noventa, y son hoy independientes, otras en cambio tienen un marido o un compañero que o bien no trabaja o lo hace muy poco. Entre esos extremos hay toda una variedad de obstáculos que permiten o no a las mujeres escapar de quienes las controlan.
Hay que distinguir también entre la prostituta profesional y la ocasional: algunas personas sólo se prostituyen cuando necesitan dinero extra, otras para comprarse droga. Y son mal vistas por las profesionales quienes les reprochan no respetar el código que las “verdaderas” prostitutas respetan. Existe un código semejante, que exige, entre otras cosas, no tener jamás un orgasmo en el trabajo. Esta prohibición rara vez se transgrede (aunque siempre puede haber un accidente), y tiene que ver con que una prostituta debe siempre estar en estado de vigilancia extrema a fin de controlar en todo momento el desarrollo del contacto y así prevenir toda violencia eventual por parte del cliente.
Tampoco es posible confundir a las prostitutas de lujo con las otras, ya sea por lo elevado de sus tarifas o por las diferencias en sus condiciones de trabajo. Y por supuesto es preciso distinguir entre hombres, mujeres, travestis, transexuales, operados o no, hombres que se prostituyen con mujeres o con hombres, mujeres que a su vez lo hacen con hombres o con otras mujeres.
Es difícil establecer los límites de la prostitución. Si su definición actual se resume a la remuneración recibida a cambio de actos sexuales con múltiples parejas, la historia y la antropología muestran que por prostitución se entiende también todo ejercicio de la sexualidad femenina al margen del marco legítimo fijado por cada sociedad, ya sea que el acto sexual sea consentido o no por la mujer (violación), o que sea o no remunerado.
Por lo demás, hay toda una serie de actividades remuneradas que tienen que ver con el sexo, pero que no suponen en sentido estricto, un acto sexual, y las personas que las ejercen se niegan a llamarse prostitutas, por el estigma que conlleva ese término. Tal es el caso de los table-dancers, de las desnudistas, de las ficheras en los bares, de algunas masajistas, o de las actrices de películas pornográficas.
La sexualidad que no existe
La investigadora Paola Tabet se pregunta por qué la sexualidad femenina nunca es simplemente el equivalente de la masculina. Y demuestra que, debido a la división sexual de las tareas, de la dependencia de las mujeres y de su menor acceso a la información sobre el tema, jamás se considera su sexualidad por sí misma, sino siempre en el marco del conjunto de servicios (sexuales, domésticos, reproductivos y de apoyo psicológico) que deben prestar a los hombres y que éstos pagan de una manera u otra. Para que las mujeres cumplan con esa labor se les educa, con frecuencia en forma violenta, a mantener callada su propia sexualidad.
En numerosos países la huida del hogar paterno o conyugal y el ejercicio de la prostitución son a veces la única forma de escapar a la violencia doméstica o institucional, de descubrir el cuerpo y la sexualidad, y de alcanzar la autonomía financiera. Esto sucede también con mujeres que no soportan más un trabajo asalariado y repetitivo, eventualmente dañino para la salud y mal pagado. Igual sucede con jóvenes gays víctimas de la homofobia de su entorno familiar o en su país de origen, donde incluso pueden perder la vida. Lejos de ser una prueba de debilidad, estas huidas pueden considerarse como actos de resistencia a la dominación masculina y a las formas modernas de esclavitud.
Uno de los motivos de la estigmatización de las prostitutas en el mundo occidental proviene de que la sexualidad femenina se concibe como algo indisociable de los sentimientos. Según una encuesta sobre comportamientos sexuales de los franceses, tres de cada cuatro mujeres declaran no poder hacer el amor con una pareja por la que no sientan algo, en contraste con los varones, donde sólo un tercio declara lo mismo. Por esta razón, los órganos sexuales femeninos se consideran el sitio de su intimidad más profunda, y de cierto modo son sagrados, pues proporcionan la vida —como si todo acto sexual tuviera que ver siempre con una penetración. Para las prostitutas, la vagina no difiere en nada ni de la mano ni del cerebro. Disociar los actos sexuales de los sentimientos les confiere, con la experiencia, la capacidad de seleccionar a sus clientes, imponer sus prácticas (en particular el uso del condón), y también sus tarifas (dentro de los límites que impone el mercado); en pocas palabras, revertir en la negociación la dominación masculina.
A esto hay que añadir, y esto lo defienden, la libertad de horarios y el hecho de no tener que soportar a un patrón. Hay entre ellas las que aceptan platicar largo tiempo con sus clientes, ofrecerles apoyo psicológico y a menudo ayudarlos a dar algo de brío a una respuesta sexual deficiente. Otras se niegan a ello con el argumento de que un coito rápido no fatiga y tampoco involucra por completo a la persona, mientras que ocuparse más tiempo de alguien es psicológicamente agotador. Con todo, los hombres siempre buscan recuperar, si no de manera individual, al menos sí colectiva, su poder de control sobre las mujeres que pretenden escapar de él.
La prostitución libre asusta
Muchas prostitutas, de las llamadas tradicionales, afirman haber elegido prostituirse deliberadamente. Es el caso también de todos los varones prostitutos que por lo demás jamás han tenido proxenetas. Hay mujeres que dicen haber sido orilladas a la calle por las “malas compañías”, pero que por gusto decidieron seguir en eso pues “les gustó la calle”. La mayor parte de los abolicionistas se niegan a creer semejantes afirmaciones. ¿Por qué poner sistemáticamente en duda la palabra de las prostitutas? ¿Acaso una sexualidad libre asusta? Lo que se elige responde de un modo u otro a presiones, y sin duda las condiciones económicas y la violencia pueden explicar que a algunas la prostitución parezca preferible a todo lo que la suerte depara a las mujeres de su condición.
La prostitución libremente elegida existe, y es sólo un nicho más de libertad en un conjunto en el que prevalece la dominación masculina, un nicho siempre amenazado pero que permite vislumbrar lo que podría ser una verdadera libertad sexual para las mujeres: poder disociar su sexualidad del conjunto de servicios que la determinan. Con la contracepción y el derecho al aborto, las mujeres han adquirido el derecho a una sexualidad independiente de la reproducción, pero no de los demás servicios que deben ofrecer a los hombres. Liberar la sexualidad del lodo que la recubre no significa renunciar para siempre al amor o a la posibilidad de apoyar material y psicológicamente al marido o a la pareja; pero dicho apoyo sería algo libremente consentido y no algo socialmente obligado. Se trata de una verdadera revolución cultural, gracias a la cual, sin duda, la sexualidad de las prostitutas dejaría de plantear tantos problemas a la gente que se dice decente.
*Antropóloga, catedrática en la Escuela de Altos Estudios Sociales de París (EHSS). Publicado originalmente en la revista Sciences Humaines, agosto-septiembre de 2005. Traducción: Carlos Bonfil. S U B I R
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Trabajo sexual en
sus propias palabras
En la ciudad de México el barrio de La Merced está fuertemente relacionado con el trabajo sexual. De acuerdo con el libro Comercio sexual en La Merced hay alrededor de dos mil mujeres dedicadas al sexo servicio en esa zona, muchas de ellas migrantes recién llegadas a la ciudad. De esa misma investigación, coordinada por Angélica Bautista y Elsa Conde, recuperamos algunos testimonios de trabajadoras sexuales jóvenes:
Iniciación
“El poder ganar dinero fácil y yo tener que vestirme y comer y quedarme en un techo, por eso fue que empecé a trabajar, porque quería tener dinero”.
“Aquí nadie te manda, puedes hacer lo que tú quieras, ir a donde tú quieras sin que nadie te diga nada. Ya después se siente de la patada, porque te quedas a dormir donde sea, pasas frío y hambre”.
Habilidades
“(Los clientes) no se quejan y aceptan ponerse condón porque, primero, yo se los pongo, aprendí a ponérselos y les gusta y, después, me muevo mucho para que se puedan venir sin problema”.
Placer
“—¿Tú no tienes placer?
—Pues para serte franca sí lo siento, pero la verdad, trato de disimular”.
“El trabajo es sexo, pero a mí no me causa ningún placer. Fuera del trabajo sí, pero lo que es el trabajo, a mí no me causa ningún placer”.
Fuente: Angélica Bautista López y Elsa Conde Rodríguez (coordinadoras), Comercio Sexual en la Merced: una perspectiva constructivista sobre el sexoservicio, Miguel Ángel Porrúa y UAM-I, 2006. |
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